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Cuando el coronavirus forzó el cierre de escuelas en Guatemala, a mediados de marzo, el profesor Gerardo Ixcoy invirtió sus ahorros en un triciclo de segunda mano para adulto.
Pero el triciclo no es sólo su medio de transporte. Es un salón de clases móvil, con cortinas de plástico a manera de protección contra la transmisión del coronavirus, un pizarrón y un pequeño panel solar para dar energía a un reproductor de audio que usa para sus clases.
Todos los días, Ixcoy, de 27 años, pedalea entre campos de maíz en Santa Cruz del Quiché para dar clases individuales a sus alumnos de sexto año.
Recientemente, Ixcoy fue al hogar de Paola Ximena Conoz, de 12 años. Se saludaron sin acercarse. Ixcoy sacó su trapeador, con el que mide la distancia que debe haber entre él y sus estudiantes.
La lección del día: fracciones.
Ixcoy es conocido como “Lalito 10”, el sobrenombre que le pusieron en la infancia. El profesor intenta visitar a cada uno de sus alumnos dos veces a la semana.
El salón-ciclo nació a partir de la necesidad. Ixcoy se dio cuenta de que la educación a distancia implicaba muchos desafíos en esta comunidad campesina.
“Intenté que los niños hicieran sus trabajos enviando instrucciones por Whatsapp, pero no respondieron”, dijo Ixcoy. “Los padres me dijeron que no tenían dinero para comprar paquetes de datos en los celulares, y otros no podían ayudar a sus hijos a entender las instrucciones”. El analfabetismo en la zona es de alrededor de 42%.
“Los teléfonos celulares que tienen en casa son muy básicos”, explicó Ixcoy. “No pueden bajar apps como zoom, que te permitirían dar una clase virtual”.
Para los niños, las clases representan romper con la monotonía de la cuarentena. Oscar Rojas, de 11 años, esperaba ansioso en la puerta de su casa a que llegara su maestro. La pandemia alteró su rutina. “No estoy recibiendo clases normales”, dijo. “El maestro Lalito sólo viene un rato a enseñarme, pero aprendo mucho”.
fbpt/nv
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