San José.— De Escazú, un municipio de Costa Rica famoso por sus torres y condominios de lujo y su opulento desarrollo inmobiliario limitado a personas con alto poder adquisitivo, a Puerta 8, una villa miseria de Argentina perdida en el mapa del olvido social y del desamparo como hogar de marginados en un retraso económico de eternas carencias, hay unos 6 mil 260 kilómetros de distancia.
Sin ningún nexo común entre ambas comunidades del centro y del cono sur de América, en Escazú y en Puerta 8 se escribieron dos dramáticas historias sobre la profunda penetración del consumo de drogas en jóvenes de clases sociales totalmente opuestas en el escenario de convivencia.
“La realidad es que, para ser drogadicto, no se necesita ser de una o de otra clase social”, explicó la adictóloga costarricense Priscilla Spano, especialista en multiadicciones y desórdenes relacionados y directora del (no estatal) Centro Paso a Paso, de esta capital y que se dedica al tratamiento de adicciones “más allá del alcohol y otras drogas”. “Es como ser diabético: esa enfermedad la puede padecer alguien con mucho dinero o muy pobre. Hay distintos tipos de drogas y a unas se puede acceder con mucho dinero y otras se consiguen con poco”, dijo Spano a este diario.
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El caso de Escazú, que se saldó con una conmoción familiar, y el de Puerta 8, con 24 muertos, ratificaron que son contextos económicos distintos… pero pueden converger en la fatalidad.
Ambos ejemplos reconfirmaron un fenómeno de América Latina y el Caribe: el consumo de drogas ilegales está marcado por las diferencias entre los estamentos sociales.
Un grupo de veinteañeros costarricenses de familias adineradas de Escazú se encerró 48 horas en una suite de un exclusivo hotel de esa zona para participar en un jolgorio de estupefacientes de elevado costo económico: cocaína y drogas sintéticas.
La cuenta del hotel se cerró en 2 mil 400 dólares, pero al muchacho que organizó la encerrona le quedó una deuda de casi 200 dólares con uno de sus ocho proveedores del área de Escazú a los que acostumbra comprarles drogas y que, en esos dos días y con puntualidad, lo surtió de narcóticos ilícitos. La familia del organizador se negó a pagar la cuenta del hotel, donde siempre registró un historial positivo de crédito que permitió al joven contratar la suite. Para evitar un incidente mayor o que trascendiera y estallara un escándalo mediático que dañara su prestigio, la empresa hotelera prefirió romper la factura y olvidarse del adeudo.
Pero los padres y los abuelos del gestor de la onerosa actividad fueron forzados a cubrir el débito por drogas, porque el vendedor amenazó de muerte a su hijo y nieto en un diálogo vía WhatsApp al que EL UNIVERSAL tuvo acceso y en el que le advirtió: “Ud es un pura mie…, traicionó mi amistad”.
“No se que va a hacer o que me va a dar para vender pero que me paga se lo juro quee me va a pagar” (sic), alertó el narcomenudista por medio de esa red al individuo que le contrató sus servicios para el prolongado festejo. “Lo voy a hacerse tragarse los gritos y las ofensas de hoy temprano”, amenazó el dealer distribuidor. “Traidor pura mier…”, recalcó. El hombre notificó a su cliente que, para cobrarle, llegó a afueras del hotel al concluir la fiesta que se realizó del viernes 24 al domingo 26 de marzo anterior en un sector al oeste de San José, la capital costarricense, caracterizada por su pujanza socioeconómica. “Ya salí voy caminando”, le respondió el comprador y provocó la ira de su abastecedor.
Uno de los abuelos se apropió del teléfono de su nieto y le extrajo información crucial sobre los ocho distribuidores, en un recuento que podría mostrar un rastro del negocio de drogas encubierto con receta médica. Los familiares quedaron estremecidos por el riesgoso trance del que se salió, al menos por ahora, sin resultados funestos.
En la lejana barriada argentina, sin embargo, el desenlace fue totalmente distinto por lo que ocurrió el 2 de febrero de 2022. Puerta 8 es un barrio marginal suburbano y nervio central del narcomenudeo de la localidad de Churruca del municipio Tres de Febrero de la periferia oeste de Buenos Aires.
De manera sorpresiva, el arrabal brincó a las páginas de las noticias policiales y judiciales, dentro y fuera de Argentina, por la muerte de 24 jóvenes argentinos y afectaciones a más de 70 por una sobredosis de una combinación de cocaína con fentanilo, opiode sintético que es 100 veces más potente que la morfina y 50 más fuerte que la heroína.
Las casi 100 víctimas, que proceden de familias pobres y se dedican a recolectar vidrio, cartón y otras sobras de la basura de su empobrecido entorno de subsistencia, pagaron el aproximado, cada uno, de un dólar y 10 centavos por dosis envenenadas y con amenazas mortales del peligroso coctel, conocido como carfentanilo. El pago total habría ascendido a 110 dólares si fueron 100 compradores: el monto ni siquiera se comparó con el gasto de la juerga juvenil en Costa Rica.
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Un informe oficial reveló que los drogadictos argentinos remitidos por ese grave incidente a un centro hospitalario bonaerense exhibieron un conjunto de síntomas de excitación sicomotriz, depresión sensorial, choque generalizado y problemas para respirar, en un cuadro de intoxicación “por opiáceos”. Nadie dudó que la mercancía fue adulterada adrede con un “alto nivel de toxicidad”, en lo que sería una guerra de narcotraficantes.
La tragedia de Puerta 8 sacudió a un país y desnudó el azote regional del narcomenudeo, como el que persistió en Sagrada Familia, un suburbio de la capital costarricense que está ubicado a menos de 2 kilómetros al sur del Parque Central, en el corazón de San José y a sólo unos 7 kilómetros al este de Escazú.
Sagrada Familia colinda con populosos y conflictivos barrios como Cañada del Sur o Aguantafilo. La clientela de las drogas en esos sitios está ligada a los estratos más pobres y con menor poder adquisitivo, tiene otras predilecciones y consume básicamente marihuana, pegamentos y crack o piedra, un alucinógeno que surge de residuos de cocaína mezclados y cocinados con amoniaco y otros productos.
En la ruta de un hombre o de una mujer que se convirtieron en víctimas progresivas de las diversas sustancias en un mercado en constante generación de nuevas drogas, la costarricense Spano planteó que “es muy probable que un ejecutivo que fuma marihuana pase a drogas más fuertes, como la cocaína, ya que tiene suficientes recursos para comprarla.
“Se cree que, entre más barata, una droga es de menor calidad y está más contaminada. Pero todas son sumamente dañinas, sin importar si el consumidor o la consumidora tiene mayor o menos capacidad económica. El dinero se acaba y hemos visto casos de personas que, por su adicción, se quedaron en la ruina”, puntualizó.
El secreto también emergió como elemento crucial del fenómeno: en las familias pudientes persistió la costumbre de “ocultar o tapar” a la persona de su núcleo que cayó en la drogadicción, según la especialista.
La realidad regional evidenció que, sin importar si se trata de heroína, cocaína, marihuana o crack, el negocio movilizó millones de dólares. El flujo del dinero continuó lubricando las cadenas delincuenciales con su secuela de muertes, venganzas, ajustes de cuentas, sicariato, disputas de territorios, sobornos, rápido enriquecimiento e infiltración política, judicial, militar, policial, empresarial y en cuerpos de inteligencia.
El Primer Comando de la Capital (PCC), la más importante organización criminal de Brasil, gana unos 200 millones de dólares al año en el narcomenudeo de crack en un comercio que, como el brasileño, es el principal consumidor mundial de ese estupefaciente.
Al revelar ese y otros datos, el periódico brasileño O Estado de Sao Paulo publicó este año que el PCC decidió buscar opciones al crack para tratar de eludir los frecuentes operativos policiales en las “cracolandias” o bastiones de uso de ese producto con características de provocar una rápida adicción.
Brasil es el primer consumidor global de crack y el segundo de cocaína, luego de EU, en un proceso que ratificó el poder del PCC como violenta pandilla nacida en 1993 en una cárcel de ese país para transformarse, en 2020, en la más numerosa y ambiciosa sociedad secreta del narcotráfico de América del Sur.
Informes de autoridades policiales brasileñas suministrados a EL UNIVERSAL confirmaron que una alianza del PCC y del Cártel de Sinaloa, la más poderosa organización criminal de México, se lanzó a promover el uso en Brasil del fentanilo.
Con los matices y los contextos que pueden variar de una nación a otra, la billetera marcó el panorama para obtener las más diferentes combinaciones de materias que proliferaron en un amplio menú en la oferta criminal.
En un contexto también signado por seres humanos que, en un afán exhibicionista o de esnobismo, la cocaína y las tachas o drogas sintéticas parecerían ser las más apetecidas de los estratos acaudalados, mientras que el crack y el pegamento son las que quedan para los ámbitos más pobres.
Entre ambos extremos estaría la heroína, de las más caras y restringida a capas de alto ingreso.
En algunos círculos intelectuales que todavía añoran las épocas de la contracultura de las décadas de 1960 y 1970, como el movimiento hippie y su influencia o repercusión —en política, música, literatura, vestimenta, corte de cabello, bigote, calzado, industria automotriz y un vasto etcétera— que se proyectó al siglo XX, la marihuana siguió siendo la preferida y tradicional.