"El miedo me hace estar alerta, no me ha impedido hacer nada", dice Amos Nachoum, un fotógrafo de la vida salvaje reconocido internacionalmente por sus imágenes submarinas.
Desde la Antártida hasta el Alto Ártico, ha buceado en entornos extremos para captar algunos de los más magníficos y escurridizos depredadores que viven bajo el agua.
Entre las muchas criaturas que ha fotografiado, su lista incluye ballenas azules, orcas, anacondas, cocodrilos del Nilo y, por supuesto, tiburones.
Pero a diferencia de la mayoría de los fotógrafos, Amos no utiliza una jaula de seguridad en el agua.
"Quería mostrar en una imagen lo que supone lidiar con el Gran Blanco", le contó al programa de radio de la BBC Outlook.
"Si no los provocamos, si no los importunamos, podemos estar con ellos pacíficamente".
De hecho, estaba a un metro de distancia cuando fotografió a un gran tiburón blanco.
Estamos acostumbrados a ver las fauces de un tiburón como símbolo de terror.
Pero el fotógrafo israelí ve elegancia, poder y belleza en el animal.
Durante los últimos 45 años, asegura que se ha esforzado por cambiar la idea errónea de que ciertas especies, como el Gran Blanco, son sólo máquinas de matar despiadadas.
"No hay demonios en el mar", suele decir.
Considerado en la actualidad como uno de los mejores fotógrafos de su campo, el primer contacto de Amos Nachoom con una cámara fotográfica se remonta a su adolescencia, cuando a los 12 años halló una en el almacén de su padre.
Vivía en Tel Aviv con sus padres, una pareja judía que había huido de Libia.
Amos aprendió a utilizar una vieja cámara y empezó a hacer fotos.
"Me di cuenta de que la fotografía me daba la oportunidad de expresarme", recuerda.
La relación con su padre, a quien describe como estricto, era difícil.
Se fue de casa a los 14 años para vivir y trabajar con los pescadores locales, que le enseñaron una habilidad muy importante: el buceo.
Más tarde, hizo el servicio militar, obligatorio en Israel, y luchó en la guerra árabe-israelí de 1973.
Amos dice que quedó traumatizado por la violencia y dejó Israel para empezar una nueva vida en Estados Unidos.
Condujo taxis en Nueva York y se ganó la vida haciendo trabajos ocasionales, antes de encontrar su lugar en el agua: como instructor de buceo.
Mientras acompañaba a un grupo de turistas en unas vacaciones de buceo, un estadounidense que hacía fotos con una cámara submarina le dio una idea.
Él también podía hacerlo.
Una vez que combinó el buceo con la fotografía, se propuso aportar una nueva mirada a las grandes criaturas que acechan bajo el mar.
"La relación general con los grandes animales, con los tiburones y las ballenas, era muy negativa", recuerda, "pero mi relación era muy positiva".
Amos tenía un sueño particular que quería alcanzar: ser el primer hombre en fotografiar un oso polar, en el agua.
Recuerda que su padre lo calificó de "misión suicida" cuando se enteró de sus planes.
"Había una desconexión total", cuenta Amos sobre su padre, que prefería verle asentarse y casarse.
"Se dio por vencido conmigo. No podía conectar con lo que yo hacía".
Sin inmutarse, Amos se dirigió al norte, al Ártico, en la primavera del año 2000.
Con la ayuda de un guía inuit local, avistó un oso polar macho y se lanzó al agua.
"Siempre se necesita un muy buen guía y mucha experiencia antes de hacer algo así, porque existe la posibilidad de que haya un accidente".
El viento empujaba su barco lejos de Amos, mientras el oso polar se acercaba cada vez más.
Pero Amos había hecho sus deberes de antemano. Había leído que los osos polares no podían sumergirse más allá de los 10 metros de profundidad.
"El oso polar es muy pesado y tiene mucha grasa en su cuerpo y en su piel. Tiene que esforzarse mucho para bajar", sostiene.
Décadas de experiencia le han enseñado a buscar señales en un animal que puedan indicar que un ataque es inminente.
Cuando el oso se acercó a seis metros de él, Amos se sumergió, y el oso le siguió.
"Entonces fue un drama", relata.
"Estaba a unos 15 o 17 metros y seguía bajando. Sólo podía ver sus zarpas, la nariz y el hocico. Sinceramente, me asusté".
Amos tenía pocas posibilidades de luchar o huir del gran carnívoro.
"Cuando estaba a unos 75 pies (22 metros), miré hacia arriba. En lugar de encararme verticalmente, hacia mí, el oso estaba más horizontal y nadaba a ese nivel".
Sobrevivió y, por suerte, cuando volvió a subir a la superficie, el oso polar se había ido.
Un viaje al Ártico cuesta mucho dinero y preparación, incluida la contratación de un avión chárter y la instalación de tiendas de campaña.
Amos estaba decidido a intentar por segunda vez tomar la fotografía de sus sueños.
La oportunidad llegó años más tarde, cuando su alumno Yonatan Mir realizó un documental sobre él, lo que les llevó a ambos al Ártico en 2015.
Se consiguió un presupuesto de un millón de dólares para el proyecto, una suma que les permitiría estar sólo cinco días.
Buscaron durante cuatro días sin suerte, hasta que llegó el preciado momento.
"Los vimos bajar la colina y meterse en el agua".
Por fin habían avistado a una madre osa con sus dos cachorros.
Sería la primera vez que se fotografiase a una osa polar con dos cachorros en esas circunstancias.
Esta vez Amos tenía un compañero de buceo, Adam, que estaba allí para filmar el acontecimiento.
"Se acercaban cada vez más y directamente hacia nosotros. Miré a Adam y me quité el regulador de la boca, sonreí y volví a poner el regulador y bajé", recuerda Amos.
"Ella (la osa polar) se acercó por encimas de nuestras cabezas. Me di la vuelta para hacerle una foto".
La imagen que tomó era la silueta de un oso, así que esperó a la toma que mostrara a los osos mirándole.
"La madre osa estaba inicialmente por encima del agua. Luego bajó la cabeza... Estuve haciendo clic sin parar, todas las fotos que pude hacer".
"Mi héroe"
Mientras Amos se dedicaba a enfocar a los osos polares, los realizadores del documental hablaron con su padre, que ahora está postrado en una cama, de vuelta en Israel.
"Mi buen chico, mi loco hijo y mi héroe", fueron sus palabras sobre Amos.
Durante la mayor parte de su vida adulta, Amos dice que apenas habló con su padre.
"Estaba aturdido. Me costó entender lo que salía de su boca y saber lo que pensaba de mí".
Su padre falleció antes de que Amos pudiera regresar a Israel.
Pero a su regreso, visitó el cementerio y se llevó la foto enmarcada del oso polar para colocarla en su tumba.
"He conseguido algo que él no creía que pudiera".
Pero el famoso fotógrafo también añade.
"Me retó a ser lo mejor que puedo ser".
(Puede escuchar la entrevista completa de Amos Nachoum aquí en inglés).
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