Datos preliminares del gobierno de Estados Unidos apuntan a que en el año 2016, las sobredosis de drogas fueron la causa de 64 mil muertes. Las sobredosis son desde hace varios años la primera causa de muerte accidental y, con el alza de este año, ya sobrepasan todos los picos históricos, incluyendo las muertes por armas en 1993, y el peor año de accidentes viales en 1972. Incluso rebasan el peor año de la epidemia del VIH y las 58 mil muertes de soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam.
Inicialmente, se pensaría que estas muertes se deben principalmente al uso de drogas ilegales, como la heroína, la metanfetamina o el crack, drogas generalmente percibidas como las más peligrosas y adictivas, aquellas vinculadas al narcotráfico y a consumidores que rápidamente calificamos como criminales. Sin embargo, la epidemia de opioides tiene una gran particularidad: fue provocada principalmente por opioides recetados legalmente por médicos y el grupo más afectado hoy en día es el de hombres blancos de clase media y entre 25 y 44 años de edad. Entre 1999 y 2014, más de 165 mil estadounidenses murieron por sobredosis de opioides legales, casi 40% de todas las muertes por sobredosis de 2014.
Durante la mayor parte del siglo XX, los opioides se reservaban para dolores muy intensos, después de un accidente o cirugía grave, o como cuidados paliativos para pacientes con enfermedades como el cáncer o SIDA. Pero a partir de la década de 1990, una serie de estudios —en gran parte financiados por las farmacéuticas— aseguraban que los opioides podrían usarse de manera segura durante periodos más prolongados, con riesgos mínimos de causar farmacodependencia.
Aunque la evidencia para apoyar esta conclusión era débil, las campañas publicitarias de la industria farmacéutica, protegidos en gran parte por la primera enmienda de la Constitución, llevaron a que los médicos recetaran opioides a diestra y siniestra. En 1995, Purdue Pharma introdujo OxyContin, su medicamento estrella, con una de las campañas más grandes de mercadotecnia engañosa; acompañada a su vez de enormes incentivos, como viajes y dinero para los doctores que lo recetaban. Los medicamentos que alguna vez fueron reservados para tratar el dolor más extremo se convirtieron en la solución para el alivio moderado del dolor y en un negocio multimillonario.
Dos décadas después, en EU se consumen seis veces más opioides legales por persona y casi 80% de los opioides a nivel global; sólo en 2015 se expidieron 227 millones recetas de opioides. Estos medicamentos se han convertido en un hábito tan común que 38% de la población que los consume supera al 31% que consume tabaco. Los opioides son utilizados no sólo por los pacientes, sino también por los adolescentes que los obtienen de los botiquines de sus padres, de otros familiares y amigos y en el mercado negro, donde se generan grandes ingresos con su venta.
Existen pueblos rurales, como Huntington, West Virginia, donde de una población de 100 mil, 10 mil ya tienen una dependencia a los opioides y hay un promedio de 5-7 sobredosis diarias; además, uno de cada cinco bebés nace con una adicción al opio. Localidades como ésta son un blanco perfecto para las farmacéuticas, donde al tener industrias como la minera, existe mucho trabajo de mano de obra manual que conllevan accidentes y dolor crónico.
Esto no quiere decir que las muertes provocadas por el consumo de drogas ilícitas no sean un problema creciente y preocupante; las muertes relacionadas con la heroína y otros opioides sintéticos han aumentado de una forma alarmante, un 439% entre 1999 y 2014. Los datos reflejan dos tendencias distintas pero relacionadas entre sí; un aumento a largo plazo de las muertes por sobredosis debidas a opioides legales y un aumento reciente por sobredosis de opioides ilícitos, principalmente relacionadas con la heroína. En los últimos años, a medida que las muertes por sobredosis han aumentado, los proveedores de servicios de salud, los hospitales y los reguladores han intentado reducir el número de recetas que se expiden, para detener a quienes abusan de ellas. Aunque es necesario frenar la sobreoferta que ya existe, la forma repentina en la que se ha hecho ha llevado a mayores problemas. Se le ha cortado el suministro de drogas a quienes ya dependen de ellas, sin proporcionarles servicios para tratar posibles síntomas de abstinencia o control del dolor, lo que los ha orillado al mercado negro en busca de opioides recetados ilegalmente o sustitutos más peligrosos y baratos como la heroína.
Inclusive, la demanda tan alta ha llevado a un auge de opioides sintéticos, como el fentanilo, un opioide 100 veces más fuerte que la morfina. Estas nuevas sustancias no sólo son mucho más potentes, sino que son más baratas y fáciles de producir que sus precursores como la heroína. Mientras que en 2014 la mayoría de las muertes por sobredosis se debían a medicamentos como el OxyContin, en 2016, de las 64 mil muertes, 21 mil fueron causadas por fentanilo y 15 mil por heroína.
Con el crecimiento del mercado negro, EU ahora se enfrenta a dos problemas paralelos: cómo frenar a la poderosísima industria farmacéutica y cambiar la manera en la que se trata el dolor, y cómo atender a aquellas personas que ya sufren de esta dependencia.
Para tratar el primer problema, se debe facilitar el acceso a tratamientos alternativos. Tanto para doctores como pacientes, es mucho más fácil recetar un opioide en una visita de 15 minutos, que realizar terapia física o tratamientos alternativos como yoga. En muchas áreas rurales no existen estas opciones y, donde sí, no las pagan los seguros.
Para combatir el segundo problema, hay que pensar en cómo tratar a la enorme población ya afectada. Los usuarios requieren de determinados servicios incluyendo tratamientos de mantenimiento con medicamentos como la metadona, intercambio de jeringas limpias y distribución de naloxona (el antídoto para la sobredosis). Sin embargo, el estigma al que se siguen enfrentando los usuarios, junto con las barreras presupuestales del sistema público y privado de salud lleva a que sólo 10% de personas con un trastorno por consumo de drogas obtengan tratamiento especializado.
La lección que nos proporciona EU con esta epidemia radica en la importancia de una buena regulación. Las sustancias no son buenas o malas en sí, nosotros las transformamos dependiendo de la forma en que las regulamos.
La crisis actual se debió a una mala regulación y al abuso de un mercado médico legal y a un creciente mercado negro. En México ha sido al revés; los mayores daños se han dado desde el mercado negro y por mantener sustancias en la ilegalidad. En ambas situaciones, debemos asegurar que los usuarios tengan acceso a los medicamentos necesarios de la forma más segura, invirtiendo más en programas de prevención y tratamiento y tratando de disminuir los riesgos del mercado negro. Haríamos bien en tomar en cuenta las lecciones que nos ha proporcionado esta epidemia a la hora de diseñar regulaciones propias como la de la marihuana para usos médicos.
La utora, Fernanda Alonso Aranda, es Maestra en derecho y salud por la Universidad de Georgetown, consultora en temas de política de drogas Twitter: @alonsitof