Al término la Segunda Guerra Mundial el mundo estaba deseoso de señales que representaran una vuelta a la normalidad. Todo lo que mostrara un indicio de esperanza en el futuro era bien recibido por el público. Con esa premisa, la revista LIFE encargó al fotógrafo francés Robert Doisneau una serie de fotografías que capturaran el espíritu de París luego del conflicto bélico.
En junio 1950, la revista estadounidense publicó, junto con otras imágenes similares, Le baiser de l’Hôtel de Ville o El beso del ayuntamiento , que mostraba la naturalidad con la que los parisinos se besaban en cualquier lugar de la ciudad y momento del día. Algo poco frecuente para esa época. Aunque la foto es considerada un símbolo del romanticismo parisino , no fue hasta tres décadas después que alcanzó el éxito.
Doisneau había logrado capturar “el momento de pasión de una pareja” con el beso de dos jóvenes amantes que se abrazan cálidamente frente al edificio del Ayuntamiento de París, mientras los peatones pasan indiferentes a su lado. Los especialistas catalogaron a la fotografía como un perfecto ejemplo del “fotoperiodismo espontáneo”.
Lo curioso de está historia, además de su fama tardía, es que el éxito de la fotografía se convirtió en un dolor de cabeza para Doisneau: durante los años siguientes distintas parejas reclamaron ser los protagonistas de la imagen y el autor, en la última etapa de su vida, terminó envuelto en una gran polémica que, según sus hijas, repercutió en su salud y lo llevaron a la muerte.
La revista LIFE publicó en junio 1950, la famosa imagen tomada por Robert Doisneau, en la segunda página, arriba a la izquierda. Foto: Archivo
Cuando la imagen tomada en abril de 1950, desde la terraza del desaparecido café Villars, en la rue de Rivole, fue publicada a mitad de siglo XX por la revista LIFE, pasó desapercibida. La foto integraba una serie fotográfica de la nota titulada “Speaking of pictures”. No fue hasta el comienzo de los años 80 que un editor republicó la imagen que comenzó a venderse como poster.
Rápidamente se convirtió en uno de los afiches fotográficos más vendidos. Todos los adolescentes querían en su habitación la imagen que inmortalizaba la magia del amor. Se sumaron postales, calendarios y publicidades con la imagen. En poco tiempo vendió medio millón de ejemplares, algo inusual en ese entonces para una foto.
En 1983, Doisneau dijo a su biógrafo todo lo que recordaba de la célebre instantánea: “No es fea, pero se nota que es fruto de una puesta en escena, que se besan para mi cámara”. Esas palabras tal vez adelantaban el final y la verdadera historia de la imagen, porque Doisneau era conocido en el mundo de la fotografía como un experto de la “imagen robada a la realidad”.
Pero a la par del éxito, llegaron los reclamos. Un sinfín de personas aseguraban ser los protagonistas de la emblemática foto y Doisneau recibió centenares de cartas. Una pareja, los Lavergne, fueron los más insistentes.
Jean Louis y Denise Lavergne escribieron a la hija de Doisneau, Annette, y aseguraron públicamente ser los amantes de la foto. Aunque Doisneau no lo negó ni confirmó, decidieron llevar su reclamo a los juzgados con el ánimo de recibir un porcentaje de los beneficios generados por los derechos de imagen.
Françoise Bornet muestra la fotografía que Doisneau hizo en abril de 1950 para la revista Life y que luego subastó por 185.000 euros. Foto: Archivo
En el medio de la polémica, irrumpió en escena la actriz y modelo Françoise Bornet. Con vos firme, aseguró ser la protagonista de la imagen junto a su novio de aquel entonces, Jacques Carteaud. “No me importaba permanecer en la sombra, pero me irritó la desvergüenza de los Lavergne. Dosineau nos eligió a mí y a Jacques Cartaud, mi novio de entonces. Ambos estudiábamos arte dramático”, dijo en una entrevista Bornet a un medio parisino.
Mientras avanzaba el juicio, Doisneau, que hasta entonces se había mantenido inmutable ante los reclamos, decidió hacer una revelación que cambiaría el rumbo de la historia. El autor contó la verdadera identidad de los amantes: habían sido Bornet y su novio Carteaud. Según sus dichos, habría visto a la pareja en una cafetería y les pidió que posaran para él en la calle.
“Nunca me hubiera atrevido a fotografiar a gente de esa forma. Enamorados que se besuquean en la calle, raramente son parejas legítimas”, dijo Doisneau en una entrevista a un medio francés.
Frente a la confesión del autor, en 1993, la justicia rechazó el reclamo de los Lavergne, aunque los problemas legales para el fotógrafo no terminaron. Ahora era Bornet quien quería una parte de los beneficios de la imagen. Pero su reclamo también fue rechazado. Doisneau aportó pruebas de que, en su tiempo, había pagado la suma acordada, que incluía una copia de la fotografía que él mismo envió a Bornet. “Las pocas veces que he utilizado modelos, siempre les pagué”, dijo indignado a un medio francés.
Lo afirmado por el fotógrafo fue corroborado por Jacques Carteaud, que se había separado de Bornet pocos meses después de haber sido fotografiados por Doisneau. Él declaró que habían recibido el pago de 500 francos por posar para la foto, una remuneración que ambos consideraron justa en aquel entonces.
De todas formas, Bornet obtuvo su provecho. En abril de 2005 subastó la fotografía autografiada que Doisneau le había enviado después de la toma y aunque esperaba ganar entre 15 y 20 mil euros, para su sorpresa y la de la propia galería, la puja alcanzó los 185 mil euros.
Por otra parte, la confesión de Doisneau inició una encendida polémica acerca del valor documental de la fotografía. Aunque hoy puede considerarse que una imagen construida es un gran aporte artístico porque se valora el proceso de creación y no la oportunidad de la toma, en aquel entonces no estaba tan claro. Todas estas cuestiones, trajeron mucho sufrimiento a Doisneau, que falleció a los 81 años, un año después que se resolviera el conflicto judicial.
En un reportaje, su hija Annette dijo: “Ganamos en los juzgados, pero mi padre sufrió muchísimo. ‘El Beso’ arruinó los últimos años de su vida. Y eso añadido a la enfermedad de Alzheimer y Parkinson de mi madre hizo que mi padre muriera de tristeza”.
Robert Doisneau nació en Gentilly, un barrio residencial del sur de París, el 14 de abril de 1912. Su madre murió de tuberculosis cuando él sólo tenía siete años y entonces, el pequeño Robert quedó al cuidado de su padre y su madrastra. En su adolescencia estudió en una escuela técnica dedicada a la industria del libro mientras asistía a clases nocturnas de dibujo.
A los 17 años se recibió de grabador litográfico y realizó su primera fotografía, la imagen de una rocas. Años más tarde, en un entrevista confesaría que en el comienzo de su carrera solo fotografiaba objetos porque le daba mucha vergüenza fotografiar gente.
Su primera cámara, una Rolleiflex, la compró con el sueldo de su primer trabajo que fue un encargo del alcalde de fotografiar los edificios y calles de Gentilly. En 1931, fue operador de cámara en el estudio del artista y diseñador André Vigneau, gracias al cual entró en contacto con las vanguardias artísticas de la época. Con tan solo 20 años, publicó su primer reportaje fotográfico en el diario L’Excelsior, sobre el mercado de Saint-Ouen, el mayor mercado de antigüedades del mundo.
“Cuando yo empecé, nadie conocía a nadie. No había revistas que difundieran la obra de los fotógrafos más interesantes. Por eso, la única persona que me influyó fue Vigneau. Era formidable: escultor, pintor, fotógrafo”, contó en una entrevista sobre sus inicios al diario El País.
En 1934, comenzó a trabajar como fotógrafo industrial de la planta de Renault del barrio de París Boulogne-Billancourt. Ese mismo año se casó con Pierrette Chaumaison y tres años después, en 1937, compraron el departamento en el que vivirían toda su vida y tendrían a sus dos hijas. Cuando lo despidieron de la empresa automovilística, Doisneau usó la indemnización para compra su propio equipo de fotografía y trabajar de manera independiente.
Robert Doisneau. La popularidad de la antigua foto provocó que Doisneau recibiera centenares de cartas de personas que afirmaban ser los protagonistas de la imagen. Foto: Archivo.
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial fue llamado a las filas, pero por problemas de salud al tiempo fue dado de baja y volvió a su casa a continuar con su pasión: la fotografía. Un año antes del fin de la guerra, fotografió la liberación de París y la entrada del general Charles de Gaulle, líder la resistencia francesa contra la Alemania nazi, por Les Champs-Élysées, el 26 de agosto de 1944 y marcó su inició como fotógrafo independiente.
Luego, comenzó a trabajar para la agencia de fotoperiodismo Rapho. Sus instantáneas, sobre la vida en Paris, comenzaron a aparecer en las revistas francesas como Réalités, Paris Match y Regards y en publicaciones internacionales como Life o Squire. También trabajó para Vogue.
En 1956, se convirtió en el mejor fotógrafo francés menor de 45 años al ganar el premio Niépce Photógraphy Prize con su obra “Instantáneas de París”. Desde ahí su carrera fue en ascenso. Sus fotos se hicieron conocidas en todo el mundo, fue un eximio retratista de la ciudad de París. En 1973, el director de cine François Porcile estrenó la película ‘Le Paris de Robert Doisneau’ con sus fotografías.
“No tomo fotos de la vida como es, sino de cómo me gustaría que fuera la vida”, dijo en una entrevista Doisneau refiriéndose a su obra. El fotógrafo “de la gente corriente”, a quien se le han dedicado más de un centenar de libros y varias películas, murió el 1 de abril de 1994 a los 81 años, dejando más de 450 mil negativos.
“La vida es dura. Siempre hay momentos difíciles, pero mi padre intentó encontrar esos pequeños segundos de felicidad, de luz. Los momentos que aligeran un poco la carga de la vida. Su presencia era así y sus imágenes también lo son”, dijo Francine, hija de Robert Doisneau, en una entrevista acerca de una muestra fotográfica de su padre.
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