Bruselas.— A pesar de que el contrabando de cocaína se ha visto severamente perturbado por la pandemia, existe el riesgo de que tras la crisis de coronavirus Europa reemplace a Estados Unidos como el mayor mercado del “polvo blanco”.
La alerta es emitida en un informe publicado conjuntamente por las organizaciones InSight Crime y Global Initiative Against Transnational Organized Crime, y elaborado con financiamiento del gobierno noruego.
El estudio examina la problemática de la cocaína en Europa, así como las perspectivas de un negocio que, antes de la emergencia sanitaria, había llegado a un punto en el que el mercado europeo comenzaba a competir en términos de volumen con el estadounidense.
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La investigación sostiene que el comercio de cocaína no quedó exento de los impactos de la pandemia. La actividad ilícita se vio perturbada por la reducción del tránsito de contenedores marítimos entre América Latina y Europa, la suspensión de la actividad naviera en las aguas del Caribe, la caída del tráfico aéreo y el aumento de los controles aduaneros como resultado de la disminución de la carga de trabajo.
El negocio también se ha visto afectado por la prohibición de los viajes personales, lo que “complica la planificación y el cierre de tratos”; así como por la disminución de los puntos de venta al menudeo a raíz de los drásticos confinamientos.
Aunque la evidencia sugiere que los grupos criminales trasnacionales se están adaptando rápidamente a los desafíos planteados por la pandemia.
“Si el consumo de cocaína en Europa se recupera rápidamente y se desarrollan aún más los nuevos mercados en Europa del Este, Europa podría rivalizar con Estados Unidos en términos de la problemática de la cocaína”, alerta el documento.
“Incluso, si enormes cargamentos de cocaína, controlados por mafias europeas, transitan por la UE en su camino hacia otros mercados en Asia, los desafíos podrían superar incluso a los que enfrenta Estados Unidos”.
La investigación sostiene que las autoridades europeas siguen subestimando la amenaza que supone el tráfico de cocaína, al ser percibido como un problema lejano y que se limita al continente americano.
No obstante, el reporte sostiene que el comercio de cocaína debería ser motivo de gran preocupación para Europa, considerando que desde una perspectiva comercial, resulta mucho más atractivo mirar hacia el Viejo Continente que a Norteamérica.
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Los precios de la droga son significativamente más altos y los riesgos de detección y de confiscación de activos son más bajos.
Un kilogramo de cocaína en territorio norteamericano vale unos 28 mil dólares al por mayor, mientras que en suelo europeo sale entre 40 mil y 80 mil dólares.
Antes de la aparición de Covid-19, la cocaína ya suponía un problema creciente en Europa, los envíos y la violencia asociada estaban a la alza.
Durante 2019 y los primeros meses de 2020, se estima de manera extraoficial que cada mes llegaban a Europa sin detección entre 500 y 800 toneladas.
“Quizás lo más preocupante de todo, es el fortalecimiento de las mafias europeas gracias a la riqueza generada por el tráfico de cocaína”.
Pone de ejemplo el caso de la Ndrangheta, en Italia, cuya expansión por el globo tiene que ver directamente con la cocaína. La misma evolución muestran las agrupaciones criminales de los Balcanes, como el Cártel Tito y Dino de Bosnia-Herzegovina y Grupa Amerika, banda nacida en Serbia y con presencia en el Benelux, Argentina, Perú y Ecuador.
“Las amenazas a la seguridad nacional que presentan estas estructuras criminales son claras y crecientes”, indica el documento.
“Pero a diferencia de los cárteles mexicanos en Estados Unidos, ninguno de ellos tiene la capacidad de excluir del mercado a otros actores europeos”, agrega.
Del lado latinoamericano, los colombianos siguen siendo protagonistas en las ventas a Europa; unos 13 mil 493 colombianos habitan en cárceles europeas, mayoritariamente en España e Italia.
En los últimos años el trasiego de la droga ha evolucionado, alterando los métodos, las rutas y los puntos de acceso.
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La droga llega a Europa oculta en contenedores marítimos y “camellos” en aviones chárter, aunque en noviembre de 2019 las autoridades españolas descubrieron el primer narco-submarino capaz de cruzar el Atlántico. Fue interceptado con 3 toneladas valuadas en 90 millones de euros.
Desde finales de los 80, España había sido considerada la puerta de entrada por excelencia a Europa, principalmente por la sólida alianza con los traficantes de Galicia, pero ahora comparte ese título con Bélgica y Holanda.
Los mafiosos han preferido la infraestructura de los puertos de Amberes y Róterdam para mover con mayor rapidez y eficiencia la mercancía al resto de Europa.
Otra ruta en asenso es la que pasa por Mauritania, Guinea y Nigeria para después salir por tierra y aire rumbo a Marruecos, territorio usado como punto de tránsito para mover la carga en lanchas rápidas y contenedores marítimos rumbo a Italia, Grecia, Albania, Bulgaria, Rumanía y Turquía. La Europa rica es cada vez más atractiva para hacer llegar la sustancia a Rusia y Asia. En los mercados de China y Australia el kilo de cocaína supera los 100 mil dólares.
Igualmente hay una diversificación de los actores. Los italianos fueron pioneros en amarrar el negocio con los cárteles colombianos en los 90, pero al paso de los años otras agrupaciones europeas se han ido sumando.
En la actualidad el mercado de la cocaína europeo está formado por una constelación de sindicatos criminales compuestos por sujetos de diferentes nacionalidades. Las redes criminales dependen de la subcontratación de especialistas en transporte, lavado de dinero, asesinatos a sueldo, sobornos a autoridades, así como de abogados, contadores y banqueros.
“Mientras Europa combate la pandemia, la crisis económica, el terrorismo islámico, las tensiones políticas internas y la migración irregular, el comercio de cocaína ha ido descendiendo hacia abajo en la lista de prioridades gubernamentales”.
Las incautaciones pasaron de 32 toneladas en 1998 a 121 toneladas en 2006, y tras caer a 53 toneladas en 2009 se ha registrado un aumento intermitente llegando a las 142 toneladas en 2017 en la UE, Noruega y Turquía.