Bruselas. La salida estadounidense de Afganistán y la toma del gobierno en Kabul por parte de los talibanes ha colocado a la Unión Europea (UE) ante un dilema que deberá resolver en 2022.
El bloque comunitario tiene la necesidad de seguir apoyando a la población afgana y conservar el progreso alcanzado tras un caudal de recursos inyectados durante 20 años.
Desde 2001 se han acumulado alrededor de 70 mil millones de dólares en asistencia internacional, siendo la UE uno de los principales contribuyentes.
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En 2019, el país de 36 millones de habitantes con una extensión geográfica del tamaño de Francia habría recibido asistencia internacional por 4.3 mil millones de dólares, equivalente a una quinta parte de la economía nacional.
Luego de la retirada de las fuerzas militares norteamericanas , las necesidades no solo siguen siendo titánicas, la situación humanitaria se ha deteriorado como consecuencia de la inestabilidad política, la pandemia por coronavirus, el aumento de la violencia y condiciones climáticas extremas, como sequías, nevadas, inundaciones y avalanchas.
De acuerdo con Naciones Unidas , desde principios de 2021 unas 550 mil personas abandonaron sus hogares, con lo cual el número de desplazados supera la barrera de los 4.2 millones.
Afganistán ya sufría una crisis alimentaria antes del resurgimiento talibán, pero las restricciones introducidas para frenar a Covid-19 , en combinación con el aumento del desempleo, profundizó la situación. Alrededor de 14.1 millones de personas, 35% de la población, está expuesta a una situación de inseguridad alimentaria. En total, unas 18.5 millones de personas requieren asistencia humanitaria.
Por otra parte, la UE tiene pendiente la tarea de configurar su relación con los talibanes sin reconocerlos oficialmente.
Pero en su cálculo, el Servicio Europeo de Acción Exterior debe ser extremadamente cauteloso, pues la medicina podría ser peor que la enfermedad, alertaron expertos y antiguos funcionarios del gobierno afgano, como la exembajadora de Afganistán en Estados Unidos, Roya Rahmani, y la exministra de Asuntos de la Mujer, Sima Samar, durante un foro celebrado en noviembre por el Instituto Real de Relaciones Internacionales Egmont, con sede en Bruselas.
A Rahmani le preocupa que la UE llegue a la conclusión de que los talibanes son un socio fiable. También inquieta que vean en la milicia la alternativa para frenar el avance del Estado Islámico, una amenaza en ascenso en Afganistán luego del repliegue de las fuerzas estadounidenses.
Dicho cálculo supondría fin a toda capacidad de presión por parte de la UE para que hacer que prevalezca la versión más moderada de los talibanes frente a la ciudadanía.
Asegura que para mantener unidas las diversas fracciones que la integran, la cúpula talibán necesita seguir su línea más dura y mantener intacto el adoctrinamiento de sus filas. Sin presión externa no habría motivo para cambiar su comportamiento frente una ciudadanía que exige libertades y garantías en ámbitos como el acceso a la educación.
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Samar también considera crucial no caer en lo que describe como la “ trampa talibán ”. Prevé que las reglas de juego en la guerra afgana cambien como consecuencia del avance del Estado Islámico, por lo que la UE debe reaccionar con enorme precaución.
“Los talibanes podrían explotar la situación, usarla como un instrumento de presión proyectando la presencia de otro enemigo. Tenemos que ser extremadamente cautelosos al respecto”.
Para la defensora de derechos humanos , aún es posible ejercer presión sobre los talibanes, quienes necesitan del reconocimiento internacional, así como de los dineros del exterior.
Una alternativa sería que los organismos de Naciones Unidas se encarguen de pagar los salarios de los profesores en Afganistán , con lo cual disminuiría la interferencia de los talibanes en la educación, al tiempo que se ayudaría a la economía.
La administración del presidente estadounidense Joe Biden informó oportunamente a sus aliados europeos del fin de la misión en Afganistán. El 14 de abril hizo pública la fecha de salida: antes del 11 de septiembre.
No obstante, la Unión Europea subestimó la fecha límite establecida en virtud del acuerdo entre Washington y los talibanes , y al final quedó expuesta en medio de una caótica retirada cuyas secuelas aún siguen presentes.
Unos dos mil 100 afganos siguen a la espera de ser trasladados tan solo a Holanda. Son personas que brindaron servicios al ejército, al cuerpo diplomático y a organismos internacionales, como intérpretes, personal de seguridad y activistas.
Jean Louis de Brouwer
, director del Programa de Asuntos Europeos del Instituto Egmont, sostiene que la lección más importante que deja la caída del efímero gobierno afgano construido por la comunidad internacional, es que no hay actor externo capaz de poner en orden en solitario a Afganistán.
“No podremos resolver la situación actuando solos, la UE como donante, Rusia como garante de la seguridad regional, China como promotor de inversión y desarrollo. Debemos sentarnos y comunicarnos los unos con los otros”, asegura.
Por su parte, la UE debe de dejar de ser eurocéntrica. Tiene que involucrarse en una agenda incluyente basada en el respeto a las garantías individuales, y no es una dictada por las autoridades afganas, como ha sido el caso desde la caída de Kabul el 15 de agosto .
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