San José. – ¡Y vivieron felices para siempre!

El eterno final de los cuentos de hadas embelese y atrapa a millones de latinoamericanos y caribeños.

La ilusión cautiva: la princesa salvada por el príncipe azul para vivir un sueño idílico, convertir las fantasías en realidades y deslizarse a un alegre e infinito mundo de opulencia, ostentación, privilegios y placeres… sin aparentemente sufrir las preocupaciones plebeyas de pobreza, discriminación, trabajo y múltiples angustias de la sobrevivencia cotidiana.

Con designaciones que varían de una a otra casa o dinastía real, los abundantes títulos y rangos nobiliarios—reina, rey, princesa, príncipe, infanta, infante, duquesa, duque, condesa, conde, marquesa, marqués, archiduquesa, archiduque, baronesa, barón, vizcondesa, vizconde, baronetesa, baronet, dama, caballero, comendadora, comendador—atraen y deslumbran.

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La monarquía induce a la fascinación… ¿por qué?

La muerte el jueves anterior en Escocia de la reina Isabel II, luego de más de 70 años como monarca del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, confirma que en América hay una mezcla de admiración y… de envidia hacia todo lo que huela a nobleza y a realeza.

A las figuras (vivas o muertas) de Juan Carlos y Sofía y Felipe y Letizia en España, Isabel (1926—2022) y Felipe (1921—2021) y Carlos y Camila en Reino Unido y Grace (1929—1982) y Rainiero (1923—2005) y Alberto y Charlene en Mónaco, se incorporan otras emblemáticas—como las princesas Diana (1961—1997) de Gales y Carolina de Mónaco—que aún encandilan.

Aunque solo existe en forma simbólica en ocho países de América—Canadá, Jamaica, Granada, Bahamas, Santa Lucía, San Vicente y Las Granadinas, Antigua y Barbuda, Belice y San Cristóbal y Nieves—que fueron colonias británicas y en los que Isabel II reinó hasta el jueves y, desde ese día, su hijo, Carlos III, la institución monárquica genera encanto en el hemisferio occidental.

Aunque registró solo cinco viajes al área, Isabel II fue anfitriona de gobernantes y líderes políticos latinoamericanos y caribeños que aprovecharon su presencia en Londres para visitarla en su despacho del Palacio de Buckingham… y lograr la fotografía del recuerdo.

“Esto hay que entenderlo no desde América Latina y el Caribe, con historial de coronas que fueron los imperios coloniales europeos. En eso hay una visión negativa de la realeza”, afirmó el politólogo costarricense Carlos Murillo, director del Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo de la (estatal) Universidad de Costa Rica.

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“La fascinación con la realeza en este lado del mundo viene por los cuentos de hadas. Claro que en América Latina y el Caribe, aunque muchos gobernantes critiquen a las monarquías, serían felices pudiéndose haber tomado una fotografía con la reina Isabel, con el rey Felipe y con otros”, narró Murillo a EL UNIVERSAL.

“Hay fascinación del ciudadano común por esa parafernalia en torno a la realeza. Pero tampoco dudo que, en América Latina y el Caribe, algunos políticos y sus esposas serían inmensamente felices siendo parte de la nobleza”, subrayó.

Al plantear que “el rey o reina es jefe o jefa de Estado, es neutral, no representa a los partidos políticos y representa al Estado en su totalidad”, Murillo señaló una distancia institucional de esos sistemas con los que existen en los países latinoamericanos y caribeños.

“Esa es una ventaja (en las monarquías europeas) y uno de los grandísimos problemas de América Latina y el Caribe, donde el jefe de Estado y de gobierno es la misma persona y nunca será neutral. El jefe de gobierno no puede serlo por representar un proyecto político. El rey o la reina representa al Estado, a toda la sociedad”, aclaró.

Un factor que “se entiende” en Europa en las grandes monarquías—británica, española y holandesa—y en las otras es que “la corona es unidad del Estado, espíritu de la nación. Por eso tiene un increíble apoyo en unos países más que en otros”, aseveró.

Al relatar sus reacciones por la muerte de Isabel II, el abogado y politólogo peruano Josef Zielinski, profesor de Ciencias Políticas de la (no estatal) Universidad de Lima, admitió, por su parte, que “la fascinación me ha terminado invadiendo personalmente”.

“Desde niños siempre oímos los cuentos de hadas, princesas y príncipes azulas, reinas y reyes en un mundo perfecto, feliz y fantástico. Probablemente esa añoranza con ese mundo se refleja en una fascinación que genera tanta atracción en la población en general y entre los líderes mundiales”, dijo Zielinski a este diario.

Tras señalar que, formalmente, en las repúblicas occidentales con democracias liberales “todos somos iguales ante la ley”, reconoció que “en el fondo, sea como sea, nos guste o no, la gente sigue pensando que algunos son más iguales que otros”.

“Quizás la fascinación sea porque, inconscientemente, pensamos que la nobleza está en otro nivel. En el inconsciente de la sociedad queda la idea romantizada de que esas personas están en un escalón distinto a nosotros, los plebeyos”, explicó.

El pasado latinoamericano y caribeño también influiría en la fascinación, planteó.

“Sea como sea, la herencia monárquica de América Latina y el Caribe fue cortada por la independencia y tal vez en el fondo tengamos una añoranza con respecto a las pompas reales y al eventual orden de lo que vendría a ser un régimen monárquico”, advirtió.

En una zona sin nobleza, madres y padres arroparon a millones de latinoamericanos y caribeños con lecturas sobre un mundo inalcanzable para las mayorías: ¡felices para siempre!

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