El atentado del 13 de julio de 2024 en Estados Unidos contra el expresidente y virtual candidato presidencial republicano Donald Trump marca un momento definitivo en el declive de esta democracia.

No es, ciertamente, el primer intento de magnicidio. Lo que lo hace diferente son las condiciones de violencia que no han parado de agravarse desde hace al menos ocho años. Violencia y fractura. Estados Unidos es hoy por hoy una sociedad donde la intolerancia y el odio permean de arriba hacia abajo, donde los grises son la minoría y las posiciones radicales buscan imponerse. El ataque contra Trump puede ser el principio de un tocar fondo de implicaciones desconocidas, con los estadounidenses convertidos en enemigos entre ellos, donde votar por Joe Biden o por Donald Trump puede ser motivo suficiente para ser odiado y agredido.

Esta pérdida de grises no es exclusiva de EU. El planeta en general vive momentos críticos, donde la comunicación se pierde entre ataques de ultraderecha a ultraizquierda, donde no existe posibilidad de negociación ni tampoco opciones para quienes buscan un punto medio que permita la gobernabilidad. En Venezuela, Cuba y Nicaragua, pero también en Colombia, en Ecuador, en El Salvador o en México, los liderazgos políticos se afianzan con discursos de rechazo total a lo diferente. Sólo hay bueno y malo, y si ellos son buenos, no queda más opción que señalar a los contrarios como los malos.

Las democracias enferman ante la falta de espacios para el disenso, para las opiniones diversas, ante el mantra de conmigo o contra mí, del todo o nada. Sin negociaciones. Las elecciones se han convertido en ejercicios donde, si fracasaron las ideas radicales de un lado, se apuesta a las ideas radicales del otro. El ganador se lleva todo y el equilibrio muere de a poco.

El encono sirve a intereses políticos, pero fractura sociedades y termina dividiendo países en paisitos.

La situación es tanto más grave cuando aquellos países que solían servir de ejemplo caen al abismo. Es lo que está ocurriendo en Estados Unidos.

Los franceses lograron evitar el ascenso de la ultraderecha al gobierno… por ahora. Pero las economías en crisis, la situación social en ebullición, son el caldo de cultivo perfecto para que los señalamientos a sectores específicos, migrantes, judíos, la comunidad LGBT, como la raíz de todos los males, permeen y enfermen sociedades.

Allí es donde radica la gravedad del ataque contra Donald Trump. En lo que vendrá ahora. La Convención Nacional Republicana será un evento clave para desentrañar cuál será la estrategia del partido de cara a las elecciones de noviembre. Políticos que suenan entre los favoritos para compañero de fórmula del expresidente no han dudado en apuntar directamente a los demócratas del intento de magnicidio.

Si el discurso continúa por allí, sin que haya un freno que permita reflexionar en lo que llevó realmente a un chico de 20 años a querer matar a un expresidente, en lo que llevó a miles de personas a irrumpir en el Capitolio, diciendo que matarían a los legisladores antes que permitirles validar el triunfo de Biden, en lo que provocó que asiáticos, palestinos, israelíes, fueran agredidos por el simple hecho de ser asiáticos, palestinos o israelíes, será difícil detener la espiral de descenso al abismo.

Es un buen momento de parar y echar reversa. Mañana puede ser demasiado tarde.

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