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Oakland, California
“Todo fue muy rápido, no estábamos preparados; la verdad es que uno nunca piensa que te va a tocar esto de salirte de tu casa y pensar que puede quemarse”, dice a EL UNIVERSAL Alfredo Castillo, mexicano-estadounidense evacuado por los incendios en Thousand Oaks, California.
“Aquí vivimos mi hermana y yo, ella trabaja y yo voy a la universidad y trabajo también”, explica este joven hijo de padres mexicanos, oriundos de Jalisco y Colima. El 9 de noviembre, prosigue, “nos ordenaron que nos fuéramos de la casa. Lo bueno que mi hermana ya había guardado papeles y pasaportes y todas esas cosas que te dicen que debes tener a la mano. Nos fuimos a un hotel, pero tuvimos que regresar porque tenemos dos perritos que habíamos dejado”.
Su voz se torna triste. Recuerda que acababa de ocurrir el tiroteo del 7 de noviembre en el Borderline Bar & Grill, donde un sujeto mató a 12 personas y luego se suicidó. “Tengo amigos que les tocó —vivirlo—”, dice. “Y ahora esto —el desalojo por los incendios—. Casi no nos dejan pasar a recoger a nuestras mascotas porque el fuego estaba como a 5 millas (8 km), pero no había mucho viento en ese momento y logramos meternos-; se sentía fuerte el calor, el incendio seguía avanzando pero lo malo es que no sabes hacia dónde te puede agarrar. Ya cuando salimos con nuestros perritos el humo parecía como niebla. Creo que tuvimos mucha suerte de que no nos pasara nada”, reflexiona.
Thousand Oaks se ve afectado por Woolsey, uno de los dos incendios que asolan California, aunque los mayores daños y muertes los ha dejado Camp, en el norte del estado. Juntos, han dejado más de 70 decesos y más de mil desaparecidos, además de daños materiales por cientos de millones de dólares y la pérdida de un número importante de animales salvajes. “Ahora que pudimos regresar a la casa, porque afortunadamente no se quemó como muchas, encontramos en el jardín a varios conejos y un venado muy quemados, pero todavía respiraban; estaban vivos y olía espantoso a carne quemada”, describe Alfredo.
Nada qué hacer
“Mi hermana, que ama a los animales, me dijo que la ayudara a ponerlos en una sábana y con cuidado los acomodamos en su camioneta y los llevamos con un veterinario de otra área donde no había emergencia ni evacuaciones”, detalla. “El veterinario nos dijo que no había nada que hacer y la verdad sí se veían mal; los puso a dormir, les inyectó una solución para que murieran tranquilos”.
Es el noveno año consecutivo que en California se registra una sequía crónica que ha llevado al estado a mantener una alerta permanente para el uso racional del agua. Por ejemplo, hay horarios y tiempos determinados para que las personas con jardín en sus casas puedan regar el pasto y sus flores, pero sólo cada tercer día.
Si alguien viola esta u otras disposiciones que hay, son sujetos a una multa y la reincidencia podría ocasionar cárcel en algunos casos. Los restaurantes, como un ejemplo de las medidas extremas, no están autorizados a ofrecer vasos con agua a sus comensales a menos que ellos los pidan. Actualmente el gobierno de California trae agua de distancias muy lejanas al norte de estado y también desde otras regiones de la Unión Americana, a través de contratos de servicio de agua con otros estados.
“A la casa donde estamos no le pasó nada, pero tengo un amigo que su casa fue de las que se quemaron; apenas consiguieron irse —en sus autos— hacia un lugar seguro porque dice que el fuego ya estaba muy cerca y en momentos pensaron que no lograrían salvarse porque todo —el ambiente— estaba muy espeso por el humo”, señala Alfredo. “Escuché que muchas personas se murieron porque no salieron de sus casas a tiempo o mientras manejaban para tratar de salvarse; pobrecitos, debe ser una muerte espantosa”, comenta este estudiante de 26 años. “Nosotros cuando regresamos por los perros y nos volvimos a ir, ya cuando nos íbamos todo se veía como oscurecido, el olor era muy fuerte a leña quemada, feo; ahorita está leve, todavía huele feo pero no tanto. Volteabas a ver el cielo y el sol parecía un puntito como anaranjado, parecía que estábamos en otro planeta, en serio”.
Los incendios Camp y Woolsey son los más devastadores jamás registrados en la historia de California. Según crónicas, el peor incendio que había existido hasta ahora ocurrió en 1933 en el Parque Nacional Griffith, con un saldo de 29 fallecidos.
Sin embargo, estos incendios ya entraron al registro nacional como una de las tragedias forestales más mortíferas de la historia de Estados Unidos y tristemente compiten con las 87 personas muertas durante la llamada “tormenta de fuego Big Burn” que azotó en agosto de 1910 las Montañas Rocosas del Norte. Las autoridades esperan que no supere el tristemente recordado incendio Cloquet de 1918, en Minnesota que acabó con las vidas de 450 personas.
“Escuché en la radio que el incendio que está en el norte —el Camp— es peor que este —el Woolsey— que nos tocó a nosotros, pero que allá los vientos tan duros hicieron que la lumbre llegara más rápido a esas casas que se quemaron y que mucha gente se quedara atrapada”, comenta Alfredo. “Aquí —en California— nos la pasamos hablando de terremotos y esos —fenómenos— ni avisan. Deberíamos tener más cuidado con los incendios que todos los años están llegando”.