Desde hace años, se escucha un sonsonete que, de tan repetido, cansa: la guerra contra el narcotráfico que afecta a México y Estados Unidos no puede librarla un país solo; para tener éxito, debe ser una lucha coordinada, contra el enemigo común.
Pero a dos años de las elecciones presidenciales en ambos países, los republicanos en Estados Unidos, y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, decidieron convertir el tema en una nueva piñata política, como ya lo ha sido la migración, el T-MEC, los aranceles…
No importa que el narcotráfico esté dejando una estela de sangre y decenas de miles de muertos a ambos lados de la frontera; del lado norte, por el consumo; del lado sur, por la violencia.
Los republicanos entendieron hace meses que, de cara a 2024, en vez de, o además de “es la economía, estúpido”, será “es el fentanilo, estúpido”. La grave crisis por la cantidad de personas que mueren cada año –entre 70 mil y 100 mil- por esta droga, en vez de llevarlos a buscar las raíces del problema, a enfrentar la demanda, mejorar campañas de concientización y a reconocer que dentro de Estados Unidos operan organizaciones criminales estadounidenses, que se suman a una corrupción sin la cual no se entiende cómo el fentanilo inunda el país, los hizo pensar en que tienen entre sus manos una “papa caliente” con que atacar al gobierno de Joe Biden. Una “papa” con la que además le pueden pegar a China y mostrar su “decisión y firmeza” ante un gobierno mexicano que no sabe ofrecer otra cosa que no sean “abrazos, no balazos”.
Qué importan los 70 mil o 100 mil muertos. Simples víctimas colaterales en una lucha de poder que para ellos es más importante que cualquier otra cosa. En esa locura, designar terroristas a los cárteles, lanzar misiles contra los laboratorios y utilizar a las Fuerzas Armadas para combatir a los cárteles les parece lo más lógico del mundo. Arriba el radicalismo y la división. Frente a un Lindsey Graham o un Dan Crenshaw, hasta Ted Cruz, con su “invadir no es la solución”, sino la presión económica, parece moderado. Hasta dónde hemos llegado.
Del lado mexicano, donde el pueblo pone los muertos y el mandatario los abrazos, poco importan el dolor, la violencia y la desesperación en la que día a día están sumidas millones de personas.
En vez de impactar el negocio del narco, de buscar estrategias que tengan un verdadero efecto sobre sus ingresos, además de cortar una cabeza o dos de una medusa que rápidamente tendrá otra, el gobierno descubrió que el tema del narcotráfico sirve también a fines político-electorales. Lo importante, consideran, no es el tráfico de drogas, o la narcoviolencia, o el sufrimiento del pueblo, sino “la soberanía”.
Que no vengan, apuntan con el dedo, los gringos a decirnos cómo manejar el narcotráfico. Que no quieran invadir; que no quieran mandarnos a su ejército o su DEA. “Es un ataque a la soberanía”. Y si a esas vamos, hay que pedir a los paisanos –esos de los que no se acuerdan nunca, excepto por las remesas- que castiguen a los republicanos.
Es miel para los oídos de unos republicanos que llevan años acusando a los migrantes de querer “cambiar el rumbo” de Estados Unidos porque saben que con eso atizan a su base conservadora.
No hay diálogos, no hay consensos, no hay evaluación del impacto que tendría declarar terroristas a los cárteles. Menos un análisis de los efectos colaterales. No sólo la afectación a una relación bilateral que no puede romperse por la vecindad, por el peso comercial, migratorio, etc, etc.
Porque declarar terroristas a los narcos significa que todos los que de alguna manera contribuyen al negocio serían también criminales. Y los consumidores de droga contribuyen al negocio, ¿o no?
Que las personas a las que los cárteles extorsionan, o los migrantes que, sin saberlo, les pagan para cruzar a Estados Unidos, también puedan ser señalados de cómplices. Igual que las armerías, porque sus productos terminan ayudando a los narcos.
También significa que, si son terroristas, todos los mexicanos que intenten cruzar a Estados Unidos tendrán una razón todavía de más peso para solicitar asilo. Estarán huyendo de terroristas.
Lo que no significa, claramente, es el fin del narcotráfico. Acabar con un laboratorio, cortar una cabeza, no sirve contra un fenómeno tan complejo. 50 años de guerra contra las drogas no ha servido, está visto, de nada. ¿Y la demanda? ¿Y la legalización? ¿Y las razones por las que millones de personas terminan convertidas en mulas? ¿Y la pobreza?
Qué importa, cuando hay elecciones en juego. ¡A romper la piñata!
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