En el Parlamento los votos son un mecanismo necesario para resolver sobre proyectos, pero se requiere más que eso cuando se pretende que los proyectos arraiguen en la sociedad: se necesita convencer. Ayer el Senado argentino rechazó el proyecto de legalización del aborto, con media sanción en Diputados, por 38 a 31 votos y con dos abstenciones; sin embargo, después de casi cinco meses de tratamiento del tema en ambas Cámaras, quedó claro que la participación colectiva y el debate plantean ahora para las partes una nueva agenda. Quedó en el aire la sensación de que si bien no había acuerdo entre los senadores respecto a la legalización del aborto, podría avanzar su despenalización.
En el caso de la legalización se trataba de que el aborto, hoy clandestino, fuera asumido como un problema de salud pública por el Estado, poniendo a disposición de la mujer los servicios de salud. En el de la despenalización el Estado no asumiría la responsabilidad de la atención de salud pública, pero tampoco condenaría penalmente a la mujer que lo practique.
Tan abierto ha quedado el tema que en menos de un mes el Congreso estará debatiendo una iniciativa del Poder Ejecutivo de reforma del Código Penal, en la que hay un capítulo expreso dedicado al aborto y se verá si se despenaliza. Si este nuevo proyecto prospera, es claro que el debate regresará al Congreso en los años próximos y será no en un debate moral-religioso, sino exclusivamente sobre si el Estado se hace cargo de una práctica no punible y de alto riesgo para la salud de las mujeres.
Ahora bien, ¿qué hizo la diferencia de resultado entre diputados y senadores? En una primera mirada se advierte en la geografía del voto la constitución de dos polos: el norte más conservador versus el sur, con sociedades y economías más activas y autónomas del Estado. Sin embargo, en la ciudad de Buenos Aires los resultados cambiaron en contra de la legalización del aborto en senadores, lo que muestra la compatibilidad entre la alta modernización y el conservadurismo político.
Quizás es en las novedades del proceso político donde deben buscarse las razones del rechazo. La primera fue el cambio en el carácter de la participación social. La Iglesia católica se movilizó y visibilizó su rechazo en un modo en que no lo había hecho antes. Otros credos, en particular los evangélicos, fueron motores importantes de la mayor movilización en el país.
La explicación del voto debe buscarse principalmente en la propia política, en la representación y acuerdos (por convicciones y oportunidad) de una parte de la clase política con las comunidades y élites religiosas. De ahí que una de las novedades que aportó el debate en el Senado fuera un nuevo color en la sociedad: los pañuelos naranja. Además de los pañuelos verdes y de los celestes (proderechos y antiderechos al aborto), surgió el pañuelo naranja exigiendo la separación entre Iglesia y Estado.
Pero más allá del resultado en el Senado, el impacto institucional fue positivo. El debate fortaleció la democracia deliberativa y la participación pacífica, pero también permitió ver otras cuestiones. Por su relevancia e impacto colectivo este tema ¿no debía ser tratado y votado por el conjunto de los ciudadan@s a través de un referéndum? Quizás es hora de fortalecer la democracia con sus mejores antecedentes, para que los votos contribuyan no sólo a ganar/perder en suma cero, sino a convencer; a mejorar la representación y la estabilidad.
Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia, miembro del Sistema Nacional de Investigadores