George Santos resultó ser no sólo mitómano, sino un vil ladrón. Pasó de ser una estrellita marinera en el Partido Republicano a una de sus más grandes vergüenzas.

Tanto, que el viernes pasado, los republicanos se sumaron a los demócratas para expulsarlo, por 311 votos contra 114, de la Cámara de Representantes.

Cuando en 2022 ganó su escaño por Nueva York, Santos sorprendió a los republicanos, que recibieron con ovaciones a quien les ayudó a alcanzar la frágil mayoría de que hoy gozan: 222 contra 214 demócratas. Poco duró la luna de miel. Los medios, que antes no se fijaron en Santos, comenzaron a hacerlo y destaparon la cloaca.

Resultó que Santos, nacido en Brasil, construyó su imagen política con base en puras mentiras. Llegó a Estados Unidos huyendo de un caso en su contra por fraude, pero una vez en la tierra del Tío Sam, continuó su camino criminal.

Ya metido en la política, decidió que alcanzaría el poder a costa de lo que fuera y se inventó una vida que iba de una tragedia a otra y de la que había salido airoso, casi como un héroe: que sus abuelos huyeron del Holocausto; que su madre sobrevivió a los atentados del 11-S; que trabajó en Wall Street, que se graduó de la Universidad de Nueva York… Falso, falso, falso, falso. Cuando se descubrieron sus mentiras, Santos se fue por el clásico: “se trató de una confusión”. Pero las dudas que despertó desde entonces en su partido eran apenas el principio. Santos sobrevivió a dos intentos de expulsión, más por la necesidad de los republicanos de mantener su mayoría y no ceder ante los demócratas que por su cariño a Santos.

En medio de una ola de sospechas, la Comisión de Ética de la Cámara Baja inició en marzo una investigación sobre Santos. Dos meses después, la fiscalía federal del Distrito Este de Nueva York acusó al representante de engañar a los donantes, robar durante su campaña al Congreso, de lavado, entre otros cargos.

Los ocho meses de investigación de la Comisión revelaron que la situación era mucho peor de lo que se pensaba. Encontró que Santos obligó a su comité de campaña a presentar informes falsos o incompletos; usó fondos de su campaña para fines personales —incluyendo pagar su cuenta de OnlyFans, tratamientos con bótox o adquirir artículos de lujo en Ferragamo— y violó la ley de Ética.

Santos se mantuvo en negación, acusando a sus críticos de querer tumbarlo por miedo a la forma meteórica en que había ascendido, por querer dañar al Partido Republicano. Las mentiras y sus actos delictivos hartaron a los republicanos, que finalmente entendieron que era mejor perder un voto que mantener en la Cámara Baja a un delincuente. Uno que hoy vende videos Cameo por 200 dólares.

Santos es justo el tipo de figura que los republicanos no necesitan, de cara a las elecciones de 2024, cuando buscan no sólo recuperar la Casa Blanca, sino el Senado y ampliar su ventaja en la Cámara Baja. Deshacerse de Santos cobró carácter de urgencia, al representar toda la corrupción de la que los estadounidenses están hartos.

Los republicanos tienen otra figura similar, que está acusado no sólo de fraude, sino de haber querido revertir los resultados electorales 2020; de atizar una acusación falsa de fraude electoral al punto en que el Capitolio fue invadido y el país vivió uno de los capítulos más vergonzosos de la historia estadounidense. Solo que éste no es congresista, sino su más firme aspirante a la Presidencia: Donald Trump. ¿Aprenderán la lección?

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