Madrid.- La pandemia está poniendo al descubierto una dramática realidad social y económica, pero también se ha encargado de opacar muchos de los conflictos y catástrofes que se registran en el planeta, a pesar de la gravedad que siguen revistiendo.

El recuento diario de muertos y contagiados por el Covid-19 acapara la atención de gobiernos y medios de comunicación en perjuicio de otros apagones, cuyo balance es igual de estremecedor que lo era antes de la llegada de la pandemia.

En ciertas regiones, el virus contribuye a la profundización de las crisis, como sucede con el cierre de fronteras que limita todavía más la movilidad de los refugiados y les priva de suministros. En casi todos los continentes prosiguen los enfrentamientos bélicos, los desplazamientos forzosos, las calamidades ambientales, los flujos migratorios y la hambruna. Y en otro orden menos letal, subsisten a nivel internacional la degradación democrática, la tensión diplomática y las colisiones ideológicas, sin que asome una solución que satisfaga a las partes.

“Un efecto más de la pandemia que sufrimos es que tiende a cerrar el campo de visión de tal modo que la atención política y mediática no parece inclinada a mirar más allá. Y esa fijación conlleva la creencia equivocada de que no ocurren más cosas que las que tienen que ver con el impacto en salud y en economía (...) El coronavirus no sólo no frena la violencia, sino que en muchas ocasiones la refuerza”, apunta Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

Siria es el mejor ejemplo de los muchos aprietos mundiales que fueron nublados por el brote. Antes de la megacrisis del Covid-19, el país árabe concentraba buena parte de la atención internacional tras una cruenta guerra civil que puso contra las cuerdas a los combatientes yihadistas y contó con la participación activa de potencias como Estados Unidos, Rusia, Irán y Turquía, con diferentes intereses en el campo de batalla.

Tras el enfrentamiento, Siria quedó arrasada, con múltiples focos desestabilizadores y algunos bastiones rebeldes activos; además, sigue al alza la tensión entre Turquía, que respalda a los opositores al régimen de Damasco, y las fuerzas del presidente Bashar al-Assad, apoyado por Rusia. El alto al fuego provisional de marzo, que firmaron Moscú y Ankara, pende de un hilo y el país, ingobernable, genera cientos de miles de refugiados que buscan acogida en los territorios cercanos y en el este de Europa.

También el conflicto bélico en Yemen ha sido postergado por la avalancha informativa generada por el Covid-19. En un país castigado por el cólera y la hambruna, la guerra civil que dura ya seis años, y en la que intervienen potencias regionales como Arabia Saudita, está considerada por Naciones Unidas como la peor crisis humanitaria del mundo. En los tres primeros años de los enfrentamientos surgidos de levantamientos populares contra el régimen autoritario y las acciones de rebeldes separatistas, casi 90 mil niños menores de cinco años murieron por malnutrición aguda, de acuerdo con organizaciones humanitarias.

Los profundos desencuentros y algún que otro amago de reconciliación han marcado la tensa relación entre Estados Unidos y Corea del Norte en los últimos años. El país comunista representa uno de los mayores focos de inestabilidad en esa zona de Asia y su líder, Kim Jong-un, mantiene en vilo a la comunidad internacional con sus continuas provocaciones, que incluyen pruebas nucleares y el lanzamiento de misiles balísticos hacia mares cercanos, como el de Japón. Pero la pandemia envió al régimen de Corea del Norte al limbo informativo, enfriando las hostilidades y el intercambio de descalificaciones entre Washington y Pyongyang.

El arribo del coronavirus ha congelado también el conflicto bélico que India y China, los dos países más poblados del mundo, mantienen en la región del Himalaya. Los enfrentamientos entre las dos naciones por el control de la frontera ubicada en el techo del mundo ha arrojado ya varias decenas de víctimas mortales en ambos bandos. Desde hace cuatro décadas, China e India se disputan la soberanía del valle de Galwan, en la región de Cachemira.

Igual sucede con Venezuela, cuyo régimen bolivariano ha generado en los últimos años severos enfrentamientos con Estados Unidos, América Latina y Europa, y que permanece casi hibernado ante la contundencia de la epidemia. Las proclamas del presidente Nicolás Maduro para denunciar el hostigamiento internacional que sufre el país, apenas tienen ahora hueco en la hemeroteca. El Covid-19 también ha difuminado al líder opositor Juan Guaidó.

La salida de Reino Unido de la UE, conocida como Brexit y que tanta tinta consumió durante meses, ha sido también relegada. Luego de tres años de duras negociaciones entre Londres y Bruselas, Reino Unido selló el acuerdo de abandono en enero, con el impulso decidido del premier Boris Johnson. Arrancó un periodo de transición que tendría que finalizar el 31 de diciembre de 2020, pero éste podría ser prorrogado.

El Covid-19 enmudeció asimismo las protestas populares que por motivos políticos, sociales y económicos se venían sucediendo en países como Líbano, Irán, Irak o Argelia. La pandemia también ha sacado de la primera línea informativa los naufragios mortales que se siguen produciendo en el Mediterráneo, como consecuencia de la travesía que migrantes africanos emprenden en frágiles embarcaciones hacia Europa.

Sólo el conflicto en Hong Kong se ha mantenido en el radar internacional, sobre todo porque la amenaza que pesa sobre la democracia de la región autónoma de China tiene como trasfondo una muy preocupante guerra comercial entre Washington y Beijing.

El Covid-19 no sólo ha eclipsado los grandes conflictos planetarios, también hizo desaparecer los choques armados y las violaciones de derechos humanos que se suceden en la franja africana del Sahel, donde las diversas facciones del islamismo radical y la delincuencia organizada siguen causando estragos. La pandemia acapara la atención informativa y la preocupación de todos los países, pero sus secuelas, siendo impactantes, son menos dramáticas que las que soportan a diario otras zonas del planeta.

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