Madrid.— La decisión de países como España de prescindir del cubrebocas en zonas exteriores ante el retroceso de la pandemia ha sido acogida con alivio por muchos ciudadanos, sobre todo jóvenes. Sin embargo, un porcentaje significativo de españoles (25%, según las encuestas), no se fían del todo y seguirán llevando el tapabocas por precaución.
Mientras los países europeos que han levantado parcialmente las restricciones argumentan que el porcentaje de vacunados y el repliegue de la pandemia, con un número cada vez más tolerable de fallecidos y contagiados, permiten hacer ciertas concesiones, los expertos más cautos tachan la medida de precipitada.
Israel, con casi 60% de su población vacunada y uno de los más avanzados en la lucha contra la epidemia, es un ejemplo de los riesgos que se corren cuando se adoptan políticas liberalizadoras sin que el virus esté arrinconado.
Tras decidir su supresión, Israel volvió a reimplantar el uso del cubrebocas en todos los lugares públicos cerrados, ante el aumento de los contagios por dos nuevos brotes de virus, lo que parece dar la razón a aquellos especialistas que opinan que para plantear la retirada del cubrebocas hay que alcanzar antes la inmunidad de rebaño (70% o más de la población totalmente vacunada) y estar por debajo de los 25 casos por cada 100 mil habitantes.
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Los países europeos registran una tasa de vacunación completa que oscila entre 15% y 60%, con tasas de incidencia que se mueven entre los 25 y los 120 casos por cada 100 mil habitantes, cifras ambas que una parte de los epidemiólogos considera insuficientes para desechar el cubrebocas, ni siquiera en el exterior. En zonas urbanas concurridas la distancia social varía permanentemente, por lo que no hay garantías de que se respete siempre el metro y medio de separación.
Además, según estos especialistas, renunciar al cubrebocas cuando se está al aire libre puede facilitar los contagios en espacios interiores, ya que es relativamente fácil que el portador se confíe y prescinda del protector facial en lugares en que necesita llevarlo, aunque sólo sea por unos breves instantes. Su desuso en ciertos emplazamientos también puede contribuir a que el usuario se distraiga y deje en casa la mascarilla, o que ceda a la tentación de entrar sin protección en sitios cerrados, si va a hacer una visita rápida.
Por el contrario, otros científicos aseguran que el foco hay que ponerlo en los interiores, ya que al aire libre nunca es necesaria la utilización del cubrebocas, si las personas mantienen una saludable distancia.
En este contexto de incertidumbre, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de España, Fernando Simón, advirtió que si los contagios suben notablemente en el país europeo, las autoridades ibéricas no descartan la posibilidad de que las mascarillas vuelvan a ser obligatorias en la calle, donde actualmente no se precisan, siempre y cuando sea posible guardar la sana distancia.
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“Lo importante es atajar al virus, y erradicarlo o hacerlo testimonial. Medidas apresuradas pueden llevarnos a nuevos recrudecimientos de la pandemia. Antes de prescindir de los cubrebocas, hay que reducir al mínimo la incidencia del Covid-19”, asegura Marciano Sánchez Bayle, vocero de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, luego de considerar que incluso con tasas de vacunación de 50% o 60% no es aconsejable desechar el cubrebocas, sobre todo cuando la incidencia de contagios sigue siendo alta.
España, con más de 30% de su población inmunizada con dos dosis, era uno de los países de Europa con una utilización más estricta del tapabocas, que se hizo obligatorio en todos los espacios públicos desde el verano de 2020.
EL UNIVERSAL recabó algunos testimonios para contrastar pareceres sobre el hecho de que en España se pueda volver a pasear con el rostro descubierto. Resultado: no existe consenso.
“Yo la voy a seguir llevando. No estoy de acuerdo con que se quiten las mascarillas porque hay mucha gente que está sin vacunar todavía, sobre todo los jóvenes”, comenta Asun, conserje de 45 años.
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“No me siento aún segura. He pasado el Covid y creo que el cubrebocas me ayuda a protegerme”, dice Lola, profesora de yoga.
“En sitios cerrados desde luego no me la voy a quitar porque me siento cómoda y protegida. En el exterior, si voy andando sola al aire libre y no hay mucha gente alrededor, sí me la quitaré”, dice Elisabet, una joven estudiante de Albacete.
“Cuando esté fuera sin mucha gente, no me hará falta. Pero si veo que hay muchas personas alrededor creo que la seguiré llevando. En interiores no hay elección posible porque es obligatoria”, señala Ana, maestra de un colegio de Madrid.
“En principio, seguiré con el tapabocas porque me da mucho miedo [contagiarme]. Luego veré, y si la gente es responsable me la iré quitando”, relata Rocío, de 38 años y madre de tres hijos.
En la Unión Europea (UE), sólo Grecia mantiene la obligatoriedad del cubrebocas en todos los espacios públicos, luego de que Italia decidiera el pasado 28 de junio desechar el protector facial en zonas exteriores, salvo cuando se trate de eventos masificados, como mercados o ferias.
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La mayoría de los países europeos que impusieron el uso del cubrebocas de manera generalizada optaron en las últimas semanas por relajar su uso en la calle para dar un respiro a sus ciudadanos, ya que muchos de ellos muestran signos de saturación tras haber soportado confinamientos muy prolongados.
En cualquier caso, las tasas de vacunación en Europa y la incidencia de los contagios desaconsejan bajar la guardia. Además, la aparición de nuevas variantes como la Delta pueden complicar otra vez el panorama epidémico si se descuidan algunas medidas básicas de seguridad.