Bruselas.— Si las estadísticas no fallan, próximamente la comunidad internacional sabrá si el conflicto en Ucrania tiene una salida diplomática negociada o terminará convirtiéndose en una prolongada guerra de trincheras.

El plazo para sofocar a corto plazo el choque armado iniciado por el presidente Vladimir Putin en principio debería expirar en 2023, de acuerdo con la información aportada en un estudio publicado por el Center for Strategic and International Studies de Washington con base en los datos del Uppsala Conflict Data Program.

El análisis muestra que desde 1946, 26% de las confrontaciones bélicas entre Estados terminan en 30 días, mientras que 25% en menos de un año; la campaña militar de Putin inició el 24 de febrero. Cuando los choques entre países superan la barrera de los 12 meses, se prolongan a más de una década en promedio, con enfrentamientos intermitentes.

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Si bien cada confrontación es única, los datos duros muestran que el tiempo se agota para encontrar la salida diplomática que evite el escenario más peligroso y doloroso. El riesgo nuclear estará presente en tanto no llegue la tregua definitiva. Por lo pronto, la guerra ya superó los tiempos probablemente estimados en el Kremlin. Las incursiones previas realizadas por el ejército ruso no habían superado el trimestre de actividad, como está ocurriendo en Ucrania. El plazo para la paz dependerá en gran medida de lo que resuelvan los principales contribuyentes europeos a la defensa ucraniana. Tendrán que decidir si están dispuestos a seguir con su apoyo hasta la capitulación de Moscú, con relación a sus ambiciones estratégicas hacia Ucrania, o comienzan a presionar para una paz negociada.

Polonia y los pequeños países bálticos, localizados en primera línea de defensa, están dispuestos a recorrer todo el camino, saben que es la única ruta para evitar un nuevo intento de invasión en el futuro. La postura del resto de los socios de la Unión dependerá en gran medida de la evolución del apoyo doméstico, del nivel de resistencia de los hogares europeos frente al impacto del encarecimiento de los precios, provocado por la guerra y los efectos de la pandemia. El año que comienza seguirá siendo igual de desafiante que el que concluye para el bolsillo de los europeos. Las perspectivas de inversión del banco holandés ABN-AMOR dicen que una recesión es inevitable y será más profunda en Europa que en Estados Unidos por la crisis energética.

Si bien es difícil pronosticar el desarrollo de la guerra en Ucrania, no anticipa un aumento de las exportaciones de gas ruso a la UE, lo que significa que los precios de la energía se mantendrán al alza, traduciéndose en costos más altos para consumidores y empresas, incluso con el parcial apoyo gubernamental. La buena nota, resalta la entidad financiera, es que se espera una caída rápida de la inflación, cerca de 4% anual, así como una leve mejora de la economía a partir de la segunda mitad del año, tras la recesión.

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Focos rojos

Con excepción de España y Turquía —el primero debe celebrar a más tardar elecciones generales el 10 de diciembre y el segundo tiene programadas parlamentarias y presidenciales en junio— el año que arranca no será uno de gran actividad electoral.

Esto significa que las capitales europeas tendrán un confortable colchón político para operar, aunque no podrán estirar demasiado la liga, tienen que ser cuidadosas y evitar que la erosión del Estado de bienestar trascienda en movimientos de protesta.

Una de las tareas principales será preparar el terreno rumbo a las elecciones europeas de 2024, en las que la derecha radical intentará afianzar su progreso en el Parlamento Europeo. Italia seguirá acaparando los reflectores en Europa. Bruselas conocerá quién es realmente Giorgia Meloni, la extremista de derecha o una política que hábilmente utilizó la incendiaria retórica del populismo para llegar al poder con la intención de alinearse al resto de Europa. Si bien fueron muchas las promesas hechas por Meloni, el gran desafío para el partido con elementos posfascistas Hermanos de Italia será mantener alineados a los miembros de la coalición, Fuerza Italia de Silvio Berlusconi y La Liga de Matteo Salvini, dos políticos con agenda propia y comportamiento impredecible.

Maartje Wijffelaars, economista del banco Rabobank, asegura que las finanzas del gobierno italiano probablemente serán peores de lo anticipado, por lo que “será cada vez más difícil satisfacer los deseos de los socios de la coalición y brindar apoyo financiero a gran escala para suavizar el golpe de la crisis energética”.

En las últimas tres décadas, en promedio los gobiernos en Italia han tenido una duración menor a los 20 meses; y desde 1945 han transitado por Palacio Chigi 69 gobiernos de distinta ideología.

Reino Unido seguirá dando titulares y no sólo por la celebración que ofrecerá la monarquía con motivo de la coronación del rey Carlos III. Rishi Sunak recibió las llaves del 10 de Downing Street como resultado de escándalos, traiciones y división al interior del Partido Conservador. No está dicho que su puesto como premier esté asegurado, no tiene la legitimidad que dan las urnas, ni el apoyo de toda la bancada Tory, lo que podría conducir a la caída de su gobierno y convocar a elecciones anticipadas, que deben celebrarse antes de enero de 2025. Desde 2016, cinco líderes conservadores han estado frente a la jefatura de un gobierno que no encuentra la fórmula de reactivar la productividad del país.

Por otro lado, podría ser el año del fin del Reino Unido. La ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, espera celebrar el 19 de octubre un referéndum en el que los escoceses decidan si su destino está con la corona británica o con la Unión Europea.

La primera consulta sobre la independencia de Escocia tuvo lugar en 2014, la permanencia se impuso con 55% frente a 45% a favor del divorcio. La situación hoy es distinta, entonces los escoceses eran miembros del mayor mercado único del planeta, que perdieron por el Brexit.

El 62% de los escoceses votó por permanecer en la UE, mientras que 53% de los ingleses y 52% de los galeses apoyaron la retirada. Sturgeon desea darle a Escocia la oportunidad de elegir su destino, hoy impuesto por otros.

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