El presidente estadounidense, Joe Biden, sabía lo que estaba en juego el 7 de marzo, en su discurso sobre el estado de la Unión.
Era, sin más, su mejor oportunidad para hablar al pueblo estadounidense, responder a sus miedos, de cara a las presidenciales de noviembre. Un total de 32 millones de personas vio el discurso. El mejor foro para cualquier candidato. En un año como éste, con un rival como el expresidente Donald Trump, más importante aún.
Conocido por sus pifias, sus confusiones, su estilo poco entusiasta, para muchos demócratas el discurso era más un motivo de preocupación, conscientes de que Trump y los republicanos usarían cada error para subrayar que el mandatario, a sus 81 años, es muy viejo para buscar la reelección. Pero Biden mostró que puede darle la vuelta a su edad e intentar usarla a su favor. Dio un discurso que fue lo más parecido a un bombardeo de la administración Trump, sin mencionar su nombre una sola vez.
Si la memoria es frágil, el líder demócrata se encargó de recordar a los estadounidenses cómo Trump, siendo presidente, llevó a Estados Unidos a sus horas más bajas, evidenciando que el lema de “Primero Estados Unidos” no era sino una fachada para lo que realmente piensa: “Primero Trump, después Trump y al último, Trump”.
Hace cuatro años, como ahora, Estados Unidos vivía un momento muy delicado, con un jefe de Estado dispuesto a lo que fuera, incluso a hacer trizas la democracia del país, con tal de quedarse en la Casa Blanca. Trump es ya el virtual candidato presidencial republicano, y los estadounidenses saben ya el tipo de mandatario que será si lo eligen. La pandemia de Covid-19 mostró en lo que cree y lo que le importan las vidas de los estadounidenses. El asalto al Capitolio, su falta de respeto por la ley. Sus juicios, su carácter misógino y su capacidad de corrupción.
“No puedes amar al pueblo estadounidense solo cuando ganas”, dijo Biden. Es exactamente lo que Trump ha hecho, y seguirá haciendo.
Son momentos complicados a nivel global, con la guerra entre Rusia y Ucrania y la de Israel en Gaza; con cada vez más millones de personas huyendo de sus hogares en busca de mejores vidas… o al menos de seguir con vida. Trump ya demostró que es un líder poco entusiasta por el multilateralismo. En un mundo donde es cada vez más obvio que ninguna potencia puede sola, él aún cree que puede ir solo y ganar frente a amenazas cada vez más temibles. Más allá de lo que el magnate ya ha dejado claro, hay un factor que lo vuelve más peligroso. Si gana otros cuatro años en la Casa Blanca, no tiene nada que perder. No puede ir por otra reelección, no puede granjearse más inmunidad ni obtener más beneficios. Él afirma ser víctima de una cacería de brujas por parte del gobierno de Biden, pero la verdadera definición de cacería se dejará sentir en cuanto el republicano ponga un pie en la Oficina Oval de nuevo.
México ya sabe lo que puede esperar: cuatro años más de amenazas, de sobresaltos, de tensiones, de un juego cuyas únicas reglas son las que Trump decida usar. Si, como es más que probable, una mujer se convierte en presidenta de México, enfrentará a un presidente estadounidense misógino, conocido por humillar a las mujeres, incapaz de reconocer sus capacidades. Baste recordar la relación que mantuvo con la canciller Angela Merkel.
El uso de la palabra “ilegal” por parte de Biden, para referirse a los migrantes, desató indignación en el Partido Demócrata, que ve las posiciones radicalizarse cada vez más hacia la derecha, empujadas por la presión republicana, sí, pero también de los estadounidenses, que ven la migración como un problema clave.
Aun así, Biden palidece en comparación con Trump, un hombre al que no le importó separar familias durante su mandato; que llama a los migrantes criminales, violadores, y “veneno” para la sangre estadounidense. ¿Por quién apostarán los estadounidenses?