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Bruselas
La República francesa experimenta una nueva “revolución”. La revuelta en curso es ideológica, contestataria y política, y el desenlace de la misma definirá el papel a desempeñar por Francia y la Unión Europea (UE) en un mundo multipolar en el que la democracia liberal peligra y hay tentación de imponer un sistema en el que las decisiones no estén sujetas a ningún control, como ocurre en Washington y Budapest, con los dirigentes Donald Trump y Viktor Orbán, respectivamente.
Uno de los rostros de la “insurrección” francesa en curso es urbano y lleva como insignia el uso de un chaleco amarillo por parte de sus actores. El movimiento contestatario comenzó en noviembre del año pasado sin liderazgo, estructura ni una misma ideología.
“Este movimiento nos dice que una parte muy importante de los ciudadanos, especialmente los que viven a distancia de los poderes económico, político, intelectual y mediático no se sienten representados por el sistema y tienen la impresión, obviamente justa, de que las decisiones se toman en otro lugar”, dice a EL UNIVERSAL Yves Sintomer, profesor de Ciencia Política de la Universidad de París 8.
“Es una protesta muy fuerte en uno de los países que estaba en el centro del mundo y que ahora es un país medio, si bien sigue siendo rico, no puede influir mucho en el orden mundial. Es reflejo de un sentimiento muy fuerte de pérdida de estatuto, de respeto y de reconocimiento por parte de los de abajo”, continúa el analista.
Si bien los efectos siguen siendo desconocidos, la movilización popular conservará peligrosos elementos disruptivos, en tanto los inconformes no reciban una coherente y satisfactoria respuesta política: “Pese a que no ha sido un movimiento xenófobo, existe el riesgo de que al final la respuesta a sus demandas las encuentren en la derecha radical de Marine Le Pen. Una evolución peligrosa en esa dirección es una posibilidad real”.
Otro frente del levantamiento en curso tiene lugar en las casillas electorales, en las que los votantes han incinerado a los partidos hegemónicos, republicanos y socialistas, para abrir paso a movimientos “alternativos”.
La sublevación no ha cambiado la estructura del sistema político, basado en un presidencialismo que tiene poder sobre el Parlamento, pero sí los actores que definen el rumbo de la nación.
Fue esta rebelión electoral la que llevó al exbanquero Emmanuel Macron a convertirse en el presidente más joven de la V República. La meteórica victoria de La República en Marcha en los comicios de 2017 fue un voto a favor del centrismo y el deseo de renovación. “Corresponde a una crisis de los partidos tradicionales y de masa, quienes no son capaces de organizarse, de crear puentes entre la ciudadanía y los que gobiernan”, sostiene Sintomer.
Sin embargo, es probable que el proceso electoral siga evolucionando y no se detenga en Macron, quien podría terminar siendo un protagonista de un cambio transitorio. Las dudas sobre su futuro radican en la debilidad de su base y el hecho de que su ascenso al poder fue circunstancial, resultado de la falta de una alternativa creíble entre la derecha y la izquierda.
El problema es que la opción a Macron, hoy en día, es una altamente peligrosa. La Agrupación Nacional de Marine Le Pen, un partido que lleva el fascismo en su DNA político, es la fuerza política más votada en Francia, y a diferencia de la República en Marcha, cuenta con estructura, tradiciones, raíces y mayor credibilidad entre sus seguidores, especialmente en las clases populares.
“Es una alternativa potencial que podría terminar convirtiéndose en la fuerza más fuerte en las próximas elecciones presidenciales”, afirma el politólogo: “Para Europa, Le Pen en el poder sería como un terremoto, mientras que para Francia probablemente sería una decadencia de su modelo económico, político y cultural, muy similar a lo que representa el Brexit para Inglaterra, un retroceso fuerte”.
El tercer gran cambio al que se enfrenta Francia tiene de trasfondo una crisis de identidad, la desaparición del Eurocentrismo y la creciente pérdida de influencia en la definición de la colectividad mundial por parte del Eliseo.
“Estamos ante una evolución muy fuerte del paisaje geopolítico y, si nuestros sistemas políticos no son capaces de cambiar, van a quedar rezagados, su crisis de credibilidad va a ser aún mayor en los próximos años (...) La pregunta es en dónde va a caer Francia con su modelo económico. ¿En el lado de Alemania y Suiza o del lado de Italia? No se sabe todavía, lo que sí es claro es que con Marine Le Pen en el poder sería una catástrofe para el prestigio cultural francés”.
Un mito que perdura. El espíritu de la movilización que desencadenó la toma de la Bastilla hace 230 años y que para algunos historiadores sentó las bases de la democracia moderna, continúa presente entre los franceses. Aunque no como algo conceptual (fue un momento clave en la historia política, al marcar el nacimiento del parlamentarismo), sino como una leyenda de la identidad nacional.