Hasta sus 24 años, Teresa Weiler tuvo una vida tranquila. Desde muy pequeña supo que sus padres la adoptaron cuando era una bebé, y creció con el gran amor de ellos, quizá uno de los motivos que la llevó a no querer conocer más sobre sus orígenes. Pero en un momento de su vida hizo un “clic” y cambió de opinión, sin imaginarse que al acceder a esa información, sus días ya no serían los mismos, su plan a futuro tampoco. Por más de 20 años, guardó un gran angustia que la “liberó” cuando pudo contarlo.
Hoy, Teresa tiene 65 años, se describe como una “mujer fuerte y feliz, que siempre mereció ser amada”, pero a esa conclusión llegó tras décadas de sufrimiento. Su caso se dio a conocer en las últimas semanas, al brindar una entrevista con el medio The Sun. Es allí donde describe que el nacimiento de su sobrino, cuando tenía 24 años, encendió en ella el deseo de la maternidad, pero al caer en la cuenta dimensionó que no sabía nada acerca de sus datos biológicos, como las enfermedades de sus progenitores.
Fue en ese momento que decidió pedir a servicios sociales su expediente de adopción. “Siete meses después, me senté sola en una oficina anónima del consejo, mirando nerviosamente mi expediente”, recordó como el momento previo al caos que se desató en su vida. Tuvo de prestar mucha atención en su lectura porque la sorpresa no la dejaba creer lo que veía: era fruto de un incesto. Su madre era una joven de 16 años y su padre, el hermano de su progenitora, de 14 al momento de su nacimiento.
“Me quedé sentada en estado de shock, pensando: ‘Eso no puede estar bien’. Pero estaba ahí, en la página, en blanco y negro”, recordó sobre el momento. También la mujer encontró el motivo por el cual la dieron en adopción, se trataba del fruto de un delito, motivo que le llevó a pensar que si sus padres adoptivos hubieran conocido esa información no la querrían en su vida.
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Miles de pensamientos la invadieron. “¿Cómo podría transmitirles esta vergüenza a mis hijos, o incluso arriesgarme a que hereden una enfermedad horrible? En los segundos que me tomó leer mi documentación, mis sueños de maternidad se hicieron añicos para siempre”, recordó. También, supo que esa información se convertiría en un secreto para ella, por temor a la reacción de sus seres queridos, imaginando un desprecio.
La angustia y las incógnitas al respecto la llevó a buscar a esa mujer, para darle respuesta a todas esas preguntas que la rodeaban. En 1985, le vio la cara por primera y única vez. Fue a su casa y la recibieron amablemente. “En su sala vi a un hombre. Supe al instante que era su hermano, mi padre. Inmediatamente, mi ira se derramó”, indicó sobre el momento que despotricó contra sus progenitores. Cuando terminó, la mujer le sugirió que se fuera y que volviera con una lista de preguntas, que respondería. Pero cuando lo hizo, ellos ya no vivían allí.
Teresa sintió el segundo rechazo de su vida y, además, la convicción de que jamás tendría esas respuestas. Guardó silencio, angustia y esa lista de preguntas. Fue a sus 41 años que sacó su secreto a la luz, en diálogo con un amigo. “Me aseguró que nadie pensaría diferente por mi origen. En lugar de horror, solo respondió con compasión”, recordó. Y ahí conoció otro sentimiento: el alivio.
A partir de ese momento decidió contarle a su familia, poco a poco, y a sus 50 años fueron sus padres los que conocieron su secreto y lamentaron el gran padecimiento que paso Teresa al tener esa “carga” oculta. Hoy, con 65 años, aún piensa en aquellos hijos que no tuvo, pero ya no tiene el peso del secreto, es libre. “Soy alguien que ya no guarda secretos y sé que siempre merecí ser amado”, aseguró.
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