El presidente ruso, Vladimir Putin , está realizando un peligroso acto de equilibrismo.
Su anuncio de que usará a las fuerzas reservistas , de que Rusia “no alardea” y de que tienen la capacidad de responder con todo tipo de fuerza -el impacto es mayor si no utiliza en específico la palabra mayor, cuando todos saben que a eso se refiere-, es un mensaje a diferentes destinatarios. Pero sobre todo, es una respuesta a la reciente avanzada ucraniana, un golpe directo al orgullo ruso.
A nivel interno Putin sabe del descontento que hay en sectores importantes del poder, que no ven con buenos ojos que el mundo glorifique la recuperación, por parte de las fuerzas ucranianas, de territorios que Rusia había conquistado en el vecino país. Sin importar que Rusia no esté usando aún toda su capacidad, no lo hace ver bien que David se ponga con Goliat a las patadas y supere, si bien momentáneamente, el poderío ruso.
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El mandatario ruso tampoco está dispuesto a ceder y retirarse de Ucrania . Está decidido a seguir adelante con su misión, sin importar que no esté saliendo como tenía previsto. La guerra se ha convertido para él en un juego de paciencia, de resistencia, con una apuesta fuerte al desgaste que poco a poco impacta en Europa y Estados Unidos y a la llegada del invierno.
Sin embargo, Putin sabe también que el llamado a los reservistas es una medida impopular entre los rusos. Una cosa es que lleve a cabo su “operación militar especial”, que les ha permitido seguir con sus vidas con normalidad, y otra cosa es que convoque a los jóvenes, muchos de los cuales tienen un entrenamiento muy escaso a nivel militar. Para las madres rusas, significa enviar a los hijos al matadero.
A nivel externo, Putin está decidido a que Occidente entienda que en serio, en serio, no alardea. Y en las próximas semanas, con toda probabilidad, se verá un incremento de la ofensiva rusa, quizá más misiles. Su reciente reunión con los líderes de China e India, sus aliados actuales, le dejó en claro que tampoco están muy satisfechos con la guerra en Ucrania. Una y otra vez le dijeron que “no es momento de guerras”.
Por tanto, para el dirigente del Kremlin era urgente demostrar, a toda costa, que tiene el control, que no está perdiendo la guerra en Ucrania, pese a que el mensaje ucraniano sea exactamente lo contrario.
Para Ucrania, el mensaje es justo ese: cuidado que seguimos adelante y vamos con todo. Un poco como decir que “aún no han visto nada”. En este sentido, lo que está claro es que el mundo verá mayor sufrimiento del pueblo ucraniano, más pérdida de vidas, más horror.
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Aunado a este mensaje, un asunto más preocupante, por ahora, es el de los referéndums en cuatro territorios ucranianos para decidir si se anexionan a Rusia.
El país ya tiene experiencia, tras la anexión de Crimea, luego de un referéndum que la comunidad internacional consideró ilegal. Lo mismo irá para los territorios donde se realizarán las nuevas consultas: Donetsk, Lugansk, el este de Khersón y Zaporiyia , donde se encuentra la central nuclear más grande de Ucrania y de Europa. Pero para Putin, poco importará lo que opine el mundo entero. Si, como se prevé, los territorios declaran su decisión de anexarse a Rusia, Moscú los considerará como propios. Cualquier agresión en esas zonas será considerada una agresión al Kremlin y, por tanto, justificará una respuesta de parte de éste.
Con ello, mata dos pájaros de un tiro: se apropia de los territorios y puede culpar a Ucrania de lo que pase en caso de una agresión.
Un elemento clave en este acto de equilibrismo será la comunidad internacional. Gracias al envío de armas de Estados Unidos y de Europa, los ucranianos han llevado la guerra al punto en donde se encuentra. Pero los problemas se acrecientan en ambas zonas. Igual que las elecciones intermedias estadounidenses, en las que el presidente Joe Biden tiene como misión casi imposible el no perder la mayoría demócrata en el Congreso.
Las facturas se acumulan en Europa, donde se avecina un invierno duro, muy duro, por el alza en los precios energéticos, y en general.
El ánimo por mantener el apoyo a Ucrania, por seguir financiando la resistencia, puede decaer muy fácilmente. A eso se la está jugando Putin, quien entonces, además, podría decir: con Occidente no hay alianza que valga, Ucrania está sola.
Por ahora, se ve difícil que la amenaza nuclear se convierta en una realidad. Por la sencilla razón de que cruzada esa línea, no hay punto de retorno. Nadie gana, todos pierden. Putin lo sabe. También Occidente. El problema es que, como en cualquier escalada de conflicto, las cosas se pueden salir de control fácilmente. Con consecuencias devastadoras.
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