Hay una distorsión, una discrepancia.
Uruguay registra como uno de los mejores países de América en los estudios que tienen en cuenta la calidad de vida, igualdad y democracia, e incluso es el de mayor producto interno bruto per cápita de la región desde hace 7 años, según el Banco Mundial.
"Ningún país de América Latina —yo pondría a Uruguay como excepción— ha logrado garantizar los derechos sociales: el derecho a la educación, salud, salario digno, seguro de cesantía…", dijo esta semana a BBC Mundo Marta Lagos, analista política y directora de la encuesta regional Latinobarómetro.
Y es que en medio de las crisis políticas, sociales y económicas que han estallado en América Latina en las últimas semanas, la excepcionalidad de Uruguay en la región parece ser todavía más evidente.
Pero a nivel local, Uruguay no parece muy feliz.
En lo económico, por ejemplo, los uruguayos suelen responder a las encuestas con pesimismo y angustia, aunque tengan el ingreso por persona más alto de la región, un índice de pobreza de país europeo y la economía haya crecido sostenidamente en los últimos 16 años, el mejor registro de su historia moderna.
Una explicación de esta discordancia suele argumentar que los uruguayos tienen la manía de menospreciar lo propio y proyectar bajo perfil.
Pero hay otra según la cual hay problemas concretos y graves en Uruguay; sea en comparación con su propio pasado o incluso en términos regionales.
"Las cosas se ven distintas cuando se ven de cerca", dice Juan Grompone, un ingeniero y escritor uruguayo, citando el aforismo que reza "nadie es héroe para su ayuda de cámara" (a saber: quien te conoce de cerca sabe tus debilidades).
Durante la campaña presidencial para las elecciones del 27 de octubre, ese lado oscuro de Uruguay ha entrado en debate.
No es que se crea que todo es culpa del Frente Amplio, la coalición que lleva 15 años en el poder, sino que "gane quien gane, el reto del gobierno será no dejar que el país quede rezagado ante el mundo", según el filósofo y periodista Facundo Ponce de León.
"Seguramente estamos peor de lo que se cree afuera", añade el politólogo Adolfo Garcé.
"Es decir, en términos generales, estamos bien, pero Uruguay está bien porque es un país crítico, porque el inconformismo es una tradición. Y es que no podemos estar conformes con lo que pasa con la seguridad, con la educación y con el trabajo".
A esos tres aspectos los expertos añaden otros, como el alto índice de suicidios y el aumento del narcotráfico, que son parte de ese otro Uruguay que no está en el primer párrafo de la página de Wikipedia sobre el país.
Uruguay tiene la segunda tasa más alta de suicidios de América Latina después Guyana, según la Organización Mundial de la Salud.
Con 20.25 muertes por cada 100 mil habitantes en 2018, un aumento del 3% respecto a 2017, la cifra es el doble del promedio mundial.
Para una pregunta tan compleja como por qué se suicidan tantos los uruguayos hay varias respuestas que combinan factores sociales, familiares y personales, pero un dato que los expertos comparten es que los principales grupos de riesgo son adultos mayores y adolescentes.
Uruguay, con una expectativa de vida de país desarrollado, tiene la segunda población más envejecida de la región después de Cuba. Los críticos aseguran que los sistemas de acompañamiento públicos son insuficientes e incipientes y los privados, demasiado caros.
Que el 12% de los uruguayos sea mayor de 60 años implica, además, adaptar los sistemas de trabajo, salud y pensiones a una realidad —el envejecimiento poblacional— que países como Japón o Alemania no han sabido afrontar.
La otra población en riesgo de suicidio en Uruguay también parte de una situación social vulnerable: uno de cada cinco niños nacen en la pobreza.
Además, estudios locales han encontrado que el 60% sufre algún tipo de maltrato y las tasas de dislexia, obesidad y déficit de hierro se comparan a las de países tres veces más pobres, según datos del Ministerio de Salud.
"Los niños no tienen voz en Uruguay", dice Gonzalo Frasca, un investigador y reconocido diseñador de videojuegos de contenido político y educativo.
"Si no conoces sus deseos y necesidades, si no los escuchas, no los puedes obligar a estudiar de la misma manera que no se puede obligar a alguien a enamorarse", agrega.
Es difícil establecer relaciones causales, pero lo anterior se añade al dato de que la deserción escolar en Uruguay es una de las más altas de la región: solo el 40% de los estudiantes que ingresan a educación media concluyen ese nivel.
Desde los años 50, ese sistema educativo que fue el más incluyente y exitoso de América Latina empezó a quedarse rezagado, señalan los expertos.
El problema de la educación ha sido abordado con aumentos del presupuesto en educación y, desde hace 10 años, con un esquema para dotar a cada profesor y estudiante con un computador, el Plan Ceibal.
Pero no ha sido suficiente, según Frasca: "Estar a la cabeza educativa continental ha creado un conformismo que eliminó la autocrítica. El Plan Ceibal nos puso nuevamente a la cabeza innovadora regional, lo cual es bueno, pero nos dejó tan satisfechos que obviamos asumir otros problemas educativos graves".
"La dictadura (1973-1985) se ensañó particularmente con la educación, pero eso generó un estrés post traumático en la izquierda y la intelectualidad, que sintieron que la manera de proteger la educación era desde la política. Y de tanto protegerla terminaron por asfixiarla", explica el académico.
Por haber sido tan buena, paradójicamente, la educación en Uruguay hoy es la misma que en la primera mitad de siglo y modificarla implica procesos políticos complejos, burocráticos y largos, coinciden los analistas.
Según datos oficiales de 2018, en Uruguay viven cerca de 3.5 millones de personas, mientras que en el exterior viven unos 500 mil uruguayos.
La fuga de cerebros es otro problema para la educación, porque se pierde capacidad de enseñanza e investigación.
Pero, asimismo, tiene un impacto sobre el empleo, porque dificulta la modernización del sistema productivo en un país de tradición agroexportadora amenazado por la automatización.
El Instituto Nacional de Estadística reportó que el desempleo el año pasado se ubicó en 9.8%, la tasa más alta desde 2007 y, de acuerdo al Banco Mundial, una de las mayores de América Latina.
"Desde 2014 hemos visto una desaceleración de la economía, que sí, creció, pero hubo sectores que entraron en recesión, como la construcción y partes de las industrias", dice Laura Raffo, economista y consultora.
"En ese panorama muchos empresarios redujeron su disposición a contratar", agrega.
Aunque la economía uruguaya se ha diversificado en los últimos 15 años, todavía es muy dependiente de los precios internacionales de las materias primas. Una preocupación común entre expertos y candidatos presidenciales es que el país quede rezagado ante el mundo.
"Nadie se atreve a decir que en Uruguay no necesitemos mejor formación, sobre todo técnica y digital, para preparar a la mano de obra al mundo al que están entrando todas las empresas", concluye Raffo.
La calma que destacó a Uruguay durante los últimos 30 años parece haberse interrumpido en la última década.
Solo en 2018 los homicidios aumentaron en 45%, los robos con violencia en 53% y aquellos sin violencia en 23% respecto al año anterior, según datos del Ministerio del Interior.
Aunque en comparación con el resto de América Latina las cifras sigan siendo proporcionalmente bajas, el cambio modificó la calidad de vida de muchos, que —abrumados por historias de inseguridad y su amplificación en conversaciones, redes sociales y medios— pusieron rejas, cercas eléctricas y alarmas en sus hogares.
Son historias que los uruguayos no estaban acostumbrados a escuchar, como tampoco era usual que en las noticias se reportara la incautación de cientos o miles de toneladas de cocaína, como ocurre ahora.
Durante los últimos años se ha revelado que Uruguay es un puerto de salida de drogas producidas en Colombia, Perú y Bolivia, fenómeno que para algunos expertos explica el aumento de criminalidad en el país.
Y entonces ¿qué significa todo esto? ¿Que no se puede ir, vivir, estar tranquilo en Uruguay?
No. Uruguay sigue siendo uno de los países más seguros, prósperos e igualitarios de América Latina.
"Por fuera sigue habiendo un imagen un poco idílica de un país de las maravillas. Pero al mismo tiempo, si nos comparamos con Brasil y Argentina, es verdad que acá hay una estabilidad institucional y económica", apunta Ponce de León.
Frasca añade: "O por esnobismo y por racismo, nuestra cultura siempre prefirió compararse con Europa. Entonces, si viene un vecino de Brasil o Argentina envidiando nuestra situación política, igual nos vamos a quejar porque no los usamos como referencia".
También hay un componente histórico, según Garcé: "Nos educaron con la idea de que en la primera mitad del siglo XX hubo una época de gloria. Entonces siempre ha estado el deseo de recuperar lo perdido, en la política, en la economía, en la cultura y en el fútbol".
Ni país perfecto ni país fallido: es Uruguay, "nomás".
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.