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Las propuestas de Jair Bolsonaro y Fernando Haddad, polos opuestos en la contienda electoral que definirá al próximo presidente de Brasil el 28 de octubre, han dividido a la comunidad transgénero en ese país, la cual se debate entre votar por un candidato ultraderechista que podría amenazar sus derechos humanos o darle su apoyo al abanderado de una izquierda manchada por los escándalos de corrupción de sus representantes.
“Es una decisión muy difícil para las trans brasileñas, porque unas dicen que [con Jair Bolsonaro] los derechos van a ser retirados, que vamos a regresar a 1964 [cuando empezó la dictadura], que nos van a perseguir por ser trans”, narra Marcela Escobar, mujer transgénero de origen chileno que radica en Sao Paulo desde los ocho años.
Asegura que también hay otras que “además de pensar en sí mismas, también se preocupan por sus familias, por las demás personas que están en el país” y por las consecuencias de que “continúe el gobierno de izquierda” liderado por un partido que se ha visto involucrado en escándalos de robo y corrupción.
Marcela dejó Chile desde muy pequeña, junto con su padre, para establecer su vida en Sao Paulo. “Cuando era niña, mi padre me preguntaba qué quería hacer de mi vida, y yo le decía: ‘Quiero ser mujer’. Yo era muy niña, no sabía diferenciar qué era ser trans, sólo sabía que quería ser mujer”, dice en entrevista con EL UNIVERSAL.
Su infancia estuvo marcada por la discriminación y la violencia: “Mi vida como niña trans fue muy mala, me pegaban todos los días en el colegio. No podía entrar ni al baño de los niños ni al de las niñas, porque todos me discriminaban. Así que la directora me dejaba usar el de los profesores. En los pasillos, los niños me golpeaban en la cabeza y me llamaban maricón”, comenta.
“Me descubrí trans desde los 12 años”, recuerda. “Desde entonces, mi padre me pegó todos los días para que me vistiera y actuara como hombre, así que huí de casa a los 15 años”.
Sin embargo, escapar de la violencia intrafamiliar la llevó a ejercer la prostitución en las calles de Sao Paulo, donde era constante víctima de golpes, abusos y violencia de todo tipo: “La pasé muy mal porque no tenía dinero, pasé hambre, me quedé en la calle, no tenía a dónde ir ni quién me apoyara. Quise volver a mi casa muchas veces, pero mi padre no me aceptaba, así que tuve que recurrir a la prostitución”.
Marcela asegura que siempre ha habido discriminación en Brasil, a pesar de los gobiernos o de los avances legislativos en materia de derechos humanos, incluso de la creación de hospitales para la atención especializada de personas transgénero. “Aquí algunas mujeres trans sufren mucho, ni siquiera quieren salir a la calle. Es una cuestión social”, apuntó.
De acuerdo con ONG brasileñas, el aumento de la violencia a la comunidad LGBTTTI responde al incremento de la popularidad de políticos de derecha y a una agenda político-económica conservadora y reaccionaria por el establishment de la nación; sin embargo, la violencia contra las personas transgénero data de antes.
El más reciente informe de la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales (Antra) dio a conocer que cada 48 horas una persona trans fue asesinada en Brasil en 2017, el mayor índice en los últimos 10 años y que ubica al país en el primer puesto a nivel mundial por este tipo de crímenes. El documento contabilizó 179 asesinatos de travestis o transexuales, 15% más que los notificados en 2016.
“Desgraciadamente, en Brasil, ser travesti y transexual es estar directamente expuesta a la violencia desde muy joven. Comienza en la infancia con la familia, después en la segunda institución social que es la escuela, que forma personas que van a reproducir ese prejuicio en la sociedad en general”, detalló Bruna Benevides, secretaria de Articulación Política de la Antra y autora del estudio, difundido por medios como la agencia EFE.
Con 59 víctimas, el estado brasileño más golpeado por la homofobia en 2017 fue Sao Paulo.
“Nosotras no hacemos mal a nadie, sólo vivimos nuestras vidas como queremos. No vamos a vivir escondidas o de una manera falsa como hace mucha gente”, dice Marcela. Tras haber trabajado 17 años en las calles de Sao Paulo, actualmente ya no se dedica a la prostitución: cría y vende perritos de raza para vender y mantenerse.
“Ahora mi vida es tranquila, pero hay muchos prejuicios [hacia las mujeres trans] todavía. Mi padre vive aquí al lado de mi casa, pero no me habla, él siempre fue muy machista y para él es muy difícil. Aun así yo sé que me ama, tiene una mercería y todos los días me manda verduras, pan, comida o lo que tenga y ese gesto me hace pensar que se preocupa por mí”.