San José. – La política exterior mexicana cerrará el próximo lunes una controversial etapa de 54 meses de Marcelo Ebrard como canciller en la que México debió acatar órdenes de Estados Unidos para contener las corrientes migratorias irregulares y se distanció del vecindario hemisférico al acuerpar a los expresidentes de Bolivia, Evo Morales, y de Perú, Pedro Castillo, y abogar por el cierre de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Tras asumir la presidencia de México en diciembre de 2018, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador ratificó que se apegaría estrictamente a la política de no intervención en asuntos internos de otros países, pero el gobierno mexicano —con el mandatario o con Ebrard— se involucró luego en los de Cuba, Venezuela, Perú y Bolivia.

El 12 de julio de 2021, al día siguiente de que en Cuba estallaron las más fuertes protestas antigubernamentales desde el triunfo revolucionario de 1959 para exigir libertad y democracia y el final del régimen comunista cubano, López Obrador opinó sobre ese asunto interno cubano y pidió restarles importancia a esas marchas opositoras en la isla. Cuba, que siempre repudió toda opinión foránea sobre sus cuestiones locales, reafirmó su alianza con México.

En los cuatro años y medio de su labor, Ebrard silenció a México ante las denunciadas y reiteradas violaciones a los derechos humanos cometidas en Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Colombia o Guatemala, luchó —sin éxito— por cerrar la OEA a sabiendas del rechazo regional a esa vía y combatió el plan del secretario general de ese foro, Luis Almagro, que buscó que La Habana, Caracas y Managua aceptaran retornar a la democracia.

López Obrador y Ebrard invitaron al cuestionado presidente de Venezuela, el izquierdista Nicolás Maduro, a la toma de posesión en diciembre de 2018 y lo refrendaron como Jefe de Estado al desconocer que se reeligió en mayo de ese año en comicios considerados ilegítimos por una mayoría de gobiernos de América, Europa y Asia.

Con Ebrard de canciller, la política internacional del presidente mexicano, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, “no debió jugar un juego que achicó el tamaño e importancia de México en la región”, alegó el analista brasileño Leonardo Coutinho, presidente de Inbrain Consultants, consultora privada de Washington.

“Por más que López Obrador intenta demostrar una posición de altivez frente a EU, hay señales de que algunas de las posiciones políticas y diplomáticas están llevando a México a actuar como próximo a actores extrarregionales o (como) un aliado de regímenes como los de Venezuela, Cuba o Nicaragua”, declaró Coutinho a EL UNIVERSAL.

“Ahora que (Ebrard) asume el deseo de ser presidente del México es posible que, en un escenario de victoria, un hipotético presidente Ebrard trabajaría para redireccionar el centro de gravedad de la OEA a favor de los países más aliados con Venezuela”, agregó.

Para el politólogo, sociólogo y relacionista internacional boliviano Franco Gamboa, profesor de Estudios Latinoamericanos y Política Comparada en la (no estatal) Universidad Marymount, de Virginia, EU, “Ebrard deja una cancillería sin brillo y con muchas dudas sobre cómo la política exterior mexicana se volvió tan opaca”.

“Ebrard cubrió las espaldas de los amigos y cerró las puertas a un México que está rezagado entre los anhelos por un liderazgo regional y la ideología de izquierda que, curiosamente, sigue atrapada en una inercia (…) poco eficaz”, aseveró Gamboa a este diario.

“La política exterior (de Ebrard) tuvo una orientación exclusivamente ideológica en una época donde las circunstancias estratégicas (internacionales) demandan (…) solución y propuestas prácticas. (…) La gestión de Ebrard se caracterizó por un alineamiento de lealtades personales entre él, López Obrador y un séquito de líderes del socialismo del siglo XXI”, subrayó.

Ebrard anunció anteayer que dimitirá como jerarca de Tlatelolco, sede de la cancillería de México, a partir del 12 de este mes para centrarse en su campaña por la candidatura presidencial del oficialista Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) para los comicios de junio de 2024.

En su historial quedó que, en mayo de 2019, el entonces presidente estadounidense, Donald Trump, exigió a México detener el alud de migrantes irregulares a EU y amenazó con imponer elevados aranceles a las exportaciones mexicanas a ese país.

Ebrard debió ir a negociar a Washington para aceptar movilizar a la Guardia Nacional a las fronteras de México con EU y Guatemala a cortar el paso a los viajeros sin visas. La secuencia fue descrita por diplomáticos en la capital estadounidense con una frase: “Ebrard debió bajar la cabeza”.

Cadena de fracasos

Ebrard legó a Tlatelolco varias derrotas diplomáticas que evidenciaron que México perdió aliados y votos en América. El Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería de Brasil, derrotó a los candidatos mexicanos en dos contiendas en 2022 y ganó la dirección de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Un primer fracaso se produjo en 2020, cuando fue eliminada la candidatura de México a la dirección general de la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Ebrard impulsó en 2021 la idea que López Obrador lanzó en julio de ese año de clausurar la OEA y que recibió el entusiasta respaldo de La Habana y Caracas. El gobernante pidió sustituirla por un organismo que “no sea lacayo” de Washington ni “de nadie” y coincidió con Cuba en que la OEA es “ministerio de colonias” de EU.

Antes de una cumbre en México de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en septiembre de 2021, Tlatelolco —con Ebrard al frente— propagó la idea de que los 33 miembros de ese bloque (al que EU y Canadá no pertenecen) aprobarían la iniciativa de México de cerrar la OEA.

Ebrard fracasó en esa meta y con su trasfondo de arrinconar y desacreditar a Almagro por reforzar el protagonismo de la OEA en Venezuela, Nicaragua y… Bolivia.

La crisis por la elección presidencial de octubre de 2019 en Bolivia ahondó la disputa de Ebrard y Almagro. Tras asumir el poder en 2006 y reelegirse en 2009 y 2014, Morales trató sin éxito de obtener un cuarto mandato en 2019 y se le acusó de fraude.

Morales negó esa acusación, pero dimitió el 10 de noviembre, salió al exilio a México y alegó que sufrió un golpe de Estado. Las cenizas del lío Ebrard-Almagro en La Paz, donde la OEA confirmó la intentona de fraude de Morales, saltaron a Lima.

El Congreso de Perú declaró “non grato” a López Obrador en mayo pasado por entrometerse en asuntos internos peruanos al negarse a aceptar a Dina Boluarte como presidenta, calificarla de usurpadora y reconocer a Castillo como mandatario legítimo.

Castillo fracasó el 7 de diciembre pasado en un intento de golpe de Estado para disolver el Congreso, que lo destituyó por incapacidad moral y designó a Boluarte para que concluya el quinquenio que su predecesor inició en julio de 2021.

Castillo quedó preso bajo orden judicial, pero en su turbio mandato se alió a López Obrador. Ebrard movilizó a la embajada de México en Lima para que interfiriera a favor de Castillo en el Congreso, en actos repudiados por legisladores peruanos como violadores de la no injerencia en asuntos de otros países.

A consulta de este diario, el abogado y diplomático boliviano Jaime Aparicio, exembajador de Bolivia en la OEA, adujo que “Ebrard deslizó la política exterior mexicana al punto más bajo de la historia de la cancillería”.

“Abandonó una diplomacia comprometida con los intereses permanentes de México y priorizó los factores ideológicos y el intervencionismo como referentes de las nuevas relaciones internacionales del país, como sucedió con Bolivia y Perú”, alegó.

La salida de Ebrard puede ser “una oportunidad” para que un nuevo canciller “recupere la seriedad y profesionalidad que caracterizó” a Tlatelolco, sugirió.

A juicio del abogado nicaragüense Eliseo Núñez, exdiputado opositor en Nicaragua, catedrático universitario y asilado en Costa Rica, la no intervención de Ebrard “fue inconsistente”.

“Tuvo injerencia en Bolivia y en Perú, pero bajo el mismo argumento se negaba a hacer lo mismo en Nicaragua, Cuba y Venezuela. Este principio se vio como justificación por un sesgo ideológico que tampoco tenía nada que ver con violaciones a derechos humanos y con los autoritarismos, sino que con quien era o no cercano a López Obrador”, dijo Núñez a este medio.

Rabietas mexicanas

En los escenarios incómodos —de diciembre 2018 a junio de 2023— en Tlatelolco sobresalió el diferendo que López Obrador abrió en 2019, con Ebrard como su defensor, para exigir al rey de España, Felipe VI, que se disculpe ante los pueblos originarios mexicanos por los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México.

El gobierno mexicano decidió poner esos nexos… en pausa.

También sobresalió que, en la madrugada del primero de este mes, México sufrió un severo revés en la OEA. La embajadora mexicana en ese foro, Luz Elena Baños, protagonizó una rabieta para oponerse al aumento del techo del presupuesto de esa institución.

Opuesta a la tendencia mayoritaria de aprobar el incremento, Baños dudó de “la ética y la moral” de los demás embajadores y denunció una “ilegalidad”. A gritos, se puso de pie y cuando se le solicitó que se sentara, contestó airada: “No me voy a sentar”.

El incidente provocó risas, burlas y sonrojos en cancillerías americanas y pareció marcar el epílogo para la fase de Ebrard como canciller.

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