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Hasta ahora, la crisis venezolana ha sido analizada desde la perspectiva de su clara violación de las reglas básicas de la democracia electoral. Pero hay otra dimensión que debe evaluarse y discutirse: el riesgo de que se involucren en ella potencias ajenas a América Latina y el Caribe.
Consideremos el contexto global. En los últimos años, los conflictos focalizados en otros continentes han dado paso a guerras más amplias. La guerra entre Rusia y Ucrania ha provocado la intervención de todas las grandes potencias de una forma u otra. El conflicto en Medio Oriente, que en un principio enfrentó a Israel contra Hamas, amenaza con transformarse en una guerra de grandes proporciones. En Sudán, Yemen y Siria continúan los conflictos armados con intereses extranjeros.
La región de América Latina y el Caribe representa una notable excepción: se trata de una autodeclarada “zona de paz” libre de guerras entre Estados. La última de ellas en nuestra región (la brevísima Guerra del Cenepa entre Ecuador y Perú ) tuvo lugar hace casi 30 años.
Por supuesto, la violencia en muchos países de América Latina es endémica y atroz, y a veces se extiende a los territorios vecinos, pero la región ha evitado los conflictos entre naciones durante años.
Esta contención es especialmente notable, dado nuestro pasado como región de confrontaciones internacionales potencialmente explosivas, como fue el caso durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962 y el conflicto de las Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña en 1982, ambos casos en los que participaron potencias externas con capacidad nuclear.
Pero hoy, la inestabilidad en Venezuela ha llegado a un punto que podría afectar la paz regional. La situación, que ya ha sufrido una década de la inflación más alta del mundo junto con una creciente pobreza, enfermedades y delincuencia (que ha provocado la huida de millones de venezolanos de su patria), ha llegado a una etapa de crisis por la negativa del presidente Nicolás Maduro a aceptar su derrota en las elecciones de julio.
Maduro se mantiene firme en su determinación de iniciar un nuevo mandato el 10 de enero, apenas 10 días antes de que Estados Unidos, con una larga trayectoria de proyección de poder en América Latina, tome posesión del cargo del ganador de las elecciones presidenciales de noviembre. Sin importar quién entre en la Casa Blanca, existe la posibilidad de interrumpir los canales diplomáticos entre Washington y Caracas, que ya son mínimos.
Y es probable que estas tensas relaciones se agraven por la presencia típicamente oportunista y provocadora de Rusia (en relación con Estados Unidos) en la cuenca del Caribe. Moscú, el principal proveedor de armas de Venezuela desde el régimen de Hugo Chávez, sigue fortaleciendo su relación con Maduro Si Rusia enfrenta más reveses en su guerra con Ucrania, el presidente Vladimir Putin podría ver a Venezuela como una forma de sacudir a Estados Unidos en su propio “patio trasero”, y Washington tiene antecedentes de reacciones exageradas y enérgicas a ese tipo de participación en este hemisferio.
En el futuro, Venezuela, con las reservas petroleras más probadas del mundo, seguramente estará en el centro de cualquier disputa sobre activos críticos. Esto por sí solo podría poner a Venezuela en el centro de una rivalidad global que involucra a Estados Unidos, Rusia y China. El potencial de conflicto regional se ha exacerbado en los últimos años por el descubrimiento de importantes reservas de petróleo en la vecina Guyana, un país con el que Venezuela ya tiene una disputa fronteriza. Este año, la administración Biden anunció planes para aumentar la asistencia en materia de seguridad al gobierno guyanés. Mientras tanto, las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional han expandido su revolución colombiana a territorio venezolano. En resumen, el arco Colombia-Venezuela-Guyana se está convirtiendo en un epicentro de posibles crisis entrelazadas.
Y a todo esto hay que sumar la perturbadora migración masiva de casi 8 millones de personas que han huido de Venezuela desde 2014, y el número sigue aumentando.
Sería un error estratégico monumental permitir que Venezuela se convierta en el escenario de una competición mundial militarizada. Preservar la “Zona de Paz” es un componente fundamental para el mantenimiento y la expansión de la democracia en América Latina.
Cualquier solución real y positiva debe surgir de los propios venezolanos. Los actores externos pueden aportar ideas, iniciativas y estímulos, pero la fórmula debe ser casera.
En este contexto, las grandes potencias deben respetar el derecho de la región a no alinearse con ninguna de ellas; América Latina debe asegurarse de que los líderes regionales mantengan el control de los intentos de encontrar una vía política no violenta para el cambio. Washington debe seguir el ejemplo de la región, principalmente apoyando los esfuerzos para prevenir una crisis que pueda extenderse más allá de las fronteras de Venezuela.
La región debe poder actuar unida en favor de la democracia, los derechos humanos, el multilateralismo y la paz, especialmente en dilemas que le son propios. Evidentemente, Venezuela es uno de ellos.
Excanciller de México, y el exministro de Economía de Chile, respectivamente
*Artículo publicado en el The Washington Post