San José.— Tras acudir anteayer a la primera ronda de las elecciones presidenciales, el electorado guatemalteco sacudió a los tradicionales poderes oligárquicos y militares de Guatemala al fulminar y eliminar a su candidata, la derechista , otorgar boleto al centroizquierdista Bernardo Arévalo para la próxima vuelta y permitirse lanzar un desafiante guiño a una primavera política —de 1944 a 1954— en su turbulenta historia.

Ríos y Arévalo provienen de figuras prominentes del siglo XX de Guatemala. Ella es hija del general ultraderechista Efraín Ríos Montt, dictador de Guatemala en 1982 y 1983 y enjuiciado en el siglo XXI por genocidio de comunidades indígenas que habría cometido en su régimen militar en la lucha contra las guerrillas comunistas.

Él es hijo del educador Juan José Arévalo (1904-1990), presidente de 1945 a 1951 y protagonista central de una primavera democrática que, con la instalación de una junta revolucionaria en 1944, impulsó reformas socioeconómicas profundas.

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El proceso fue cortado en 1954 con la intervención armada promovida por Estados Unidos que derrocó al general Jacobo Arbenz (1913-1971), sucesor de Arévalo, elegido por elecciones libres en 1950 y acusado por Washington de comunista y de amenazar intereses económicos estadounidenses. El desplome de la ruta de cambios iniciada en 1954 abrió la puerta a 32 años de regímenes militares, de 1954 a 1986.

“El electorado le dijo no a la hija del genocida y le dijo sí al hijo del dolor y de la memoria”, afirmó a EL UNIVERSAL la comunicadora social Iduvina Hernández, directora ejecutiva de la (no estatal) Asociación para el Estudio y Promoción de la Seguridad en Democracia (Sedem), del país centroamericano.

“El electorado también le dijo no al acusado de robar niños”, narró Hernández, en alusión al abogado y diplomático Edmund Mulet, del opositor partido Cabal y reiteradamente citado como pieza de una red criminal que, de 1980 a 2007, sustrajo y vendió en adopción en Estados Unidos, Canadá y Europa a unos 35 mil menores de edad guatemaltecos. Mulet negó esos cargos.

Aparte de votar para presidente y vicepresidente, los comicios generales convocaron a los guatemaltecos a elegir 160 diputados al Congreso de la República y 20 al Parlamento Centroamericano y a los alcaldes y corporaciones de 340 municipios de los 22 departamentos (estados), en una contienda con un total de 4 mil 226 puestos en pugna. De acuerdo con los resultados del Tribunal Supremo Electoral (TSE), la agrupación socialdemócrata pasará a ser la tercera fuerza del Parlamento con 23 diputados en el Congreso de 160 escaños.

A segunda ronda, el 20 de agosto, pasaron Arévalo, por el opositor partido centroizquierdista Semilla, y la politóloga Sandra Torres, de la opositora centroderechista Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).

Con un abstencionismo aproximado al 41.3%, Torres recibió 15.12% de los votos y Arévalo el 12.20%, según el Tribunal Supremo Electoral. Para ganar en primera etapa se requería de 50% más uno de los sufragios. En segunda se necesita mayoría simple entre los dos contendientes.

Por tercera vez consecutiva, ya que lo hizo en los comicios presidenciales de 2015 y 2019, Torres avanzó anteayer a la opción de derribar un estigma político guatemalteco: nunca ningún partido ejerció dos veces la presidencia desde que en 1986 se proclamó el retorno a la democracia.

Como candidato de la UNE y entonces esposo de Torres, el ingeniero socialdemócrata Álvaro Colom (1951-2023) ganó en la contienda de 2017 y fue presidente de Guatemala de 2008 a 2012.

Divorciada de Colom en 2011, Torres se lanzó por la presidencia y en las elecciones de 2015 y 2019 pasó a la segunda vuelta y perdió, primero ante el cómico derechista Jimmy Morales (2016- 2020), y luego frente al médico derechista Alejandro Giammattei, que inició en 2020 y concluirá el 14 de enero de 2024. La persona que gane en agosto sustituirá a Giammattei.

Arévalo podría romper la seguidilla derechista que se consolidó con la presidencial del general en retiro Otto Pérez, de 2012 a 2015, y de su sucesor, Alejandro Maldonado, de 2015 a 2016.

Afianzada desde el siglo XX en un bastión financiero que le proveyó de infinita capacidad de influencia, a la oligarquía tampoco pareció inquietarle el abanico de partidos y sus nombres rimbombantes y desafiantes y sus incendiarias promesas de arengas en tribuna. Por eso, aceptó prestar la silla presidencial al vencedor de turno en las votaciones y se concentró en preservar el timón político y socioeconómico y en evitar ponerlo en riesgo.

Arévalo, sin embargo, podría convertirse en el personaje amenazante para las fuerzas que, por siglos, controlaron todos los hilos del poder en Guatemala.

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