Washington.- Donald Trump nunca ha entendido ni querido el liderazgo mundial que se le presume a Estados Unidos. Su “America First”, leitmotiv esencial para entender su diplomacia que incluso ha llevado numerosas veces a la Naciones Unidas (ONU), epítome del multilateralismo, nunca tuvo un reto tan global como la pandemia del coronavirus.
El aislacionismo de los nuevos Estados Unidos se ha mostrado mejor que nunca, y combinado con la inacción y desastrosa gestión de la Casa Blanca ha dejado temblando el supuesto orden planetario establecido desde hace décadas, encabezado por la superpotente Unión Americana.
Poco a poco se está haciendo pedazos la presunción de presencia universal estadounidense, de liderazgo indudable. Ante ese vacío, China está aprovechando la ocasión para, de una vez por todas, tratar de presentarse al mundo como un poder imprescindible en la esfera diplomática.
“La pandemia amplifica los instintos de Trump de ir solo y expuso cuán poco preparado está Washington para liderar una respuesta global”, explicaron Kurt Campbell, exdiplomático con Barack Obama, y Rush Doshi, experto en China de Brookings, en un artículo en Foreign Affairs.
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Para Rosemary Foot, académica del St. Antony's College en Oxford (Reino Unido) y coautora del libro China, the United States and Global Order, es “sorprendente qué diferente es el actual comportamiento de Estados Unidos” en comparación con su actuar ante otras crisis.
Actualmente, su presencia global brilla por su ausencia, eso daña su imagen internacional, ya suficientemente debilitada desde la llegada de Trump al poder, quien “ha abdicado el rol jugado por los presidentes de Estados Unidos en todas las crisis globales del último siglo”, se quejaba The Washington Post en un editorial reciente.
Ese país está fuera de juego en esta pandemia, con el mandatario ninguneando un papel protagónico que no le interesa lo más mínimo. “No me importa si [los chinos] quieren [el liderazgo global en la respuesta a la crisis del coronavirus]”, se atrevió a decir el pasado miércoles, incluso apuntillando que “es algo positivo si ayudan a otros”.
En lugar de encabezar la respuesta a una crisis que se avecinaba, Washington actuó tarde y mal. En lugar de ayudar al mundo, enviando material, expertos y conocimiento, Estados Unidos está saliendo al mercado a buscar recursos y acepta y compra equipos de China y Rusia. En vez de liderar la respuesta global, se escondió dentro de sus fronteras. En lugar de crear una alianza, aunque fuera sólo con sus aliados europeos, Trump decidió cerrar las fronteras, tanto físicas como diplomáticas.
“La administración Trump ha evitado un esfuerzo de liderazgo para responder al coronavirus”, resumían Campbell y Doshi. “Lo más asombroso es que nadie se ha sorprendido remotamente”, completaba Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales en Harvard, en un artículo publicado en Foreign Policy.
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En el texto, calificaba la respuesta estadounidense como un “fracaso político épico” que ha llegado “en el peor momento” y está “mancillando la reputación de la Unión Americana como país que sabe cómo hacer las cosas de forma efectiva”.
El vacío está siendo aprovechado por la maquinaria propagandística de Beijing, que ve en la crisis del coronavirus una oportunidad de oro para alzarse con el liderazgo mundial en el juego de la geopolítica del siglo XXI.
Y eso que China, sin discusión, cometió errores gravísimos de inicio, con desinformación sobre la virulencia y expansión del virus (magnificada por la expulsión de periodistas estadounidenses) y, según los servicios de inteligencia de la Casa Blanca, ocultando y falseando contagios y muertes.
Sin embargo, en esta “diplomacia del coronavirus”, supo revertir la situación y presentarse ante el mundo como un aliado fiable, solidario, y empático. Propaganda para tapar su responsabilidad de la pandemia, que está siendo efectiva, según los expertos, por la falta de respuesta estadounidense.
Una batalla del mensaje que, según el jefe diplomático de la Unión Europea, Josep Borrell, está siendo impulsada por Beijing de forma “agresiva”, incluso tergiversando hechos, apostando por teorías de conspiración y desiformando. Todo para mostrar que, “a diferencia de Washington, el país asiático es un socio responsable y confiable”.
“Mucha de su ayuda es un empujón de su imagen como gran poder responsable; es el mayor productor mundial de muchos de los enseres importantes para la contención de este virus, y su comportamiento en esta fase de la crisis se ve más positivamente que el comportamiento de Estados Unidos”, explicó Foot a EL UNIVERSAL.
Pongamos datos. Sólo contando con las donaciones a Italia, China se comprometió a enviar mil respiradores, dos millones de mascarillas, 20 mil trajes protectores y 50 mil test. A eso hay que sumar las 250 mil mascarillas a Irán, los envíos masivos a más de medio centenar de países africanos, o las donaciones a Serbia ante la pasividad de una Unión Europea desbordada y menos unida, tanto que el presidente serbio, Aleksandar Vucic, calificó de “cuentos de hadas” la solidaridad continental.
“Estados Unidos es visto como ausente del escenario global”, dijo Foot, y China, ante el vacío profundo que está dejando aquella nación, está aprovechando la oportunidad para ganar en imagen mundial.
Con la ventaja diferencial de que la gran cantidad de productos mundiales tienen el sello “Made in China”, el liderazgo chino se ha dado cuenta que siendo los proveedores mundiales serviría para catapultarle hacia la cima del poder diplomático.
Incluso Washington ha tenido que ir por material chino. No sólo de las donaciones del magnate Jack Ma, cofundador del gigante Alibaba; esta semana, el avión del equipo de futbol americano de los Patriotas de Nueva Inglaterra fue a ese territorio asiático a recoger un millón de mascarillas.
“La China de Xi Jinping intenta agarrar el liderazgo mundial. Si tiene éxito, impondrá su modelo totalitario sobre todos. Para los estadounidenses y otros es una lucha existencial. Si perdemos, perderemos las libertades, es lo que está en juego”, alarmaba en su cuenta de Twitter Gordon Chang, experto en Asia de tendencia conservadora.
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Es cierto que Beijing, en los últimos años, ha esperado un momento como este para tomar el relevo. “China está en una posición en la que puede tomar el liderazgo global (...) Aguarda que Estados Unidos tropiece o pierda apoyo de sus aliados; los últimos dos años han sido muy beneficiosos para China en ese aspecto”, comentaba Elisabeth Braw, del Royal United Service Institute de Londres, en una entrevista con The Guardian. .
Ante la pérdida de influencia y la degradación de la imagen de la Unión Americana en el mundo, potenciada y enterrada por Trump, Foot sólo ve una posible solución: “Podría recuperarse de este daño a su reputación bajo un presidente diferente, uno que estuviera más en el molde de Barack Obama”, declaró a este diario, un guiño implícito al más que probable candidato demócrata a las elecciones de 2020, Joe Biden.
Mientras el mundo sigue en caos, superando ya el millón de contagios y con perspectivas nefastas y devastadoras para países como Estados Unidos —que esperan entre 100 mil y 240 muertos por coronavirus en los próximos tres meses—, la maquinaria china lanza el mensaje de que en el país se inicia la recuperación de la normalidad.
La nación asiática levanta los confinamientos que han durado meses y con las industrias volviendo a funcionar, reactivando la economía mientras los países occidentales, entre ellos Washington, empiezan a ver los efectos de una actividad congelada con datos escalofriantes de desempleo y encarando las primeras fases hacia una recesión que está en el ambiente y sólo necesita la confirmación de los datos.