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“En China me siento a salvo”

La mexicana Alejandra Clemente Romagnoli vive desde hace ocho años en Beijing donde, dice, ha sido arropada

Alejandra clemente vive al este de Beijing. Habla chino con fluidez y da clases de español en universidades públicas. Foto/ÉDGAR ÁVILA. EL UNIVERSAL
28/10/2019 |04:04
Redacción El Universal
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Beijing

En un pequeño departamento del distrito de Chaoyang, dos gatos llamados Luna y Maximiliano deambulan por muebles, ropa y documentos con olor a México.

Al este de Beijing, una réplica de Los girasoles, del pintor holandés Vincent van Gogh y El beso, del austríaco Gustav Klimt, comparten sitio con docenas de fotografías familiares de Alejandra Clemente Romagnoli. Sobre la cama de la profesora universitaria de español, un pergamino de dos metros de largo llama la atención: “China te tiene a ti”, dice en caracteres. Se trata de un mensaje con doble sentido: tú tienes a China y China te tiene a ti.

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Entre el quinto y sexto anillo de la capital china, una urbe que creció formando círculos, Alejandra se mimetizó con más de 27 millones de habitantes y hoy se mueve como si fuera una de ellos por avenidas, calles, callejones e incluso por la red del metro.

“China es un lugar donde estoy a salvo”, afirma la mujer de 31 años, ocho de los cuales ha vivido en Beijing dando clases en una de las universidades públicas.

Alejandra nació en la ciudad de Xalapa, capital de Veracruz, pero su familia era una nómada y con ellos radicó en Quintana Roo, Michoacán, Ciudad de México, Chihuahua y Tamaulipas.

Sabe lo que es vivir con miedo en México, una nación con altos índices de feminicidios y mujeres desaparecidas cuyo rastro se pierde.

“Sientes [en México] como ese miedo de salir a la calle, de que te puede pasar algo por ser mujer. Es un miedo aprendido de lo que lees en el extranjero y esa sensación no me gusta”, cuenta desde un establecimiento de venta de tés tradicionales en un reducto de los hutongs (callejones antiguos de la ciudad).

Porta tenis deportivos —usuales entre los pekineses— pantalones arriba de los tobillos y abrigo largo; cruza las calles atiborradas de motos eléctricas y bicicletas con movimientos cadenciosos y lentos, como de aquellos nacidos en la ciudad.

“Aquí me siento más segura, puedo estar a las cuatro de la mañana sabiendo que nada me va a pasar, tomar un taxi sabiendo que aunque nadie me espere y nadie me conteste el teléfono llegaré a mi casa”, dice.

“Como pez en el agua”

“Llegué y logré moverme aquí rápido, me encantó, me decían que me sentía como pez en el agua y esa sensación no se me ha quitado”, explica. “China me ha arropado muy bien. Se que cada país tiene sus cosas buenas y malas, quizá no me arropa igual que en México que son más cariñosos y más cálidos, pero aquí me han arropado con movilidad, aceptación y darme ese respiro de sentirte a salvo”.

Alejandra se comunica con un chino fluido, paga todas sus cuentas, desde el acceso al metro, comidas y servicios, con un código QR de su móvil y entiende la filosofía de una población enorme y enigmática ante los ojos de fuera.

“Lo difícil no es la comida o la gente, lo difícil es que tú quieras estar aquí y si tú quieres estar aquí”, ataja la joven de voz firme pero tenue, de cuerpo delgado pero fuerte.

Haber crecido en una familia nómada, razón por la cual a los 16 años había estudiado en más de una docena de colegios, le permitió adaptarse de mejor manera a una cultura oriental.

“Es una cualidad de adaptación que aprendí y siempre he creído que cuando llegas a un lugar nuevo o te adaptas o te mueres”, agrega. Se traslada por la ciudad en bicicleta y motocicleta eléctrica; de vez en cuando lanza un grito para apartar a los peatones despistados, pero siempre cumple con las reglas de urbanidad al pie de la letra.

Debido al estigma que tiene de “país comunista”, algunas personas que llegan a lo hacen con ideas preconcebidas, con mentón arriba y queriendo mirar a la gente desde superioridad imaginaria, señala. “Es tan fácil que si no te gusta ahí están los vuelos de regreso y ahí están los países que sí te podrían gustar”, advierte la mujer que tiene a cerca de 120 alumnos de diversos grupos.

Ella llegó con mente abierta, sabe que está prestada y que se atiene a las reglas, las de una nación que la acogió y las propias: “Querer estar en un lugar y poner lo mejor”.

A la distancia, ve a una China roja y amarillo, colores milenarios y de identidad. Surgen en cualquier lado, ya sea una bandera o en una majestuosa puerta redonda en los hutongs, esos antiguos callejones caóticos.

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