Margaret Talbot publicó en The New Yorker (06/2017) un reportaje amplio y bien documentado, titulado Los Adictos de la Puerta de Junto, en el cual recoge testimonios de pequeñas ciudades ubicadas en la cordillera de los Apalaches que viven la epidemia, cada vez mas extendida, de la muerte por sobredosis ocasionada por la adicción del opio y sus derivados (opioides) en Estados Unidos. Los testimonios se refieren a tres cuestiones: el crecimiento de la adicción y lo que viven no sólo los consumidores de la droga, sino sus parientes, vecinos, colegas de trabajo, amigos, compañeros de escuela, padres, hijos, hermanos… Abordan el rescate que realizan médicos y paramédicos diariamente para, literalmente, revivir a víctimas de sobredosis y evitar cientos de muertes en comunidades pequeñas.
Los padres de tres menores sufrieron una crisis de sobredosis en un campo de softball, cuando se realizaba un partido escolar. Estaban inconscientes en el suelo mientras la hija mayor, de 13 años, lloraba en una banca y sus amigas la consolaban; sus hermanos, de 10 y siete años corrían desesperados alrededor de los padres gritando “despierta, despierta”. Cuando llegaron los paramédicos fueron recibidos con acres comentarios de otros padres: “¿Por qué mi hijo tiene que ver ésto?”. Otros niños preguntaron a los médicos si los señores afectados habían sufrido una sobredosis. El paramédico no respondió, pero los niños no son tontos, sabían lo que estaba pasando. Alguien hizo una llamada a los servicios de protección de menores.
En la actual situación de la epidemia de opioides, muchos adictos se colapsan en lugares públicos: en estaciones de gasolina, en baños de los restaurantes, en los pasillos de las tiendas. El director de los servicios médicos de emergencia piensa que están ocurriendo más sobredosis porque los adictos suponen que alguien los va a encontrar y a rescatar antes de que mueran, relata Talbot. West Virginia tiene la mayor proporción de muertes por sobredosis en Estados Unidos.
El caso del campo softball desató una polémica que muestra la división de las comunidades frente al fenómeno. Algunos piensan que es una enfermedad y que hay que tratar a los adictos como enfermos crónicos, como si tuvieran diabetes, que requieren tratamiento permanente. En el otro extremo están los que culpan a los adictos y creen que no deben ser atendidos.
Una mesera llamada Sandy escribió que aquello era muy triste y que los hijos no debían ser devueltos a los padres, ya que parecía más importante para ellos la heroína que ver a sus hijos. Otra mujer afirmó que los consumidores “están enfermos” y que desde fuera se ve como si ellos hubieran hecho una elección, pero no fue así.
Posteriormente, la madre reconoció que tuvo “una mala decisión. Yo amo a mis hijos y mis hijos me aman. Denme la oportunidad de probarme a mí misma, no tengo que probárselo a nadie, sólo a mis hijos”. Relató que aquel día vio algo raro en la heroína, pero que igual la utilizaron, “si eres un adicto y la tienes cerca no la puedes dejar”. Los niños fueron entregados al abuelo.
En enero de este año los funcionarios del condado de Berkley en West Virginia, comenzaron a utilizar una app para medir las sobredosis. De acuerdo con esos datos, en los siguientes dos meses y medio, médicos de emergencias atendieron 145 casos, 18 fueron fatales.
El presupuesto anual del condado para emergencias era de 27 mi dólares, pero el medicamento que se utilizar para evitar la muerte de sobredosis (Narcan) cuesta 50 dólares la dosis y eso consumió dos terceras partes del total del presupuesto, señala Talbot. El medicamento fue administrado en 443 ocasiones en 2016. Hay quienes, conscientes de los problemas que enfrentan por el consumo de opioides han tomado una capacitación para utilizar Narcan en casos de emergencia.
El diario inglés The Guardian también ha recogido y publicado testimonios. Kim es una terapista en Kinsgsport, Tennessee, que trabaja en la rehabilitación de adictos con Suboxone, un medicamento para tratar la adicción conocido popularmente como “fake heroin” (heroína falsa). Para ella, las razones del crecimiento de la demanda no son claras, afirma que hay muchas respuestas diferentes. Independientemente de la demanda, la oferta continúa. Se puede comprar una gran variedad de píldoras y drogas legales o ilegales, dieta, alivio del dolor, cocaína, metanfetaminas, heroína, etc. La droga circula, se vende, se compra.
Las drogas llegan en olas, cada una es más peligrosa que la anterior. La reacción de las autoridades de salud ha sido lenta, mientras la respuesta de los dealers ha sido rápida. En el centro de los Apalaches las respuestas son regaños y biblias, dice Kim. Los tratamientos carecen de fondos, los centros disponibles se construyen bajo la premisa de que la adicción es una falla moral, resuelta vía abstinencia y salvación. Las muertes han aumentado.
David Coffey de 33 años fue encontrado muerto en julio con una mezcla de heroína, cristal, metanfetaminas y píldoras de dieta. Su madre, Rhonda, trató de poner el horror en una especie de contexto, para entender que aquel niño tímido y cuidadoso murió por sobredosis. Ella publicó un obituario en el que decía que David había muerto por las drogas. “Si eso puede ayudar, su muerte será menos dolorosa”.
Enriqueta Cabrera.
Periodista