Madrid.— Sulekha Ismail, de 52 años, llegó a España hace 12 años como refugiada. Huía de la guerra en Somalia y del peligro de que sus hijos terminaran como niños soldados.
Su país vive desde hace 27 años un conflicto que parece eterno y que ha ido mutando de guerra civil a una lucha entre milicias yihadistas, señores de la guerra y bandas de delincuentes, provocando tres letales hambrunas. Sólo en 2017 la ONU registró un millón de desplazados internos.
“Dicen que [el país] está un poco mejor, pero mi madre me cuenta que a veces sale uno de esos grupos y pone una bomba”, explica Ismail, en referencia a atentados como el que cometió hace un año en Mogadiscio la banda Al-Shabaab (afiliada a Al-Qaeda) y que dejó 500 muertos.
“Yo creo que no voy a volver, pero les deseo toda la suerte en el mundo porque es mi país y lo quiero”, asegura la mujer, quien ahora trabaja en Madrid en proyectos de integración como los de CEAR, el Comité Español de Ayuda al Refugiado, la ONG que contactó EL UNIVERSAL para llegar hasta ella y su historia.
Ismail era profesora de inglés en una primaria hasta que comenzó la guerra. “Después de la caída del presidente Siad Barre todo cambió. No había paz. Era miedo y matanza todos los días. A partir de 2003 empecé a pensar en salir con mis hijos. En 2004 mandé a cuatro de ellos con un conductor de camión por miedo a que los reclutaran en una de las milicias”, explica.
Los hijos mayores de Ismail tenían entre 13 y 15 años. Fueron a Kenia, donde su madre les explicó cómo presentarse en una oficina de ACNUR, la agencia de Naciones Unidas que ayuda a los refugiados. Ella se quedó en Somalia con sus otros tres niños, de entre cuatro y ocho años.
“ACNUR les ofreció más posibilidades, pero ellos eligieron ir a España porque aquí vivía mi hermana”, cuenta. Con los mayores a salvo en Europa, Ismail tomó a sus hijos más pequeños y huyó hasta un campo de refugiados en la frontera, desde donde su hermana le ayudó a hacer los trámites para pedir el asilo mediante la embajada española.
Fueron años de separación y privaciones. “En el aeropuerto lloramos de felicidad al reunirnos. No sabía qué me iba a encontrar, si mis hijos iban a estar bien”, recuerda la mujer.
Su llegada fue difícil, coincidió con la gran crisis económica española. Al inicio necesitó ayuda de las ONG para insertarse en la sociedad española y pagar gastos básicos.
Historias como la suya no son habituales en España, donde la cantidad de refugiados africanos es reducida. Un colaborador de Accem, asociación especializada en la integración de refugiados y migrantes, explica: “Los africanos en España tienden a mezclarse con el perfil más tradicional de migración económica y a evitar las autoridades y trámites formales”. Raramente optan por el estatus de refugiado. “La mayor parte de gente que llega de África subsahariana no lo pide, en parte por desconocimiento de la figura y también porque la travesía a Europa exige dinero, redes y buena forma física, con lo que el perfil son jóvenes solos, más que familias o parejas, que abundan más en los perfiles de Siria y Europa del Este”.
Ismail reconoce que el proceso de integración no ha resultado sencillo, pero están felices de la decisión. “En España hay paz y seguridad. No tienes el peligro de que te ataquen con una bomba. Pero tampoco era fácil aprender un idioma y una cultura que no es la tuya. Salir adelante nos ha costado”. Su hija mayor está casada con un español, trabaja y tiene dos niños. Ella desea que sus otros hijos encuentren también estabilidad. “Quiero verlos trabajando y con una vida mejor de la que tuve yo”, dice.