Washington.— Nadie hubiera pensado, hace cuatro meses, que cuando el presidente de Estados Unidos,, volviera de viaje a Europa el objetivo sería otra vez el mismo: sanar las heridas con sus aliados europeos y convencerlos de que su país es confiable y el motor de la geopolítica mundial que siempre quiso ser. Biden encara su segundo viaje al extranjero, los dos al Viejo Continente, con la misma meta que el primero, tratando de poner a EU a la cabeza del movimiento global y ser la alternativa elegida a los intentos de dominio que llegan de Moscú y Beijing.

El programa oficial dirá que el encuentro entre los líderes de los países que integran el G20, que se celebrará el fin de semana en Roma, Italia, estará centrado en la pandemia y la recuperación económica, y que también tiene que servir de preámbulo a la conferencia COP26 días después en Glasgow.

Se hablará de energía, de cadenas de suministro, y EU tratará de consolidar el apoyo a su propuesta de implantar un impuesto mínimo de sociedades de al menos un 15% a nivel global, pero para Biden, el objetivo principal es recuperar el entusiasmo por la relación entre Washington y Europa.

“Nuestros socios europeos pensaron que la administración Biden sería una presencia estabilizadora tras los años tumultuosos de la administración Trump y que necesitaban a EU como fuerza estabilizadora porque Europa por sí misma es inestable e incrementalmente frágil”, comenta Heather Conley, quien fuera subsecretaria de estado adjunta en la Oficina de Asuntos Europeos y Euroasiáticos (2001-2005) y actual vicepresidenta para Europa del Center for Strategic and International Studies (CSIS).

Biden llegará a Europa con la política doméstica más o menos resuelta. Antes de embarcar al avión con destino a Roma, vendió como un éxito el haber conseguido un compromiso dentro de su partido para un paquete de gasto social que considera fundamental para su administración y su futuro legado. Un plan que es la mitad de lo que quería, sin promesas cruciales que ha tenido que desechar por la oposición de senadores centristas. Todavía el paquete no está acordado ni aprobado, pero es una buena hoja de ruta sobre qué está haciendo EU. Tener sobre el papel propuestas concretas, con augurios factibles de que se hagan realidad, deberá servir a Biden para poder impulsar medidas parecidas en el G20. O, al menos, poder vender su papel de líder mundial.

“Europa necesita una administración Biden muy estable. Sin embargo, ve cómo la administración Biden está en aprietos a nivel doméstico”, apuntaba Conley, días antes de la presentación in extremis del plan de gasto social. “[Europa] teme que los instintos que llevaron al presidente Trump al poder hayan regresado y que no esté seguro de que EU pueda ser un socio en el que pueda confiar”, añade, en unas declaraciones que coinciden con las que se hacían en la previa de la primera visita de Biden a Europa, con motivo del G7 y la cumbre la OTAN.

“Creo que 10 meses después de una administración dividida, hay un poco de frustración entre algunos aliados europeos”, coincide Benjamin Haddad, director del Europe Center del Atlantic Council. Esto se debe en mayor parte a errores no forzados por Biden. La caótica salida de Afganistán significó una pérdida de confianza de Europa. Las políticas proteccionistas de EU, amparadas en la necesidad de reactivación económica por el Covid-19, han puesto en jaque al resto del planeta. El golpe de gracia fue el AUKUS, la alianza en el sudeste pacífico que Francia tomó como una puñalada a sus intereses y creó una crisis diplomática sin precedentes entre París y Washington.

“La administración [Biden] creó una expectativa muy alta de una especie de reinicio en los lazos transatlánticos con EU, con una retórica de regreso, y hemos visto algunas turbulencias entre Afganistán y AUKUS, [además de] algunos de los irritantes también en los últimos años, como los aranceles comerciales”, comparte Haddad, quien también añade como factores de la erosión la prohibición de viaje de los europeos a EU a pesar de tener tasas de vacunación superiores. Resolver la tensión con Francia, aunque la Casa Blanca quite importancia, es uno de los temas más importantes que tiene entre manos Biden en Europa.

Desde la Casa Blanca, la importancia de la participación de EU en el G20 se vende como algo demostrativo de que la frase de que EU está de regreso al frente del liderazgo mundial es una certeza sin fisuras, a pesar de que parte del viaje a Europa sirva otra vez para limar asperezas con unos socios europeos que, tras 10 meses, deberían estar ya convencidos.

“Creo que veremos a EU con un papel central en el G20”, dijo el asesor en seguridad de Biden, Jake Sullivan, en el avión de camino a Roma. Gran parte del razonamiento es la no presencia en Italia de sus principales oponentes geopolíticos, China y Rusia, que declinaron estar representados en las cumbres con funcionarios del más alto nivel, algo definido como “interesante” por el asesor estadounidense.

El mandatario de Rusia, Vladimir Putin, y de China, Xi Jinping, no asistirán por dificultades derivadas del coronavirus; tampoco el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. El brasileño Jair Bolsonaro sí estará en el G20, pero no en la COP26.

“EU y Europa estarán ahí, unidos y llenos de energía”, había dicho Sullivan días antes.

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