Washington. Una de las frases que más repite últimamente el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para referirse a la gravedad del asunto en lo que rodea a la tensa situación en Ucrania es sobre las consecuencias nefastas de cualquier acción militar rusa, por pequeña que sea. “[Otra invasión rusa en una antigua república soviética sería] la cosa más significativa que ha pasado en el mundo, en cuanto a temas de guerra y paz, desde la Segunda Guerra Mundial”.

La confrontación con Rusia por Ucrania se ha convertido en algo fundamental en la agenda política de Estados Unidos en la última semana, sin duda el mayor reto en tema de exteriores. La implicación de Estados Unidos en todo lo que pase en Ucrania (y más tras lo sucedido en 2014 en Crimea, resuelto a medias) es crucial para los intereses de EU. Ucrania es, al fin y al cabo, la puerta de entrada de Rusia al este de Europa, punto estratégico para el acceso al Mar Negro -y de ahí pasar al Mediterráneo, Oriente Próximo y el norte de África-.

Permitir a Rusia recuperar influencia en la región, con países satélite al son de Moscú, sería una derrota para Washington, y el retorno a una situación de Guerra Fría que se creía superada, especialmente cuando hasta hace poco Rusia se veía como una potencia en declive.

“La crisis en Ucrania va más allá de Ucrania y la seguridad europea”, comenta a este diario Max Bergmann, exfuncionario del Departamento de Estado y actual experto sobre Europa, Rusia, y seguridad de EU en el Center for American Progress (CAP). Para el experto, “está en juego si grandes países pueden salirse con la suya invadiendo y anexionando países pequeños. El mundo ha visto un declive dramático en guerras intraestatales desde 1945, pero una invasión rusa exitosa puede sentar un precedente para que otros países lo sigan. No queremos volver a un mundo donde esto sea posible otra vez”, argumenta.

Una teoría que no es nada nueva. En 1994, Zbigniew Brzezinski, el entonces asesor en seguridad nacional de la Casa Blanca de Bill Clinton, escribía en la revista Foreign Affairs la importancia de aliarse con Ucrania y tener a ese país como contrapeso en la región. “No se puede enfatizar suficiente que, sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio. Pero con Ucrania sobornada y después subordinada, Rusia se convierte automáticamente en un imperio”, explicaba.

Cambian las palabras pero el aire de la retórica es parecido. Ahora, sin embargo, se le unen muchos más factores. El más importante, la posición global de Estados Unidos tras los cuatro años de Donald Trump. Y nada más y nada menos que ante un rival histórico como Moscú.

Biden se la juega. Apostó por el regreso de Estados Unidos a la escena internacional (“America is back”), y ahora tiene que demostrarlo. “Uno de los aspectos más curiosos del enfoque de EU ante la crisis de Ucrania ha sido la retórica alarmista sobre una invasión inminente y la filtración de informes de inteligencia sobre la acumulación rusa”, analizaba el periodista Stephen Collinson, de la CNN. “Es difícil decir si la administración se está proporcionando cobertura política para demostrar que no está sorprendida si los tanques rusos cruzan la frontera”, apuntaba.

La agresividad de las declaraciones de EU, con amenazas de sanciones XXL, severas y nunca vistas, pueden ser simplemente un intento de demostrar fortaleza. Algo que parece ser que no creen desde Moscú. “[Putin] cree que Estados Unidos se encuentra actualmente en la misma situación que Rusia después del colapso soviético: gravemente debilitado en casa y en retirada en el extranjero”, escribía recientemente Fiona Hill, funcionaria de inteligencia sobre asuntos de Rusia y Eurasia para George W. Bush y Barack Obama e integrante del Consejo de Seguridad Nacional de Donald Trump, en el The New York Times.

“Desde la perspectiva de Rusia”, continuaba Hill, ahora experta del Brookings Institute, “las tribulaciones internas de EU después de cuatro años de la desastrosa presidencia de Donald Trump, así como las divisiones que creó con los aliados de Estados Unidos y luego la precipitada retirada de Estados Unidos de Afganistán, indican debilidad. Si Rusia presiona lo suficiente, Putin espera poder lograr un nuevo acuerdo de seguridad con la OTAN y Europa para evitar un conflicto abierto, y luego será el turno de Estados Unidos de irse, llevándose consigo sus tropas y misiles”.

Lo que ya ha conseguido Putin es devolver a Rusia al centro del debate geopolítico. La intensidad y alargamiento de la tensión en Europa es un problema enorme para Estados Unidos porque además le distrae de su principal reto geoestratégico: China. No extraña, por tanto, que recientemente incluso hayan invocado a Pequín para tratar de calmar la situación y poder dejarlo atrás.

El gobierno chino está muy pendiente de la resolución del asunto. Ver la respuesta de Estados Unidos y las consecuencias que pueda acarrear dirá mucho de la fuerza real de Washington en la comunidad internacional: si Rusia consigue poner en riesgo el liderazgo de las denominadas democracias occidentales con una invasión sin consecuencias severas, China lo vería como un signo evidente de debilidad y podría ser más agresiva en su intento de usurpar el puesto de primera potencia mundial.
“Estamos asistiendo a una crisis de tonos militares particularmente peligrosa porque viene presidida por la general inestabilidad de todos sus actores”, apuntaba el periodista y experto en Rusia Rafael Poch, en un ensayo en el periódico español Ctxt.

A nivel doméstico, el riesgo es menor. “El impacto en política doméstica de la mayoría de crisis de política exterior tiende a ser relativamente pequeño”, explica Bergmann, especialmente si como parece EU no va a intervenir militarmente, “lo que podría ser políticamente explosivo”. Por ahora, tiene el apoyo de todas las ramas políticas mientras tenga en jaque constante a Putin. Eso sí: si Rusia invade, la debilidad de Biden, a escasos meses de las elecciones legislativas de noviembre, sería una calamidad.

Lo que se ha demostrado en los últimos compases es que, además de las implicaciones en liderazgo mundial, cambios de polos de poder y demás asuntos geoestratégicos, subyace un debate sobre energía que no debe ser ninguneado, al contrario: es parte central del conflicto, dejando evidente que el control por el suministro energético de Europa es crucial en la tensión porque se considera un factor de ventaja fundamental en cuanto a influencia. En el centro de todo, el gasoducto Nord Stream 2, y la búsqueda de fuentes de energía alternativas por parte de EU para deshacer el lazo europeo con el suministro ruso.

Para Bergmann, el efecto en los mercados energéticos es algo muy importante, ya que podría conllevar “a un aumento de precios y una presión inflacionaria adicional”. “Dicho eso”, añade, “las crisis también son oportunidades. Y esta crisis podría ser una oportunidad para mostrar liderazgo de los EU. Podría posiblemente ayudar a unificar y fortalecer la alianza transatlántica y podría estimular una acción agresiva para descarbonizar y reducir la dependencia de los combustibles fósiles rusos”.

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