La situación entre Estados Unidos e Irán es mucho más tensa hoy que al inicio de la gestión de Trump. El asesinato del General Qasem Soleimani, quien fuera probablemente el segundo hombre más poderoso en Irán, ha sido crucial en esa escalada. Pero ese evento está lejos de ser lo único que ha influido en las tensiones. Antes, durante y después del operativo, se fueron sumando los elementos que han impactado negativamente las relaciones entre esos países. Es necesario incorporar al análisis al menos los siguientes factores: primero, la decisión de Trump de retirarse del acuerdo nuclear y la reactivación de las sanciones contra Teherán. Segundo, la serie de estrategias que Irán fue implementando para intentar conseguir que Trump ablandara su postura. Tercero, la espiral acción-reacción que todo ese panorama produjo, la cual resultó en la demarcación de una línea roja por parte de Washington. Cuarto, la violación de esa línea roja y la decisión de Trump de terminar con la vida de Soleimani como consecuencia. Por último, las respuestas (tácticas y estratégicas) de Irán ante esos hechos y el panorama que Biden tiene que enfrentar. Revisamos esos aspectos en el orden que propongo.
Primero, el abandono estadounidense del pacto nuclear que había sido firmado en 2015 por Irán con Washington, otras cinco potencias y la Unión Europea. Tras las críticas de Trump a ese como el peor acuerdo jamás firmado, y después de sus amenazas y ultimátums, EEUU se retira del convenio en mayo del 2018, reactiva e incrementa las sanciones en contra de Teherán. Esto resulta en una presión económica, política y social contra ese país de pocos precedentes.
La respuesta iraní ante el retiro estadounidense fue implementada en dos fases. Durante la primera de ellas, que duró un año, Irán decidió dar tiempo a los otros firmantes del acuerdo, especialmente Alemania, Francia y Reino Unido, para que intentaran suavizar la posición de Washington y/o encontraran mecanismos para evadir o al menos mitigar el impacto de las sanciones. Estos pasos iniciales fracasaron rotundamente. Desde mayo del 2019, se puede apreciar una segunda fase en la que Irán escaló sus respuestas mediante dos vías: (a) violaciones intencionales al pacto nuclear, anunciadas e implementadas de manera escalonada; y (b) presionar directa o indirectamente a los aliados de EEUU mediante el acoso al tránsito de petróleo a través del Golfo Pérsico. “Si nosotros no podemos exportar petróleo, nadie en la región podrá hacerlo”, declaraba Teherán. Esta última respuesta ideada e implementada por el General Soleimani, naturalmente fue ocasionando un incremento de la presencia de EEUU en esa zona y contribuyó al ascenso de la espiral que menciono.
Pero ni la presión máxima ejercida por Washington contra Irán orilló a la dirigencia de ese país a renegociar el acuerdo nuclear bajo los términos que Trump buscaba, ni las respuestas adoptadas por Teherán orillaron a Trump a sentarse a negociar bajo términos más favorables para Irán, lo que resultó en una serie de incrementos paulatinos en la presión que ambas partes ejercían la una contra la otra.
Es en este entorno que, durante los últimos meses del 2019, las milicias chiítas pro-iraníes que operaban en Irak en ese entonces aún bajo instrucciones de Soleimani, estuvieron lanzando misiles muy cerca de bases que alojaban a personal estadounidense.
Esto orilló a Estados Unidos a marcar su línea roja: si Irán o sus aliados atacaban directamente a ciudadanos estadounidenses, la respuesta de Washington sería inmediata y robusta. Esta línea fue cruzada el 27 de diciembre de ese año cuando los ataques de dichas milicias ocasionaron una muerte y varios heridos de EEUU.
Washington respondió devolviendo el golpe contra esas milicias en un ataque que produjo decenas de militantes muertos y heridos. Soleimani, considerando que aún había espacio para reaccionar, orquestó una manifestación en Bagdad protagonizada por esas mismas milicias, que terminó por penetrar el complejo de la embajada estadounidense en Irak.
Washington tuvo, de hecho, que evacuar a su personal diplomático. En medio de ese entorno, y seguramente ante la oportunidad que se presentó, Trump decidió enviar un mensaje de fuerza contundente y ordenó asesinar a Soleimani.
Lugar donde atacaron al científico Mohsen Fakhrizadeh, quien falleció a fines de noviembre en Damavand. ARCHIVO EFE
Como consecuencia, las nuevas respuestas de Irán se produjeron en dos sentidos, uno táctico y otro estratégico. Primeramente, el Ayatola Alí Khamenei dio una instrucción muy exacta: esta vez sería Teherán—no sus aliados—quien debía enviar directamente misiles de precisión contra una base iraquí que alojaba soldados estadounidenses. Este ataque tuvo distintos objetivos: (a) lanzar una represalia mínima para mostrar que el asesinato de Soleimani no quedaría sin consecuencias; (b) evitar bajas estadounidenses para no escalar las hostilidades hacia una guerra mayor que Teherán no deseaba, pero al mismo tiempo, (c) exhibir la tecnología de los misiles de precisión iraníes con el fin de enviar el mensaje acerca de lo mucho que podrían sufrir las tropas estadounidenses estacionadas en esa región si las hostilidades escalaban. Para Trump la decisión de acabar con la espiral no fue difícil de tomar. El ataque iraní no produjo víctimas mortales estadounidenses. La cuenta estaba saldada y él podía reclamar la victoria.
Sin embargo, la respuesta más importante por parte de Irán ocurrió en el plano estratégico.
Teherán tomó la decisión de desconocer de manera definitiva sus compromisos del acuerdo nuclear e indicó que, a partir de ese punto, decidiría cómo y cuando iría rompiendo los límites impuestos por el convenio. A raíz de su incumplimiento del acuerdo, Irán hoy cuenta ya con cerca de tres toneladas de uranio enriquecido, material suficiente para armar unas dos bombas nucleares si es que decidiese hacerlo.
Adicionalmente, y ahora con miras a presionar a la próxima administración en Washington—incluso quizás al grado de inducir una crisis si es que las negociaciones con Biden no avanzan—el parlamento iraní acaba de aprobar legislación que ordena al gobierno impulsar significativamente el programa nuclear durante los próximos meses. El gobierno deberá producir uranio enriquecido en grado muy superior y en cantidades muy por encima de las autorizadas en el pacto nuclear. Se instalarán más centrífugas de alta tecnología. Se ordena al gobierno, además, diseñar un nuevo reactor adicional al reactor de plutonio que había sido desmantelado como parte del acuerdo nuclear. De acuerdo con imágenes satelitales Irán ha comenzado construcciones en su instalación nuclear subterránea en Fordo. Por si eso no basta, la ley ordena al gobierno dejar de cooperar con los inspectores internacionales de la Agencia Internacional de la Energía Atómica.
Más allá de la cuestión nuclear, Irán ha seguido ganando espacio en su región. Teherán se aprovechó del asesinato de Soleimani y de las represalias estadounidenses para avanzar en uno de sus mayores objetivos: reducir la presencia de tropas de EEUU en su órbita de influencia. Trump fue, paradójicamente, su mejor aliado para cumplir esa meta. Como resultado de los hechos de inicio de año, el parlamento iraquí emitió una resolución que ordenaba el retiro de todas las “tropas extranjeras” del país. El gobierno de Irak solicitó a Washington un plan para ello. Mientras tanto, las milicias pro-iraníes en Irak siguieron atacando ocasionalmente tanto a las bases que albergan a tropas estadounidenses como a la zona que aloja el complejo de la embajada estadounidense.
Así que Trump decidió que finalmente, y a pesar de la oposición del Pentágono, había llegado la hora de replegarse de ese país y ahora sí cumplir con una de sus mayores promesas de campaña, una decisión que ya ha sido parcialmente puesta en marcha.
A ello hay que sumar que las posiciones iraníes en Siria se siguen consolidando, a pesar de los numerosos bombardeos por parte de Israel que buscan replegarle.
Por otra parte, Teherán ha sufrido un número indeterminado de actos de sabotaje a su infraestructura nuclear, y recientemente, la muerte de un científico considerado el padre de su proyecto atómico, también presuntamente a manos de Israel. Sin embargo, nada de esto ha hecho a Irán ceder en cuanto a sus aspiraciones. Por el contrario, las posiciones más duras en ese país se han fortalecido ante pragmáticos como el presidente Rohani o el ministro exterior Javad Zarif, y es posible que en las próximas elecciones de junio ello se haga notar.
Por tanto, Biden no enfrenta un panorama simple en este tema. Trump se retira dejando un régimen de sanciones contra Irán muy difícil de desmantelar, mucho más considerando el ambiente político bajo el que el nuevo presidente llega a la Casa Blanca. Trump se retira también dejando una cuenta regresiva en Teherán que podría culminar con el armado de su primera bomba atómica. Por último, Trump deja también una sólida alianza de países de Medio Oriente y África—ahora sellada por una serie de acuerdos entre Israel y varios de sus vecinos—que nunca estuvieron conformes con los términos del pacto nuclear y que buscarán hacer equipo para asegurar la inclusión de sus visiones. Toda una papa caliente en manos del entrante presidente.
Twitter: @maurimm