Bruselas
Los líderes de la Unión Europea (UE) finalmente tuvieron algo que celebrar este año. En su última ministerial, recibieron la buena noticia de que Reino Unido definitivamente se va del bloque.
No es que estuvieran deseosos de que los británicos se retiraran de la Unión, más bien, se encontraban agotados por la incertidumbre del Brexit y el desgaste provocado por el caos político en Westminster. El 2019 aparecía como el año en el que el Brexit debió ocurrir, pero por la composición de la Cámara de los Comunes (la entonces premier Theresa May perdió la mayoría en los comicios generales de 2017) obligó a aplazar en tres ocasiones la retirada: 31 de marzo, 12 de abril y 31 de octubre.
Una vez desbloqueada la situación tras la mayoría absoluta alcanzada por el premier Boris Johnson en los comicios parlamentarios del 12 de diciembre, no hubo fuerza capaz de frenar la retirada de Londres el 31 de enero.
“Es un buen resultado para Reino Unido tener una mayoría estable. Es bueno para nosotros que haya una mayoría clara en Londres para acabar con la incertidumbre”, declaró durante la cumbre de invierno Xavier Bettel, primer ministro de Luxemburgo.
Ya hay certeza ante la pesadilla iniciada hace tres años y medio con el resultado del referéndum, en el que la mayoría de los británicos votó por retirarse del bloque, pero para mala fortuna de los líderes de la UE, el alivio de saber que los británicos se van con acuerdo a finales de enero durará poco.
El pacto de retirada suscrito por Joh- nson y la UE ofrece garantías sobre la factura de salida, los derechos de los 3.5 millones de comunitarios que viven en Reino Unido, y el cumplimiento del Acuerdo de Viernes Santo en Irlanda del Norte. Falta definir las futuras relaciones y las discusiones serán más complejas y conflictivas de lo que han sido, prevén expertos como Camino Mortera, del Centre for European Reform, y Lynn Bennie, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Aberdeen.
Son muchos los temas e intereses en disputa: desde quién tiene control sobre qué patentes hasta la posibilidad de que los pescadores tengan libre acceso a los puertos. El mantenimiento del status quo es el escenario ideal, pero las partes tienen puntos de partida distintos.
La Comisión Europea, de Ursula von der Leyen, se plantea como meta alcanzar una relación “lo más estrecha posible”, mientras que el premier ha dicho en varias ocasiones que su objetivo es un acuerdo en Reino Unido que quede mínimamente atado a las normas y reglas de la comunidad europea.
Johnson llegará a las negociaciones prácticamente con carta blanca para tratar de romper las reglas que atan a la legislación británica con el acervo comunitario. Los comicios británicos no sólo despejaron el camino al Brexit, sino que consolidó el poder del lado más radical del Partido Tory.
En caso de que intenten materializar su desdén por Europa, hoy no hay fuerza doméstica capaz de contenerlos; los laboristas cuentan con 203 legisladores frente a 365 conservadores. La canciller alemana, Angela Merkel, advierte sobre el riesgo de que emerja un competidor comercial en las puertas de acceso a la Unión. Y está el factor tiempo. Los socios tienen 11 meses, hasta el 31 de diciembre de 2020, para darle un nuevo orden, con un acuerdo comercial, a más de 45 años de integración.
El periodo transitorio puede prolongarse, pero el premier descartó eso, lo que podría volver a colocar los lazos entre la UE y Reino Unido en peligro. “Once meses es poco para que la Comisión negocie un acuerdo integral que cubra no sólo el comercio, sino también otras cuestiones de política”, reconoce Agata Gostyńska Jakubowska, del think tank Centre for European Reform. Prevé que el equipo negociador comunitario, encabezado por Michel Barnier, centre sus baterías en negociar los sectores que tendrían mayores implicaciones para la UE y RU en un escenario sin acuerdo.
Sostiene que la estructura del grupo de trabajo de Barnier sugiere que el comercio y la seguridad serán las prioridades para la UE. En cuanto a la estrategia británica, Jakubowska dice que estará basada en buscar la división, en tratar de alcanzar acuerdos paralelos con Estados y en echarle la culpa a Europa ante un eventual colapso del diálogo.