Bruselas.— A lo largo de la zaga del Brexit, los equipos negociadores de Reino Unido y la Unión Europea (UE) se han venido fijando plazos.

Este jueves, cuando los jefes de Estado y de gobierno se reúnan en formato de videoconferencia, se vence uno más, el establecido para pactar el acuerdo que ofrezca certidumbre a las relaciones comerciales a partir del vencimiento del periodo de transición fijado para el próximo 1 de enero.

“El tiempo casi se ha agotado, debemos llegar a un acuerdo esta semana”, afirma el ministro de Exteriores de Irlanda, Simon Coveney. También el equipo de Michel Barnier, jefe negociador europeo, maneja la cumbre del 19 de noviembre como la última oportunidad para que los líderes europeos puedan certificar el documento que evite el Brexit sin acuerdo económico con Europa. No obstante, a lo largo del divorcio las fechas límite no siempre se han respetado, han sonado más a tácticas negociadoras que a auténticos ultimátums.

El artículo 50 del Tratado de la Unión establece que una vez activado, el país miembro que solicitó la salida deberá concretarla en un plazo de dos años. Al final no fue así, el Brexit fue aplazado en tres ocasiones, del 29 de marzo de 2019 al 12 de abril, del 12 de abril al 31 de octubre y del 31 de octubre al 31 de enero de 2020.

Incluso el premier británico Boris Johnson, quien en repetidas ocasiones dijo que “tenemos que salir el 31 de octubre” y aseguró que preferiría morir en una zanja antes de pedir una prórroga, tuvo que ceder, al igual que su predecesora, Theresa May.

El líder de los conservadores británicos declaró en septiembre pasado que suspendería el diálogo si para octubre no había acuerdo. Las amenazas del inquilino del 10 de Dowining Street acabaron siendo pura pólvora mojada.

La fecha que permanece fija en el calendario como definitiva es el 1 de enero. Para evitar llegar al B Day con las manos vacías, las partes deben apretar el paso adoptando soluciones creativas, sólo así habrá tiempo suficiente para cumplir con el complejo proceso de ratificación. Al menos el Parlamento Europeo debe dar su visto bueno a lo pactado a nivel ministerial.

Las negociaciones llevan tiempo empantanadas en torno a la competencia leal, es decir, a la redacción de una normativa que garantice el piso parejo entre la industria británica y la comunitaria. Tampoco se ha resuelto el tema de la gobernanza, el mecanismo que permita la solución de futuras disputas ni el delicado y sensible capítulo de la pesca.

Los euroescépticos británicos han reclamado durante mucho tiempo el derecho a la autodeterminación de sus aguas, pero después de 47 años de membresía, las industrias pesqueras de la Unión y Gran Bretaña están fuertemente integradas dentro de un rígido marco regulatorio.

El presidente estadounidense, Donald Trump, reforzó en Johnson la idea de que más allá del Brexit, las “relaciones especiales” que en su momento tuvieron Churchill y Roosevelt volverían a ser una realidad. Para ello resultaba imperativo que Londres alcanzara la completa independencia de Bruselas, para así poder negociar un ambicioso acuerdo comercial que no esté sujeto a las reglas e intereses de la UE.

Tras ver cómo se desmoronaba su sueño junto con la caída electoral de Donald Trump el pasado 3 de noviembre, Johnson está obligado a llegar a un compromiso con Europa.

La UE es el mayor socio comercial de Reino Unido. La mitad de sus intercambios es con los europeos; el comercio con Estados Unidos, 72 mil millones dólares, equivale sólo al que tiene con Holanda, Irlanda y Bélgica.

En tiempos de histórica contracción económica a causa de las medidas preventivas para frenar la expansión del Covid-19, un Brexit sin acuerdo supondría un auténtico haraquiri.

A Johnson, un camaleón de la política que se le conoce por extender el cronómetro hasta el último minuto, le quedan ya sólo dos opciones: el desastre o el compromiso.

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