San José. – Cada vez que Estados Unidos acude a las urnas a elegir presidente, en América Latina y el Caribe resurge una pugna acerca de si una cruda realidad histórica demostró que, para los intereses regionales en pobreza, migración, narcotráfico, inversión o comercio, es irrelevante si la Casa Blanca está en manos de un demócrata o de un republicano y solo hay un cambio de tono para imponer un mismo poder imperial.
Sin importar si al frente de la presidencia de EU hay una jauría de halcones republicanos—la línea dura—o un rebaño de palomas demócratas—la línea moderada—, está en juego el nexo de Washington con su “patio trasero”, del río Grande, en la frontera con México, a Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente.
¿Qué les conviene a los 33 países latinoamericanos y caribeños, que el próximo 3 de noviembre se reelija el republicano Donald Trump o que triunfe el demócrata Joe Biden?
¿Qué significado tiene que, tras asumir el 20 de enero de 2017, Trump nunca viajó a América Latina y el Caribe, con lo que se diferenció de sus predecesores Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton, George H. Bush, Ronald Reagan y Jimmy Carter?
“Escarbando la superficie de la imagen que intenta proyectar cada candidato o partido, América Latina y el Caribe no la tienen fácil con ninguno de los dos”, alegó el analista político y abogado costarricense Pablo Barahona, ex embajador de Costa Rica en la Organización de Estados Americanos.
“Trump ve con desdén al subcontinente y su tesis de ‘neo guerra fría’ polariza y empobrece. Pero Biden no es ningún angelito ni buena noticia tampoco. En la administración Obama (2009—2017), América Latina fue involutivamente descuidada por el Departamento de Estado. Y Biden fue parte de ese antecedente”, explicó Barahona a EL UNIVERSAL.
“Ninguno cambiará los errores que combustionan la amenaza, no de las drogas, sino del crimen organizado. Ninguno se ocupó de la desigualdad social que amenaza la estabilidad política de la región más desigual del mundo: América Latina. La pobreza es el detonante de la migración ilegal que en apariencia tanto combaten, sospecho, sólo para llevar agua a sus molinos electoreros”, afirmó.
La agenda de Washington con los 33 muestra un panorama incendiario.
Sin apoyo de México y con respaldo de Canadá y al menos 15 de las 33, EU mantiene un fuerte choque con despliegue de sanciones económicas y políticas con Cuba, Venezuela y Nicaragua con la cuestión democrática en el trasfondo de un pleito sin perspectivas reales de solución a corto o mediano plazo.
Trump aceleró el choque con La Habana, Caracas y Managua. Washington ubicó a la revolución comunista cubana como epicentro, nervio y motor manipulador de las profundas dificultades en Venezuela y Nicaragua, lo que reiteradamente Cuba rechazó sin dejar de ratificar su lealtad con los gobiernos de esos países.
La duda que sobrevuela en la geopolítica es que, si lograr reelegirse, Trump podría sentirse con manos más libres para recurrir a opciones más radicales, como la militar, con respecto a Venezuela.
En la hoguera de líos sobresale el migratorio, una vieja crisis pendiente de solución que se exacerbó con Trump y su política anti—inmigratoria. Estimulado por los endémicos escenarios de pobreza y desigualdad, con una incontrolable violencia y una mayor inseguridad por la penetración de las distintas modalidades del crimen organizado, el fenómeno podría agravarse por el golpe socioeconómico del coronavirus.
Otro incendio que ganó fuerza es el narcotráfico, con un país—Colombia—como principal productor mundial de cocaína y un mercado—el estadounidense—como el más importante e insaciable centro global del consumo de drogas y con Washington autoproclamado como árbitro internacional para alabar o denigrar a los países que, bajo su criterio, se portan bien o mal en el combate al contrabando de estupefacientes.
En el mapa está una mayoría de naciones latinoamericanas y caribeñas convertida en puente, bodega y base de los cárteles mexicanos y colombianos para desarrollar la narcoactividad como plataformas del “lavado” y de un menú de tareas paralelas y afines de corrupción política y empresarial.
Al ardiente paisaje se incorporan asuntos de constante tensión, como el comercio y con EU como mayor socio de la casi totalidad de países del área y las crecientes relaciones económicas y políticas con China, reprobadas por Washington.
A juicio del analista político y periodista peruano César Campos, América Latina y el Caribe arrastran una tradición sobre las elecciones de EU que “se consolidó por una preferencia al Partido Demócrata desde la elección de John F. Kennedy” en 1960 y asesinado en 1963 en vísperas de cumplir su tercer año de gobierno.
Campos atribuyó esa tendencia a que Kennedy fue el primer presidente católico de EU, que es la religión que profesa la mayoría de latinoamericanos y caribeños.
“Pero (la inclinación) también se debió a que Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso, una iniciativa (de ayuda socioeconómica) que pretendía acercar a EU a esta parte del hemisferio occidental que (los estadounidenses) habían abandonado por mucho tiempo o que, en administraciones republicanas, significó pasto de invasiones o intervenciones (armadas) y auspicio de dictadores militares”, adujo.
Campos declaró a este periódico que “eso se ha mantenido porque, posterior a Kennedy, ciertamente los gobiernos republicados han tenido más una perspectiva intervencionista”, como ocurrió con las invasiones militares de EU a Grenada, en 1983 en la administración Reagan, y a Panamá, en 1989 en la de Bush padre.
“Sin embargo, ahora el espíritu de la mayoría de los pueblos latinoamericanos y caribeños está tan polarizado en su sentimiento hacia EU tanto como lo está en ese país”, indicó.
Para unos sectores, Trump representa la “resistencia dura y pura al extremismo izquierdista” en América Latina y el Caribe, mientras que a Biden lo perciben como “el vehículo de la consolidación del mensaje liberal y tolerante con todos los extremismos de izquierda que pueden haber surgido en nuestra región”, describió.
“Otros creemos que Trump ha lesionado terriblemente la esencia tolerante de la democracia, de la conversación y del entendimiento y destruido todos los sistemas multilaterales que apuntaban a beneficiar el comercio internacional, la defensa del medio ambiente y los derechos humanos”, añadió, en referencia al ataque de la Casa Blanca a los foros globales sobre esos y otros factores cruciales de la política mundial.
Para el abogado y politólogo salvadoreño Benjamín Cuéllar, dirigente de Víctimas Demandantes (VIDAS), colectivo (no estatal) de El Salvador de defensa de derechos humanos, si Trump se reelige o triunfa Biden “no habrá que esperar ningún cambio” en la política de EU para América Latina y el Caribe.
“Son diferentes los intereses de EU en lo interno que hacia afuera de sus fronteras. Lo vimos con Obama cuando ocupó el cargo (2009—2017): fue el periodo en el que más deportaciones ha habido en los últimos años”, dijo Cuéllar a este diario.
Pese a que Obama impulsó la Alianza para la Prosperidad, un plan de desarrollo socioeconómico de Honduras, Guatemala y El Salvador para tratar de contener la masiva migración irregular de los ciudadanos de esas naciones a EU, ese plan “francamente no le cambió el rostro a ninguno de los tres países”, reprochó.
“No espero mayores cambios. Los intereses de EU en la zona son combatir el narcotráfico y detener la migración al menos en el Triángulo Norte de Centroamérica. Y creo que esa migración va a seguir. No me hago mayores ilusiones con EU respecto a sus políticas para la región”, puntualizó.
Millones de latinoamericanos y caribeños que alguna vez fueron migrantes ilegales y ya están nacionalizados estadounidenses podrán votar el 3 de noviembre, por lo que los dos aspirantes presidenciales buscan vías de todo tipo para seducirlos y una de las prioritarias es la migratoria. Trump ofrece garrote y Biden propone zanahoria… pero esconde el garrote.