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Washington.— Estados Unidos está al borde del infarto, con la tensión al rojo vivo. Los nervios a flor de piel, el aire escasea, la expectación es mayúscula. Ayer terminó la campaña electoral más extraña de la historia, azotada y afectada por la pandemia de coronavirus, reconvertida en la prueba inigualable de la polarización del país, de su división ideológica inconmensurable, de la fractura profunda de los últimos cuatro años. Ahora, ante las puertas del destino y con la dictadura de la democracia del voto como juez, sólo queda esperar cómo despierta el paciente: agravando los síntomas de hace cuatro años o con un vuelco de poder.
Todas las encuestas apuntan a lo segundo: la victoria del demócrata Joe Biden es un augurio casi unánime entre los sondeos, que conseguiría arrebatar la Casa Blanca a un Donald Trump más trumpiano que nunca, agresivo en las formas y el fondo. Sin embargo, todavía con el recuerdo de 2016, nadie se confía.
Las últimas horas de campaña fueron frenéticas. Trump encabezó cinco mítines en cuatro estados vitales para sus aspiraciones de reelección, todos territorios que ganó en 2016 por la mínima. El último fue Grand Rapids, Michigan: como si fuera un ritual supersticioso, acabó su gira en el mismo lugar de hace cuatro años.
Los demócratas pusieron todo el arsenal en Pennsylvania. Biden y su compañera de fórmula Kamala Harris estuvieron por todo el estado y hoy el aspirante presidencial tiene previstos dos actos para animar al voto. “Trump está aterrorizado de lo que va pasar en Pennsylvania”, auguró ayer el exvicepresidente. “Sabe que si la gente da su opinión, no tiene ninguna oportunidad”.
El ambiente está tan enrarecido que no hay pudor en expresar el temor por un resurgir de la violencia en las calles en función de los resultados. El centro de Wa-shington fue tapiado, como en las protestas por justicia social y el fin de la brutalidad policial de este verano, y la Casa Blanca se amuralló y extremó la seguridad. La capital tiene a 250 efectivos de la Guardia Nacional activados por si hiciera falta desplegarlos.
Además, el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglpes) indaga el hostigamiento de seguidores de Trump, quienes en una caravana de coches llamada “El tren de Trump” asediaron y orillaron un bus de campaña demócrata en San Antonio, Texas.
Trump persiste en inocular el miedo al fraude desde antes del recuento de votos, a la vez que evita garantizar un traspaso de poder pacífico si pierde, negándose a decir que aceptará el resultado en caso de derrota. De hecho, anticipó que desplegará un ejército de abogados en estados como Penn-sylvania para desafiar en la justicia los resultados electorales. La jugada puede salirle mal, si sigue su racha en las Cortes: ayer mismo un juez rechazó la demanda republicana de invalidar 127 mil votos emitidos en Houston en un sistema de voto desde el coche.
Hará falta paciencia. A pesar de que Trump negó los reportes que aseguraban que se iba a declarar ganador de las elecciones a la mínima que tuviera ventaja, la desconfianza y desinformación han llevado a las tecnológicas como Facebook o Twitter a implementar una serie de medidas para prevenir que se difunda que un candidato ha ganado sin base fáctica.
Nadie sabe si el miércoles al despertar habrá un presidente electo. Se prevé que estados clave como Pennsylvania, Michigan o Wisconsin demoren sus recuentos ante el masivo voto por correo, algo que se puede replicar por todo el país: según el recuento del Elections Project de la Universidad de Florida, se han recabado más de 99 millones de votos, más de 70% de los emitidos en 2016. En estados como Texas y Arizona, han superado o están a punto de superar el total de votos en esos territorios de hace cuatro años.
Por ahora sólo se sabe que Biden hablará en algún momento de la noche y que en la Casa Blanca está programada una fiesta para unas 400 personas. Aparte de eso, sólo queda la espera.