El 2016 fue un año caótico para la vida de María Claudia Bonilla, perdió una parte de su alma e hizo hasta lo imposible por saber qué había pasado con su hija. En la actualidad, todavía quedan en el aire muchas dudas, y solo -asegura- la paz de Dios le ha permitido levantarse.

"Tengo documentos de todo –asegura María Claudia–. Fui a la Fiscalía en la embajada de México , a todas partes y nunca me dieron ninguna razón, ni en la Procuraduría de México, nada. Estoy igual que hace cuatro años".

Mil 460 días después de la extraña muerte de Sara, su madre no deja de preguntarse por lo que pasó. Le encantaría tener alguna certeza, pero si de algo está segura es que su hija no se suicidó.

"Yo quiero la verdad, es todo lo que quiero –señala la madre–. Yo lo que no quiero es que otras mamás tengan que vivir lo que yo viví con Sara. Nadie se merece eso".

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Los misterios de la muerte de Sara

, colmbiana de 22 años, llevaba apenas una noche en Cancún cuando apareció muerta como si hubiera caído del octavo piso del hotel Villas del Palmar.

Había llegado el 29 de julio en compañía del venezolano Antonio Digiore, un joven con el que salía desde hacía varios meses y que había conocido en Miami, Estados Unidos, donde Sara residía en compañía de su padre, Bernardo Ramírez, y la esposa de él.

"Ellos eran novios, estaban saliendo –explica María Claudia–. Ella estudiaba administración de empresas en el Broward College y estaba de vacaciones. Me dijo que iban a ir a Cancún a pasar el fin de semana porque Antonio se encontraba indocumentado, por lo que tenía que estar entrando y saliendo del país. No estuve de acuerdo con eso, discutimos, pero finalmente accedí y no quise decirle nada más".

Pasaron la tarde en la piscina del hotel y sobre las 11:30 de la noche se fueron a Cocobongo, una discoteca local.

Ella bebió medio coctel, según el relato de Digiore en aquel 2016. Bailaron y hacia la 1:30 a. m. del 30 de julio regresaron.

"El novio me contó que ya en el hotel subió a cambiarse la camisa, porque estaba un poco sudado, y la niña se quedó abajo –cuenta María Claudia–. Él se demoró 40 minutos y al bajar mi hija se había esfumado".

María Claudia hace una pausa. Recordar es tocar de nuevo una herida que permanece abierta. Se lamenta por no haber sabido antes lo que el destino le deparaba a su hija en ese viaje, aunque se opuso cuando supo de él, finalmente accedió y lo lamenta, aunque no tenía cómo saber lo que ocurriría.

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Según el relato del joven venezolano a la familia de Sara en Estados Unidos, al no encontrar a su novia, recorrió cada pasillo, la recepción y la piscina, y subió más de tres veces a la habitación. Le escribió a su celular, pero nunca respondió.

"Él nos contó que cada vez que preguntaba a los empleados del hotel le decían que ya aparecería –recuerda María Claudia–. También le decían que no había cámaras de seguridad".

Al clarear el día, Digiore vio a un grupo de personas que rodeaban el cuerpo de Sara, cerca de la piscina.

Los tobillos de Sara estaban rotos y sus brazos tenían raspaduras, pero el rostro estaba intacto.

Cuando intentó acercarse más, según lo relatado por él, dos hombres de civil, que se identificaron como policías, lo sujetaron por los hombros y se lo llevaron a una habitación del hotel, donde lo intimidaron y le exigieron cinco mil dólares para no incriminarlo por la muerte de su compañera.

Antonio pudo liberarse un momento de los policías y avisó a la familia de Sara sobre lo ocurrido. Su madre recibió la terrible noticia sobre las 2 de la tarde. Lo que aún desconocía la familia era el manto de interrogantes que empezaban a cubrir la muerte de la joven.

Una odisea que no termina

Para María Claudia Bonilla, lo ocurrido con su hija prueba la existencia de una red criminal.

"Llamé a las 3 de la tarde del 30 de julio al hotel ese, y me dijeron que los jóvenes (Sara y Antonio) estaban por fuera y que cuando volvieran nos avisaban –denuncia María Claudia–. A esa hora ya habían levantado el cuerpo de mi niña; muy raro. Cuando por fin puedo llamar al teléfono de mi hija me contesta es la policía, todo muy raro".

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Luego de poner al tanto a la familia de Sara, Digiore fue abordado de nuevo por los supuestos policías –que no portaban placa–; lo llevaron hasta el aeropuerto de Cancún y de nuevo le exigieron la suma de dinero para dejarlo salir.

Según el relato del joven venezolano, consiguió que unos amigos le giraran el dinero, pero la transacción no se hizo efectiva. Los supuestos policías se fueron pensando que lo exigido ya estaba en sus cuentas y lo dejaron en el aeropuerto. Allí permaneció en un baño hasta viajar de vuelta a Estados Unidos .

María Claudia viajó hasta Cancún en compañía de su pareja para poder sacar el cuerpo de Sara y darle sepultura, pero los problemas recién empezaban.

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María Claudia viajó hasta Cancún en compañía de su pareja para poder sacar el cuerpo de Sara y darle sepultura, pero los problemas recién empezaban.

"En México no nos querían atender (era el domingo 31) –denuncia María Claudia–. Nos dijeron que solo podíamos llevarnos el cuerpo de mi hija si lo cremaban. De lo contrario, nos iba a tocar esperar 20 días. No hubo tiempo de hacer un examen para saber las causas de su muerte".

Mientras tanto, ya en Miami, Antonio Digiore le dijo al padre de Sara que los policías lo estaban llamando de nuevo para reclamarle por el dinero que no había llegado. Y de nuevo le advirtieron que si quería que entregaran el cuerpo debía enviar lo acordado.

"En cuanto nos dijeron que la plata se había girado apareció el médico de la morgue y procedieron con la entrega del cuerpo –afirma la madre–. Todo es muy raro, yo creo que a mi hija la iban a meter a una red de trata , es todo muy extraño".

A Sara no le realizaron una autopsia. Según cuenta María Claudia, en repetidas ocasiones Digiore le escribió a ella para decirle que se fuera pronto de la ciudad, pues su vida corría peligro.

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La obligaron a firmar unos papeles lo más rápido posible y al final del día pudo llevarse las cenizas de su hija.

"Después de un tiempo he atado cabos –reflexiona la afligida madre–. Fue tenebroso en Cancún, ese tiempo cuando estuve allá. Policías vestidos de civil, eso es muy raro".

¿Caso cerrado?

A través de una página de internet llamada Mexico Vacation Awareness, que relata varios casos de turistas que han muerto en extrañas circunstancias tras llegar a este país, la familia de Sara Ramírez publicó un pequeño texto en el que cuentan el caso.

Aseguran que mientras esperaba a su novio, la joven fue interceptada por personas que pretendían raptarla, pero las cosas salieron mal.

"Conociendo bien a nuestra hija, ella se tuvo que haber liberado y fue cuando la asesinaron fracturándole el cuello y después la aventaron por el balcón", reza el texto.

En México se manejó la versión de que la joven saltó desde el octavo piso del hotel y que en el cuarto tenía unas pastillas. También, que estaba embriagada.

"Mi hija tenía unas pastillas anticonceptivas, no era ningún remedio para la depresión –aclara María Claudia–. No intentó matarse, era la niña más feliz del mundo; no sé de dónde sacan eso. Ella había comprado un carro y llevaba diez meses pagándolo".

El caso se trató como un suicidio y fue cerrado. Pero la herida de una madre permanece abierta, sin la posibilidad de sanar.

"Ella trabajaba en la tienda Pink, en Aventura Mall, en Florida –cuenta María Claudia–. Empezaba la universidad y trataba de disfrutar de la vida. Entré en una depresión horrible y al año me pude levantar de nuevo".

Germán Pardo, padrastro de Sara, fue quien pudo ingresar a ver el cuerpo de Sara. Sostiene que la joven no tenía ninguna herida ni señales de haber caído de un octavo piso ni de haber recibido una autopsia.

De Antonio Digiore poco se sabe en la actualidad. La madre de Sara sostiene que un par de veces se reunió con el padre de la joven en Miami y se esfumó, no ha podido encontrarlo de nuevo.

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En México se manejó la versión de que la joven saltó desde el octavo piso del hotel y que en el cuarto tenía unas pastillas. También, que estaba embriagada.

Luego de lo ocurrido, María Claudia recibió el apoyo de varios movimientos de familias que han perdido a un ser querido en las mismas circunstancias, Me muevo por Colombia es uno de ellos.

Junto a esta comunidad se realizaron, tanto en México como en Colombia , varios plantones y movilizaciones para exigir respuesta por crímenes de colombianos en este país. María Claudia agradece el apoyo recibido y señala que gracias a esta comunidad halló a muchos funcionarios que quisieron ayudar, sin embargo, nunca hubo una respuesta de las autoridades.

Desde su casa, María Claudia pide que, aunque no haya justicia para Sara, espera que su relato pueda ayudar a otras madres que han padecido lo mismo, o que pueden tomar las precauciones necesarias para evitar que lo mismo que ella sufrió en carne propia lo tengan que vivir más personas.

"Sara era una niña de 22 años, muy alegre, extrovertida, buena compañía, juiciosa, responsable, trabajadora –dice Germán Pardo–. Sara era muy divertida, de buen humor y muy linda. Una niña… la mejor".

jabf/lsm

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