Más Información
VIDEO: Corte despide al ministro Luis María Aguilar; "estoy muy satisfecho", asegura tras 15 años de servicio
De cara a elección judicial, INE nombra a Claudia Espino como secretaria ejecutiva; será la representante legal del Instituto
Senado ratifica a Raquel Buenrostro como secretaria de la Función Pública; rendirá protesta en próxima sesión
Desde calculadoras de "Hello Kitty” hasta drones decomisan en plaza de Izazaga; clausuran "México Mart"
INE no pagará multas, afirma Guadalupe Taddei; "nosotros nunca estuvimos en desacato a órdenes judiciales"
Tras 48 horas en huelga de hambre, Monreal recibe a activista María Luisa Luévano; exige debate de reducción de la jornada laboral
Rabat.— El mes de Ramadán que comienza este fin de semana será radicalmente distinto, sin visitas familiares ni rezos masivos en la mezquita, y sin la animación callejera que caracteriza este periodo especial para todos los musulmanes.
“Jamás en la historia del islam se ha vivido algo similar, ni en la extensión geográfica de las medidas de confinamiento ni en su carácter organizado, porque en el pasado sólo algunas epidemias muy localizadas habían obligado a encerrar a la población durante el mes sagrado”, dice el historiador marroquí Nabil Mouline.
El Ramadán es un mes de ayuno y oración; sin embargo, también es un periodo en el que cambian las costumbres sociales, multiplicándose las reuniones familiares y de amigos, así como las salidas a la calle y a la mezquita. Toda esta dimensión social va a desaparecer por el confinamiento.
En los pasados días muchas voces se han preguntado por la situación que plantea el coronavirus, pero “el miedo a la infección del virus no autoriza al incumplimiento, a menos que la persona apoye su demanda en un informe médico que indique que puede caer enferma”, indicó la pasada semana en una fetua la Unión Internacional de Ulemas Musulmanes. El virus ya ha hecho tambalearse uno de los pilares del islam, como es la oración colectiva, y amenaza otro de sus pilares, la peregrinación a La Meca.
El Ramadàn es principalmente un tiempo de reencuentros familiares. El confinamiento, vigente desde hace un mes en casi todo el mundo musulmán, va a obligar a que este año el iftar (la primera comida del día, con la puesta del sol) se practique solo junto a la familia nuclear. “Es como si desapareciera una marca nuestra: la hospitalidad”, dice el sociólogo Ali Chaabani. Sin embargo, hay un aspecto específico ligado al Ramadán que es la tensión y la irritabilidad que provoca el ayuno. Para Rachid Jarmouni, profesor de Sociología de las Religiones en la Universidad Moulay Ismail de Meknés, el encierro dentro de las casas puede hacer explotar los casos de violencia.
Hay otra cuestión definitoria, como es la oración del tarawih. La oración individual no tiene en el islam el mismo valor que la colectiva. “En el Ramadán las mezquitas se transforman en residencia secundaria para aquellos que van a rezar, dormir o simplemente huir de las preocupaciones familiares o laborales”, dice Jarmouni. Además, en las calles sólo la policía tendrá ahora derecho al paseo.