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A la edad de 92 años, a Lee Dae-bong no le gusta mucho levantarse de la cama. Dice que ya ha vivido lo suficiente.
Mientras reajusta su pijama, se ve que a su mano izquierda le faltan tres dedos. No los perdió en la guerra, sino durante los 54 años que siguieron, en los que se vio obligado a trabajar en una mina de carbón en Corea del Norte.
El exsoldado surcoreano fue capturado por las tropas chinas, que luchaban junto a Corea del Norte durante la Guerra de Corea.
El 28 de junio de 1953 es un día que recuerda vivamente. Todos, menos tres de su pelotón, murieron aquel día, cuando apenas comenzaba la batalla de Arrowhead Hill, y menos de un mes antes de que el armisticio pusiera fin a tres años de lucha.
Mientras los subían a él y a los otros dos sobrevivientes a un tren de carga, Lee supuso que se dirigían a Corea del Sur.
Pero el tren viró hacia el norte, y lo llevó a la mina de carbón de Aoji, donde pasaría la mayor parte de su vida.
A su familia le dijeron que había muerto en combate.
Entre 50 mil y 80 mil soldados surcoreanos vivieron capturados en Corea del Norte después de que la Guerra de Corea terminara con un acuerdo de armisticio que dividió la península.
Nunca se acordó un tratado de paz, y a los prisioneros nunca los devolvieron.
Lee fue uno de los pocos que logró tramar su propia fuga.
Pese a algunos encontronazos y hostilidades, el armisticio se ha mantenido en gran medida durante décadas.
Así se ha convertido en el alto al fuego más duradero de la historia.
Pero la ausencia de paz ha afectado la vida de Lee, así como las de sus compañeros de prisión y sus familias.
Mientras Corea del Norte y Corea del Sur celebran los 70 años de la firma del acuerdo, las historias de estas personas nos recuerdan que la Guerra de Corea no ha terminado.
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Lo más bajo de la sociedad norcoreana
Durante la primera semana de su cautiverio, lo obligaron a trabajar en la mina de carbón y la siguiente lo pusieron a estudiar ideología norcoreana.
En 1956 lo despojaron a él y a los demás prisioneros de sus títulos militares y les dijeron que se casaran y se asimilaran en la sociedad norcoreana.
Pero los marginaron tanto a ellos como a sus nuevas familias.
Eran lo más bajo del estricto sistema de castas sociales de Corea del Norte.
Todos los días, por más de 50 años, tuvo que excavar buscando carbón.
Era un trabajo insoportable, pero, según Lee, presenciar lesiones y muertes constantemente fue lo más difícil de soportar.
Un día, su mano quedó atrapada en una máquina de procesamiento de carbón y así perdió varios dedos.
Pero eso no parecía mucho en comparación con el destino de varios de sus amigos que murieron tras explosiones de gas metano.
“Le entregamos toda nuestra juventud a esa mina de carbón, esperando y temiendo una muerte sin sentido en cualquier momento”, dice.
"Extrañaba mucho mi hogar, especialmente a mi familia. Cuando están a punto de morir, incluso los animales vuelven a sus cuevas".
En un momento en el que Corea del Norte y Corea del Sur alaban la paz que prevalece en la península, muchos de los prisioneros de guerra y sus familias culpan a ambos bandos por su sufrimiento.
Varios presidentes de Corea del Sur se han reunido con líderes de Corea del Norte, pero negociar el regreso de estas personas no ha sido una prioridad en la agenda.
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Su única opción: escapar
Después de liberar a solo 8.000 prisioneros, Pionyang se ha negado a reconocer que existen más.
Durante una cumbre en el año 2000 entre el entonces presidente de Corea del Sur, Kim Dae-jung, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-il, ni siquiera se habló del tema.
En aquel momento Lee Dae-bong dice que perdió toda esperanza y se dio cuenta de que su única opción era escapar.
Tres días después de que su único hijo muriera en un accidente en una mina, y considerando que su esposa ya había muerto hacía mucho tiempo, Lee se embarcó en el viaje.
El hombre, que ahora tiene 77 años, cruzó en secreto un río hacia China. El agua le llegaba hasta el cuello.
Es uno de los 80 prisioneros que han logrado escapar y regresar a Corea del Sur. Sólo 13 de ellos aún están vivos.
Las decenas de miles de prisioneros restantes probablemente murieron en las minas.
Pocos siguen vivos, si es que queda alguno, pero dejaron a sus hijos.
Chae Ah-in tenía seis años cuando su padre murió en una explosión de gas en una mina de Corea del Norte.
Poco después, pusieron a trabajar a sus hermanas mayores para reemplazarlo.
Cuando todavía estaba en la escuela, la golpeaban y la acosaban sin descanso.
No entendía por qué su familia parecía estar maldita.
Pero un día escuchó los susurros de sus hermanas y se enteró de que su padre había sido un soldado de Corea del Sur.
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Sin reconocimiento
“Durante mucho tiempo lo odié”, cuenta desde su casa en las afueras de Seúl, a donde llegó en 2010. “Lo culpaba por hacernos sufrir a todos”.
A la edad de 28 años, Chae también eligió escapar de su dolorosa existencia en Corea del Norte, cruzando primero a China, donde vivió durante 10 años.
No fue hasta que llegó a Corea del Sur que se dio cuenta de que su padre era un héroe.
"Ahora lo respeto y trato de recordarlo siempre", asegura.
"Me siento diferente a otros desertores de Corea del Norte, porque soy la orgullosa hija de un veterano de guerra de Corea del Sur".
Pero Chae no es reconocida por el gobierno de Corea del Sur como hija de un veterano que dio su vida por su país.
Los prisioneros de guerra que nunca regresaron son considerados como desaparecidos, se supone que están muertos y no se los honra como héroes de guerra.
"Corea del Sur existe hoy gracias a personas como mi padre, pero nuestro sufrimiento aún no ha terminado", afirma.
Cerca de 280 hijos de prisioneros de guerra lograron escapar y llegar a Corea del Sur.
Otro de ellos es Son Myeong-hwa, presidente de la Asociación de Familiares de Prisioneros de Guerra de Corea, que lucha en el nombre de estas personas.
"Los hijos de los prisioneros de guerra en Corea del Norte sufrieron el dolor de la culpa por asociación y, sin embargo, aquí en Corea del Sur no somos reconocidos", afirma.
"Queremos recibir el mismo respeto que reciben las familias de otros veteranos caídos".
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Un sueño lejano
El gobierno de Corea del Sur nos dijo que no planea cambiar su clasificación de veteranos.
Cuando Lee Dae-bong regresó a su país, ya anciano, sus padres y su hermano ya habían muerto. Corea del Sur había cambiado enormemente y era casi irreconocible.
Su hermana menor lo llevó a la ciudad en la que solía vivir.
Lee recuerda cómo sus amigos moribundos en Corea del Norte les rogaban a sus hijos que algún día los enterraran en sus ciudades de origen. Sus deseos aún no se han cumplido.
Y la ausencia de paz entre Corea del Norte y Corea del Sur ha dejado a estas familias luchando por encontrar su propia paz.
Tanto Lee Dae-bong como Chae Ah-in todavía sueñan con la reunificación del Norte y el Sur.
A Chae le gustaría llevar el cuerpo de su padre a descansar en Corea del Sur.
Para Piongyang y Seúl, la paz y la reunificación siguen siendo el objetivo oficial.
Pero 70 años después del armisticio, este sueño se siente cada vez más lejano.
mcc