.— La Gran Depresión sufrida a principios del siglo 20 fue un colapso económico mundial que dejó cicatrices muy profundas y enseñanzas aún vigentes. El 24 de octubre de 1929 el mercado de valores de Estados Unidos comenzó a dar señales de que algo andaba muy mal; el 29 de octubre sufrió una caída estrepitosa, sin precedentes. Ese día, hoy conocido como Martes Negro, fue el inicio de la Gran Depresión que duró hasta 1933 y afectó todas las economías del planeta durante toda la década de los 30.

Desde entonces, la preocupación sobre potenciales crisis económicas es una constante en la historia. “Sólo baste recordar la crisis [financiera] que vivimos en 2008”, subraya el economista Iván Jiménez desde Miami, Florida, a EL UNIVERSAL; “renovó el temor, el miedo latente a grandes recesiones. Y qué decir de este 2023, de la pospandemia y una inflación que nos ha tenido muy nerviosos”.

La mayoría de los economistas y expertos en la actualidad no prevén una crisis de la magnitud de la Gran Depresión; sin embargo, se mantienen cautelosos y alertas. Aquellas personas que han sufrido pérdidas económicas en el pasado, en crisis como la de 2008 o en la actualidad, no dejan de sentir mucho miedo.

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El mundo entero vio cómo para 1931 se declaraban en quiebra alrededor de 40% de sus sistemas bancarios y el resto trataba de mantenerse en pie en medio de la crisis. Foto: Mundoantiguo.net
El mundo entero vio cómo para 1931 se declaraban en quiebra alrededor de 40% de sus sistemas bancarios y el resto trataba de mantenerse en pie en medio de la crisis. Foto: Mundoantiguo.net

“A pesar de los temores que podamos tener, debemos tener presente que en las últimas décadas la economía global ha resistido y se ha recuperado de importantes golpes”, dice el economista; “a lo largo de todos estos años posteriores se han puesto en marcha mecanismos para prevenir y salvaguardar posibles recesiones del tamaño de la Gran Depresión”.

Agrega que “hay que poner en perspectiva lo sucedido en ese momento. Cierren los ojos e imaginen que en este momento todos sus ahorros, todo su dinero en los bancos desaparece. ¿Qué harían? ¿Cómo enfrentarían ser pobres o paupérrimos de la noche a la mañana?”, explica. “La Gran Depresión devastó las finanzas personales de millones de habitantes [en la Unión Americana y el mundo]”.

Ese mismo día comenzó el colapso y la quiebra masiva del sistema bancario estadounidense. La caída del mercado de valores parecía cascada, el desempleo explotó en cadena y la deflación terminó de aniquilar lo poco de efectivo que les quedó a algunos. Lo peor es que nadie sabía lo que se avecinaba y mucho menos lo esperaba. Como muestra quedan algunas estadísticas: para 1932 la población en Estados Unidos sumaba casi 125 millones de habitantes, 32%, 40 millones estaban desempleados. La delincuencia había aumentado al igual que las personas en situación de calle porque decenas de miles perdieron sus casas.

“Este evento [la Gran Depresión] no llegó de la nada”, señala el especialista; “fue el resultado de una combinación de factores y eventos globales y domésticos que crearon un entorno muy frágil, inimaginable, que resquebrajaron nuestra economía [estadounidense] y de ahí la de todo el mundo”, añade.

La posguerra

De acuerdo con varios analistas, el primer factor de impacto fue que, después de la Primera Guerra Mundial, varios países europeos tenían grandes deudas con EU que se vieron imposibilitados de cumplir. La falta de estos pagos, a la postre, afectaría al sistema financiero estadounidense.

A pesar de la falta de pago de los europeos, la Unión Americana atravesaba una década de mucho auge económico, crecimiento industrial, prosperidad del mercado de valores y, en definitiva, reinaba un optimismo generalizado, tanto que le llamaban los Felices Años Veinte.

Para 1925, en EU ya se habían superado los efectos negativos que había dejado la guerra.

Las economías de Estados Unidos y Japón iban viento en popa, en contraposición a las de Inglaterra y Francia; por ejemplo, que no salían de sus propias crisis económicas y márgenes de desempleo. “Además del incumplimiento de los países europeos endeudados con Estados Unidos, otro factor importante para que se desarrollara el quiebre económico de esa época fue que la prosperidad de los años de la posguerra no se distribuyó equitativamente y después de la crisis se descubrió que ese descuido, o abuso, en realidad debilitó la estructura económica del país [Estados Unidos]”, describe el experto Jiménez.

Los estudiosos del tema consultados coinciden en que, paralelamente a los Felices Años Veinte, se desarrollaron factores que terminaron por implosionar ese 24 de octubre de 1929.

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A través de la Bolsa de Valores, muchos inversionistas compraban acciones, pero sólo pagaban una fracción de su costo y para completar el resto pedían prestado.

Estas acciones fueron inflando artificialmente los precios de las acciones y creó una burbuja financiera con el paso de los años. Aunque la economía estadounidense crecía, no llegaba a la población más necesitada y vulnerable.

Los beneficios se quedaban en una pequeña porción de la población, que eran los más ricos, lo que provocó que el consumo y movimiento comercial de productos y servicios se viera muy debilitado.

En contraposición y en pleno auge industrial, las distintas áreas comerciales producían más y más; llegaron a romperse récords de producción. Pero no había consumidores suficientes, lo que provocó un exceso de oferta y alimentó la deflación.

Las políticas restrictivas del Sistema de la Reserva Federal estadounidense de la época dificultaban la obtención de créditos y con ello también exacerbó la deflación, lo cual fue provocando que los precios de mercado bajaran y bajaran afectando la balanza de la producción frente a las ventas. También en esa década se desarrollaron leyes que prometían un drástico aumento de tasas arancelarias en un intento por proteger la industria estadounidense, lo que terminó por asustar a los exportadores, perjudicando el comercio internacional.

Esto último dificultaba a los países europeos el superar sus crisis económicas. El Tío Sam les exigía, por un lado, pagar su deuda hacia Estados Unidos con oro y productos; sin embargo, los productos estaban supeditados a altas tasas aduaneras, lo que les hacía imposible exportarlas.

Quizá la peor parte desde la perspectiva bancaria para sus cuentahabientes fue que en ese momento no existían las salvaguardas que hoy existen, como el seguro de depósito federal, lo que garantiza que, si un banco quiebra hoy, el gobierno federal respalda el dinero de sus cuentahabientes. Eso no existía en los Felices Años Veinte.

“Los ecos de 1929 se sienten en cada recesión o desaceleración económica”, describe el analista financiero de Wall Street, Mauricio Vargas: “Las medidas que se tomaron entonces, como la creación del Securities and Exchange Commission, sirvieron para regular los mercados y prevenir futuras crisis. Pero es esencial recordar que, aunque hemos avanzado en controles y regulaciones, la posibilidad de una crisis siempre está presente”.

El mundo entero vio cómo para 1931 se declaraban en quiebra alrededor de 40% de sus sistemas bancarios y el resto trataba de mantenerse en pie en medio de la crisis. En particular, para la comunidad mexicano-estadounidense de la época, donde la mayoría había migrado a Estados Unidos huyendo de la Revolución Mexicana, su situación cambió dramáticamente.

“Durante aquella época, muchos mexicanos y otros latinos que habían emigrado en busca de oportunidades se vieron repentinamente en una situación de vulnerabilidad extrema”, describe Dolores Fernández, economista y docente de la Universidad de Miami; “se creó [en estados Unidos] la política conocida como mexican repatriation [repatriación de mexicanos], lo que llevó a la deportación de cientos de miles [de mexicanos], siendo incluso la mayoría ciudadanos estadounidenses. Esta es una lección de cómo las crisis económicas pueden desencadenar respuestas políticas y sociales xenofóbicas”.

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Como durante la Gran Depresión la oficina del censo no estaba tan organizada como ahora, no hay números muy precisos; sin embargo, hay algunos datos y contextos que proporcionan una idea aproximada. De acuerdo con el censo, entre 1910 y 1930 llegaron a EU un promedio de un millón y medio de mexicanos.

Pero hay que considerar las miles de familias que ya estaban asentadas en el territorio perdido por México en 1848, las que en ese momento sumaban, según historiadores, más de 100 mil. A esto hay que considerar sus descendientes desde entonces y hasta 1933. Los cálculos encontrados señalan que los mexicano-estadounidenses y mexicanos deportados entre 1929 y 1933, que oficialmente duró la Gran Depresión, sumaron alrededor de 2 millones. Esto con la excusa de la falta de empleo, pero alimentado en mucho por el racismo.

“Lo que nos enseña la Gran Depresión es que los sistemas económicos no son infalibles”, escribe la especialista en economía Camila Ortiz. “Las historias de familias latinas que perdieron todo, que tuvieron que reinventarse y luchar en circunstancias adversas, resuenan en las crisis modernas; sin embargo, esas mismas historias latinas también nos recuerdan la resiliencia y capacidad para salir adelante otra vez”.

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