San José.— El accidentado libreto político que Venezuela siguió tras la muerte, en 2013, de Hugo Chávez —líder del régimen actual, inaugurado en 1999— tendrá hoy un episodio con final previsible: Nicolás Maduro se reelegirá como presidente para un nuevo quinquenio, de 2019 a 2024, y prolongará la existencia de una revolución que se bautizó como bolivariana y socialista.
Unos 20.5 millones de los aproximadamente 31.8 millones de venezolanos podrán votar hoy en unos comicios presidenciales cuyo resultado —la inminente y segura victoria de Maduro— fue desconocido de antemano por Estados Unidos, Argentina, Bahamas, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía y la Unión Europea, naciones que han catalogado este proceso como una farsa electoral.
Las elecciones fueron convocadas por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), creada tras una controversial consulta popular en julio de 2017; está en funciones desde agosto pasado y su autoridad también es desconocida en América y Europa. La oposición interna, por su parte, siempre reclamó que nunca existieron las condiciones esenciales para desarrollar una disputa libre, justa, honesta, transparente y con reglas iguales para todos.
Por eso, el régimen venezolano llega a estos cuestionados comicios con una tarima que moldeó a su estilo: preservó el control del Consejo Nacional Electoral (CNE), arrinconó a la oposición porque ilegalizó o paralizó a los principales partidos y políticos adversarios, y aceptó la competencia de rivales endebles y sin opciones verdaderas de triunfo frente a una aplanadora chavista que, también debilitada por un desgaste que se aceleró con la muerte de Chávez, tampoco enfrentará hoy a competidores que amenacen su continuidad en el poder.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que reunió a los principales partidos y agrupaciones opositoras y en diciembre de 2015 obtuvo el más importante triunfo bajo el chavismo al ganar en elecciones legislativas la mayoría de la Asamblea Nacional (AN), rechazó participar en los comicios al alegar que hoy habrá una pantomima electoral para alargar la vida de lo que calificó como un fracasado sistema político y socioeconómico bolivariano y socialista.
La MUD, que acusó de ilegal a la ANC, quedó ante una confusa intersección política casi sin opciones, por el costo de aceptar o rechazar participar en las elecciones de hoy: al competir con las normas desiguales, legitimaría a la Constituyente y admitiría los resultados previsibles del triunfo de Maduro, por lo que la Mesa cayó en las maniobras del oficialismo, se dividió y dejó el terreno frágil para la reelección del chavismo con un lubricado aparato propagandístico y de control interno.
Maduro, de 55 años y candidato por el Frente Amplio por la Patria —una coalición partidista encabezada por el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela—, correrá contra tres opositores: Henri Falcón, de 56 años, abogado, militar retirado, de origen chavista y del partido Avanzada Progresista; Javier Bertucci, de 48, pastor evangélico, empresario y del partido El Cambio; y Reinaldo Quijada, de 58, ingeniero electrónico y del partido de germen chavista Unidad Política Popular 89.
Pese a que Falcón, Bertucci y Quijada fueron postulados a la contienda por varios partidos minoritarios, la realidad electoral venezolana volcó la tendencia de favorito hacia Maduro, jerarca de un régimen que, con o sin Chávez, se consolidó como el más fuerte aliado mundial de Cuba aunque Caracas debió reducir su asistencia a La Habana por sus agudas carencias económicas, sociales y financieras en una profunda crisis institucional y política.
En este contexto, Caracas y La Habana intensificaron sus semejanzas, ya que la revolución comunista de Cuba cambió de presidente —de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel— el pasado 19 de abril, tras unas elecciones efectuadas también a medida.
Al negar que la jornada de hoy fue diseñada a su conveniencia, Maduro dijo a finales de abril anterior: “Tenemos una ventaja: es la fuerza del pueblo, eso no se puede llamar ventajismo.
“Gajes del oficio por ser el candidato presidencial con la mayor opción de victoria para continuar siendo presidente”, proclamó, al asegurar que su ventaja surgió por los programas de la revolución bolivariana que le llevaron a ganar 19 de los 22 procesos electorales desde 1999. “Somos una fuerza, somos de verdad”, contó. “El chavismo está en cada comunidad, en cada cuadra, en cada hogar hay un chavista”, adujo, desafiante, mientras el CNE garantizó la limpieza y la pureza electoral.
Violencia política. Sacudida por las protestas callejeras que arreciaron en 2014 y 2017, dejando unos 170 muertos, miles de heridos y cientos de prisioneros políticos y un masivo éxodo al exterior, Venezuela cumplirá hoy con el guión chavista de legitimación en las urnas.
“Para las elecciones presidenciales de 2018, el árbitro electoral eliminó del cronograma actividades relacionadas al catastro, simulacro, uso de la tinta indeleble, observación nacional y acompañamiento internacional”, denunció el (no estatal) Observatorio Electoral Venezolano (OEV) en un análisis del proceso.
Los comicios son “a la carrera, utilizando la fecha como un acto de ventajismo electoral que sólo beneficia al partido gobernante” y que arroja “serias dudas” sobre la opción de las urnas “como recurso para solventar los problemas que afronta Venezuela” y que “sólo dejará abiertas serias interrogantes sobre los parámetros básicos que necesita una elección en igualdad de condiciones”.
Las actuaciones del CNE, insistió, “evidencian nuevamente el sesgo político del árbitro electoral que, en vez de aclarar, oscurecen el panorama”.
En un intento por exponer el complicado escenario, el OEV apeló al venezolanismo “chucuta”, utilizado para referirse a algo incompleto, recortado, inservible, malo o sin funcionar.
El CNE, narró, organizó unas elecciones presidenciales “chucutas”.