Madrid.— A la luz de la guerra en Ucrania, la utilización de agentes químicos o biológicos con fines bélicos sigue representando una amenaza a nivel internacional. Sin embargo, su estigmatización y el efecto búmeran que generan reducen considerablemente el riesgo de que puedan ser empleados como armas de destrucción masiva.
“Las dos únicas amenazas para el planeta, para la seguridad global en su conjunto, son las armas nucleares y el cambio climático. El efecto de las armas biológicas y químicas es mucho más localizado, lo que no le resta horror al uso de estas armas que, por lo general, afectan a individuos más que a comunidades”, señala a EL UNIVERSAL Alejandro Pozo, investigador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau (Centro Delás de Estudios por la Paz) y profesor de Relaciones Internacionales y Conflictos Armados en la Universidad Ramon Llull.
“El riesgo de que Rusia utilice en la guerra de Ucrania este tipo de armas siempre existe, pero lo que hay que analizar es la probabilidad de que ocurra. No es lo mismo utilizar armas químicas que biológicas. Las armas químicas se han utilizado en ocasiones puntuales, pero el uso de las biológicas es más raro (...) Al estar tan estigmatizadas, su desarrollo con fines bélicos se ha paralizado desde hace décadas, lo contrario que con las armas nucleares”, dice.
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“Se ha hablado del uso de fósforo blanco por parte de Rusia, pero eso está por ver si se puede catalogar como arma química, que equivale al uso de un agente químico con una intención bélica. Probar la intención es algo realmente complicado. El fósforo blanco no se utiliza habitualmente para matar a alguien, sino de manera instrumental para permitir ciertos desplazamientos de los efectivos militares.
“Ciertamente ese producto químico que está en el aire puede alcanzar a otras personas y producir heridas importantes. Es una controversia que siempre ha estado presente (...) Que no esté prohibido no significa que su uso sea el adecuado. El uso de armas biológicas es diferente, porque sus efectos son más impredecibles”, subraya Pozo. “Una cosa es la letalidad del producto y otra cómo se utiliza. Algunas armas matan más que otras, pero su uso no está documentado. El término destrucción masiva tiene que ver con matar mucha gente, pero también con que no se puede discriminar entre civiles y combatientes, entre los tuyos y los otros, por lo que su uso [agentes químicos o biológicos] tiene un efecto búmeran (...) hay que garantizar que los tuyos no estén ahí. Agentes como el ántrax o las pestes están catalogados como muy nocivos, pero no suceden habitualmente en las guerras. Ha ocurrido alguna vez, pero de manera muy concreta”, agrega, tras matizar que las armas convencionales matan mucho más y están aceptadas internacionalmente.
“Todos los países guardan agentes de este tipo, entre otras cosas para fabricar antídotos. Los tratados internacionales lo prohíben todo. Cabe esperar que los puedan producir aquellos países que no han firmado las convenciones sobre armamento químico, que son los que están fuera del juego internacional o no se prestan a ello. Corea del Norte, Egipto y Sudán del Sur no lo han firmado. Israel lo firmó en su momento, pero nunca lo ratificó. En el caso de tratados que prohíben el uso de armamento biológico, son muchos menos los países que lo han suscrito”, agrega. “El proceso de producción no es más costoso que el de cualquier fábrica que utiliza la industria química. La pregunta es si puede tener una finalidad militar. En principio, buena parte de los agentes químicos, cuyo uso está prohibido como armas, se fabrican. Cualquier farmacéutica, por ejemplo, va a tener agentes de este tipo para experimentar o producir sus vacunas. El peligro es que salgan de estos lugares y se puedan utilizar con una finalidad bélica”, dice, tras reseñar que el uso de armas biológicas en momentos de tensión política o enfrentamiento armado es algo excepcional.
“Más allá de los tratados que las prohíben, este tipo de armas están estigmatizadas, lo que es algo positivo. Ningún país va a reconocer que las usa y eso es un avance (...) El secretismo no sólo afecta a los agentes químicos o biológicos, sino a cualquier cosa que tenga que ver con las dinámicas de guerra o las armas en general”. Pero el secretismo que envuelve la producción y el uso de este tipo de armamento disparó hipótesis extremas, como que el Covid-19 fue desarrollado como un arma biológica, lo que nadie ha podido demostrar.
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