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En 1943 surgió una calavera de cristal en la colección del explorador británico Frederick Albert Mitchell-Hedges . Él y su hija, Anna Mitchell-Hedges, sostuvieron que la habían encontrado en una excavación realizada en Belice en la década de los 20, en el siglo XX.
De su hallazgo no existían registros etnográficos ni arqueológicos, pero los Mitchell-Hedges decían que era un artefacto ancestral de los Mayas. Por las inconsistencias en su hallazgo y la existencia de otras doce calaveras, cientos de teorías surgieron durante casi cien años sobre su origen.
Estas calaveras de cristal inspiraron la película ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’, en la que el temerario arqueólogo se enfrenta a las peligrosas selvas centroamericanas para hallar más de estos objetos.
Ante la duda crearon teorías conspirativas
Por años se sospechó que los cráneos , tallados en cristal de cuarzo , hacían parte de artefactos precolombinos de pueblos mesoamericanos. Pero los propietarios no tenían claro si eran aztecas, mayas o toltecas . Debido a la poca documentación que existía sobre el hallazgo de la calavera de los Mitchell-Hedges, empezaron a surgir leyendas, mitos y teorías conspirativas sobre las piezas.
De acuerdo al diario ‘La Vanguardia’, algunos señalaban que podía tratarse de bases para crucifijos en las iglesias de Centroamérica . Otros tantos creían que habían sido talladas por alienígenas, ciudadanos de la mítica Atlántida o, incluso, talladas por miembros de una elusiva sociedad que habitaría el centro de la Tierra.
Aunque los coleccionistas explotaron el misterio del origen de las calaveras, desde su aparición los museos e institutos científicos han puesto en duda que se trate de artefactos antiguos auténticos. Uno de los detalles que señalaban era que no correspondían al estilo de tallado evidenciado en calaveras precolombinas, que usualmente se hacían en basalto, piedra caliza o en oro.
Este ejemplar hace parte de una colección en el Museo de Quai Branly en París
Los hallazgos científicos sobre las calaveras
Gracias al desarrollo de microscopios electrónicos, investigadores pudieron constatar que las calaveras no eran artefactos antiguos , pues lograron datarlas a un máximo de 150 años. Determinaron que habían sido esculpidas en un taller europeo en el siglo XIX, con herramientas que no existían siglos atrás.
Mitchell-Hedges llamó a la calavera en su posesión como la ‘calavera del Destino’, defendiendo que tenía más de 3600 años de antigüedad y que habría sido usada en rituales mágicos de los mayas.
La comunidad científica puso en duda desde el principio las afirmaciones fantásticas del explorador, pues no existían fotos de la expedición en la que había sido encontrada. Ante las preguntas de expertos, Anna Mitchell-Hedges respondió que todas las pruebas se habían perdido en medio de un huracán.
La joven entregó la pieza a expertos de Hewlett-Packard para que pudieran estudiarla.
Según el informe, había sido esculpida con diamantes y habría tomado 300 años para terminarla.
La calavera tenía un prisma en su interior y orificios que permitían el paso de luz. Además, en las cuencas de los ojos tenía dos lentes cóncavos, que cuando se iluminaban daban la impresión de estar en llamas.
Cuando falleció Anna, se la entregó a su amigo Bill Homann. Él permitió que el Instituto Smithsonian estudiara la calavera entre el 2007 y el 2008. En ese caso, encontraron que había sido tallada hacia 1930.
Las doce calaveras restantes
Desde 1850 empezaron a aparecer estas extrañas calaveras en colecciones privadas y públicas. La primera le pertenecía al banquero inglés Henry Christy y medía tan sólo 2,5 cm. Supuestamente hacía parte de los productos de colección de un vendedor de antigüedades francés llamado Eugène Boban, y la había adquirido del explorador y etnógrafo Alphonse Pinart.
En 1878, Pinar donó tres calaveras de cristal al Museo Etnográfico del Trocadero en París, después de haberles entregado dos artefactos iguales en 1867. Pero no sólo llamaron la atención de museos europeos, hasta el Museo Nacional de Antropología de México compró dos calaveras de cristal del coleccionista Luis Constantino para una exposición de objetos aztecas.
Eugène Boban, un comerciante de antigüedades francés
Boban no sólo las vendió a museos, sino que también logró timar a la empresa de joyas Tiffany & Co . que compraron una calavera por 950 dólares en 1885. La última calavera en aparecer salió a la luz en 1992, como parte de una donación anónima que aseguraba que había pertenecido al presidente mexicano Porfirio Díaz.
Actualmente, las calaveras hacen parte de muestras sobre falsificaciones arqueológicas en los museos que las poseen.
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