Nueva York.— Las esperanzas mundiales de conseguir las primeras vacunas antes de que termine el año crecen, tras el anuncio de Moderna de que su candidata es eficaz en 94.5%. Pero en medio de una nueva ola de la pandemia que golpea con fuerza, la OMS lanzó una clara advertencia: no es tiempo “de complacencias”.

Después de que la farmacéutica tecnológica Pfizer/BioNTech anunciara la semana pasada que su vacuna alcanzaba 90% de eficacia para inmunizar al cuerpo contra el SARS-CoV-2, Moderna dio a conocer que la dosis de inoculación en la que están trabajando superó por cuatro puntos porcentuales al laboratorio estadounidense y la empresa alemana.

En el caso de la vacuna rusa, Sputnik V, y de las chinas, han sido los gobiernos los que han señalado que son eficaces en más de 90%. Por lo pronto, las dos estadounidenses podrían recibir la autorización de la agencia de medicamentos (FDA), en la primera quincena de diciembre, de acuerdo con Moncef Slaoui, responsable científico de la operación Warp Speed, con la que el presidente Donald Trump planea vacunar a toda la población.

En una primera instancia, esto permitiría inmunizar desde la segunda quincena de diciembre a 20 millones de estadounidenses, prioritariamente los que están más expuestos a la enfermedad y los mayores de edad, y 25 millones más por mes a partir de enero, puntualizó el funcionario a la cadena televisiva MSNBC.

En cuanto a Europa, los funcionarios estiman que será posible comenzar las vacunaciones en enero, algo que está sujeto a que se expida la autorización.

El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, si bien celebró el avance clínico contra la pandemia, advirtió que “no es momento para complacencias”. Faltan meses, subrayó, para una disponibilidad generalizada. “Una vacuna por sí sola no acabará con la pandemia. Los países que están dejando que el virus se propague sin control están jugando con fuego”, dijo. “Muchos trabajadores sanitarios están al límite”.

La segunda ola en Europa es de preocupar, así como los rebrotes en Estados Unidos, donde muchos estados están adoptando restricciones. Inquietan, a la vez, los efectos a largo plazo en los sobrevivientes del coronavirus. Se trata de un virus, recordó Tedros, “que puede atacar cualquier sistema del organismo”.

ARN mensajero

Tanto la vacuna de Pfizer como la de Moderna utilizan la tecnología del ARN mensajero. En ambos casos se inyectan en el cuerpo hebras de instrucciones genéticas bautizadas ARN mensajero —fabricadas en laboratorio— para fabricar proteínas o antígenos específicos del coronavirus: sus espículas, esas puntas tan características que están en su superficie y le permiten adherirse a las células humanas para penetrarlas.

Estas proteínas, inofensivas en sí mismas, serán liberadas por nuestras células tras recibir las instrucciones de la vacuna, y el sistema inmunológico en respuesta producirá anticuerpos que, se espera, permanezcan activos durante mucho tiempo para reconocer y neutralizar el coronavirus en caso de infección.

Hasta ahora, son 10 las candidatas a vacuna que están en la fase 3 —la última— de ensayos clínicos. Pero mientras la vacuna es aprobada, los casos se siguen disparando en el mundo. Austria comenzará hoy otro cierre de escuelas y tiendas no esenciales; en tanto, Alemania apostaba por reforzar las medidas preventivas, y Noruega endureció las reglas de “confinamiento social” para los jóvenes. Incluso Suecia, cuyo enfoque para combatir el virus ha sido más laxo, anunció que restringirá las reuniones públicas a un máximo de ocho personas.

Y la distribución no será fácil. Las vacunas de ARN, por ejemplo, deben almacenarse a muy baja temperatura: la de Pfizer requiere -70°C. La de Moderna se almacena a -20 °C, lo que requerirá el mantenimiento de la cadena de frío desde la fábrica hasta las farmacias. Las de ADN se pueden almacenar a temperatura ambiente.

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