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Washington.- Los foros internacionales que reúnen a líderes de distintos países son el escenario perfecto para la demostración a nivel mundial de la heterodoxia de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Cuando va a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), sus discursos desatan polémicas; los encuentros con aliados de la OTAN están llenos de desplantes y faltas de protocolo.
Su reciente participación en el G20 de Osaka fue un desastre y ahora, con el G7 a punto de empezar en la localidad francesa de Biarritz, se espera un nuevo espectáculo de Trump en la esfera internacional.
El G7 del año pasado en Canadá terminó en un caos espantoso. Estados Unidos llegó tarde, se fue temprano y no firmó la declaración conjunta. El presidente Trump se enzarzó en una batalla dialéctica subida de tono con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau.
Se hizo icónica la imagen de todos los líderes del mundo tratando de explicar al estadounidense, como si fuera un niño de cinco años, algo de lo que estaban debatiendo, y circuló la versión de que Trump lanzó unos caramelos a la canciller alemana, Angela Merkel, al grito de: “Para que luego digas que no te doy nada”.
Stewart Patrick, experto en instituciones internacionales del Council of Foreign Relations, define al G7 como “una reunión de una familia disfuncional”.
“Debería ser una oportunidad para relanzar el multilateralismo, promover la democracia y domar la globalización para asegurar que funciona para todo el mundo.
“Lo más probable es que exponga las líneas políticas, económicas e ideológicas que amenazan la solidaridad occidental y la cooperación internacional”, resume el especialista en un artículo reciente publicado en World Politics Review.
Fuentes del gobierno japonés aseguraron hace tiempo a medios de ese país que no se plantea un comunicado conjunto con la firma de todos los asistentes. El presidente francés, Emmanuel Macron, lo confirmó recientemente: “Nos tenemos que adaptar a formatos. No habrá comunicado final, sino coaliciones, compromisos y seguimiento.
“Tenemos que asumir que en un tema u otro un miembro del club quizá no se una”. Un eufemismo diplomático para decir que es probable que la heterodoxia estadounidense sea otra vez una piedra en el zapato, para que las principales potencias vayan todas a una.
Para los expertos de Eurasia Group, una de las mayores consultoras de geopolítica del mundo, la razón real es tratar de no “enfadar” a Trump y si sale algo de la reunión, serán claves muy genéricas y sin compromisos claros. Todo para evitar un “espectáculo vergonzoso” como el de 2018.
La disrupción de Trump no se prevé única, puesto que esta vez no estará solo. El embrollo político en el que está inmerso Reino Unido ha colocado al trumpiano Boris Johnson como primer ministro, y británico y estadounidense se han intercambiado alabanzas y piropos de lado a lado del Atlántico.
El debut de Johnson en la arena internacional es para muchos una incógnita, pero es probable que se una a la cuerda de Trump para tener una buena relación de cara a futuros tratos comerciales, una vez Reino Unido salga de la Unión Europea.
“Será importante observar cómo se comportan y cómo Boris [Johnson] se mueve en estos círculos”, manifiestan desde Eurasia Group; especialmente habrá que ver cómo Johnson hace malabares entre su interés por Estados Unidos y la necesidad de tener buena sintonía con los grandes de Europa (Alemania y Francia) en las presuntas vísperas de la culminación del Brexit.
François Heisbourg, experto sobre Europa del International Institute for Strategic Studies (ISSS) de Londres, cree que la combinación Trump-Johnson, dos personalidades “conocidas no precisamente por su autocontrol”, aunque entretenidas, será “nitroglicerina política”.
Ambos líderes compartirán un desayuno el domingo, a solas, en lo que será una de las imágenes de la cumbre. Para muchos será la demostración de que, más que el G7, se está convirtiendo en el G5, con Estados Unidos y Reino Unido bailando a un son diferente.
“La buena relación no se ha examinado en el terreno internacional”, recuerdan desde Eurasia Group. Es probable que se manifiesten las tensiones entre Europa y Estados Unidos. Sobre la mesa no faltará el debate sobre las múltiples guerras comerciales iniciadas por Washington (y las negociaciones con la Unión Europea, además de otros bloques) y que tienen en ascuas a los mercados mundiales y el futuro dudoso del Brexit.
La cumbre tratará asuntos internacionales de primera plana, empezando por Siria y después con Venezuela e Irán, en especial en el último punto, donde hay grandes divergencias entre Estados Unidos y Europa; no se esperan grandes avances y menos tras las fricciones náuticas de las últimas semanas.
Donald Trump recuperó su idea de que Rusia regrese al club, del que fuera expulsado en 2014 por la anexión de Crimea. Parece que la disposición tiene más tracción ahora que hace unos meses, con Macron abierto a debatir el tema.
Por muchos eventos que se produzcan en el encuentro de este año, es probable que sólo sea recordado como el último de Merkel y el que sirvió de telonero para el de 2020, que se celebrará en Estados Unidos y, por tanto, permitirá a Trump definir la agenda.
“El G7 del próximo año será mucho más interesante”, asegura Patrick. Las primeras versiones apuntan a que será un encuentro de lo más trumpiano: como sede se está evaluando el resort que el presidente, anteriormente magnate inmobiliario, tiene en Miami con su nombre en letras doradas: Trump National Doral Resort.