Lima. —En la víspera de las elecciones, Pedro Castillo, de 51 años, llegó a Tacabamba cerca a la medianoche y dio unas palabras frente a la multitud que lo esperaba incumpliendo el toque de queda. Su discurso —en pleno silencio electoral— no fue una invocación a votar por él, sino a participar y respetar el resultado de los comicios. Este último acto previo a la contienda reveló algunas constantes en la vida política de un candidato que estuvo en los límites.

Castillo ha sido docente por 26 años en el caserío de Puña, en Cajamarca. Primero estudió en el Instituto Pedagógico Octavio Matta Contreras, de Cutervo; en 2006 sacó su bachillerato en Educación y luego una maestría en Psicología Educativa en la Universidad César Vallejo. Antes de su salto a la escena política nacional, el profesor se postuló sin éxito a la alcaldía de Anguía, en Chota, por Perú Posible, y luego se afilió a este partido hasta su desaparición, hace cuatro años.

La vida política que tuvo en esos años aún no es muy clara. En 2017, cuando Marilú Martens era la ministra de Educación del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, Castillo encabezó la gran huelga magisterial. Castillo encabezaba el Conare-Sutep, un ala radical del magisterio que se oponía al liderazgo que ejercía Patria Roja. Ellos pedían la derogación de la Ley de Reforma Magisterial, el rechazo a la privatización de las escuelas públicas y la reposición de maestros despedidos, entre otras cosas.

Castillo empezó la campaña electoral de la mano de Perú Libre, sin grandes pergaminos. No había sido autoridad electa ni un personaje popular que atropellara en las encuestas. Su campaña empezó a ser visible a nivel nacional recién en las dos últimas semanas de la primera vuelta, cuando abruptamente empezó a subir en las preferencias.

Pero su historial en el magisterio le daba brillo propio, y en algunas regiones no había pasado desapercibido. Al inicio de su campaña dijo que indultaría a Antauro Humala, preso por una asonada en la que cuatro policías fueron asesinados. El hecho político que marcó el despegue de Castillo —sobre todo en el sur del país— fue su detención en Mazuco, Madre de Dios, por incumplir el distanciamiento social en una reunión con sus simpatizantes. Perú Libre armó una narrativa de persecución política.

Recuperado del Covid-19, optó por recorrer plazas y calles, y por el contacto directo pese a las recomendaciones sanitarias. Tras pasar a la segunda vuelta se conocieron algunas de sus propuestas que antes habían pasado desapercibidas: la convocatoria a una asamblea constituyente, limitar las importaciones de productos que produce el Perú, una segunda reforma agraria, invertir 10% del PIB en salud y otro monto similar en educación, entre otros. En cambio, su primer plan de gobierno no hablaba de cómo enfrentar el Covid-19.

A decir del analista Gonzalo Banda, el atractivo de Castillo reside en que representa a muchos peruanos alejados de la vida urbana: “No me parece un hombre ideológicamente marxista, creo que su discurso es más de reivindicación social antes que marxista”, precisó.

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