La guerra en Ucrania está provocando que conflictos que existían en el Viejo Continente antes de la agresión militar del presidente Vladimir Putin, se perpetúen en el olvido.

Mientras que en Bruselas, los foros de discusión diplomática, de cooperación y de financiamiento se concentran en contrarrestar la agresión militar rusa en Ucrania, los conflictos paralelos han pasado a segundo plano.

Si bien la campaña bélica en Ucrania involucra a una potencia nuclear dispuesta a ignorar las reglas básicas del derecho internacional, las otras crisis, por su propia naturaleza, también comprometen la seguridad y estabilidad de Europa.

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La desatención podría conducir a nuevos estallidos, lo que a su vez comprometería los esfuerzos de la Unión Europea (UE) por encontrar alternativas que permitan superar las crisis acumuladas a causa de la pandemia, el encarecimiento de los precios de los energéticos, la escalada inflacionaria, la perturbación de la cadena de suministro y desaceleración de la economía.

En el vecindario este están las disputas separatistas en Nagorno-Karabaj, Transnistria, Abjasia, Osetia del Sur. A principios de agosto de 2008, Rusia envió tropas a Georgia para impulsar la independencia de dos regiones separatistas de larga data, Abjasia y Osetia del Sur. Dichas entidades habían adquirido carácter autónomo desde las guerras de la década de 1990, pero con la ayuda de los tanques rusos lograron en cinco días de confrontación armada imponer gobiernos de facto.

De acuerdo con el International Crisis Group (ICG), centro especializado en pacificación de conflictos, por más de una década las fuerzas militares rusas han venido fortificando Osetia del Sur con vallas defensivas, torres de vigilancia y patrullas de seguridad. El objetivo es crear una auténtica frontera en Georgia. “Con alrededor de 60 mil personas viviendo a lo largo de la línea, divididas casi por igual entre ambos lados, cada movimiento provoca más desplazamientos y aumenta la tensión”.

El reporte publicado en diciembre y elaborado por Olesya Vartanyan, analista para la región del sur del Cáucaso, sostiene que el enfoque de Moscú en 2022 fue uno menos conflictivo con Georgia, para evitar situaciones que desvíen recursos diplomáticos o militares de sus actividades en Ucrania. “Todavía no está claro si este periodo de relativa calma producirá un cambio duradero sobre el terreno o mejorará las relaciones entre Osetia del Sur y Georgia”.

Los que sufren más por la inestabilidad en el sur del Cáucaso son los georgianos que viven en Abjasia y Osetia del Sur. Alrededor de 50 mil personas de una población de 230 mil en ambas regiones. A pesar de ser ciudadanos originarios, son tratados como extranjeros, lo que dificulta comprar propiedad, tener acceso a la escuela o recibir atención médica.

Desde que Rumania entró al club comunitario, en 2007, la Unión Europea comparte frontera con Moldavia, nación que tiene en la región separatista de Transnistria un conflicto que ha estado en la hielera desde el colapso de la Unión Soviética en 1991.

De acuerdo con los analistas del ICG, las autoridades de Transnistria, no reconocidas por Occidente y objeto de sanciones específicas, como prohibiciones de viaje por parte de la UE y Estados Unidos, han logrado subsistir por actividades mafiosas y al apoyo de ciertos círculos en Rusia.

Afirman que resolver la disputa secesionista en la nación más pobre de Europa es vital para eliminar una posible fuente de caos en la periferia de la Unión Europea y hacer de Moldavia un estado más viable. Sostienen que un mayor compromiso de Washington y Bruselas es esencial para “llegar a un acuerdo en esta parte empobrecida e inestable de Europa”.

Como respuesta a la invasión rusa en Ucrania, la UE otorgó el 23 de junio el título de candidato a Moldavia. El gobierno de ese país cree que la eventual membresía ayudará a la integración porque los residentes de la región separatista desearán acceder a los beneficios de vivir y trabajar en la Europa rica. En Tiráspol, capital del Estado no reconocido, opinan lo contrario, la candidatura impulsará la independencia o la plena integración a Rusia.

Armenia y Azerbaiyán protagonizan el conflicto de mayor duración en el espacio postsoviético. Se trata de la región de Nagorno-Karabaj, un enclave en Azerbaiyán poblado principalmente por armenios. Desde su autoproclamación de independencia en 1991, ha sido epicentro de guerras intermitentes.

La frágil tregua conseguida por Moscú luego de seis semanas de enfrentamientos en 2020, expiró el pasado 14 de septiembre luego de combates que arrojaron centenares de soldados muertos.

De acuerdo con un análisis elaborado por Talander Jansen y Hannah Ahamad Madatali, del Servicio de Investigación del Parlamento Europeo, desde la invasión a gran escala de Ucrania, el contexto en la región del Cáucaso Sur ha estado cambiando, concretamente, “la credibilidad y la capacidad de Rusia en sus funciones como país ‘estratégicamente neutral’, mediador y árbitro se ha dañado”.

Otro foco rojo está en los Balcanes, una zona en donde la armonía entre los diversos grupos étnicos que un día formaron parte de la extinta Yugoslavia lejos está de ser una realidad. Los legados de las sanguinarias guerras de los 90 siguen generando problemas.

En Bosnia-Herzegovina, los serbios de la República Srpska no quitan la mira en las aspiraciones separatistas, mientras que en Kosovo, la independencia no reconocida por Serbia, y avalada por Moscú, sigue siendo objeto de tensión entre las comunidades de ambos lados de la frontera.

En tanto que en el Mediterráneo sigue sin solución el contencioso que puede llevar a la confrontación a dos miembros de la OTAN, Grecia y Turquía.

Son diversos los problemas que envenenan las relaciones greco-turcas. Hay desacuerdos sobre rocas, islotes, aguas marítimas, espacio aéreo y zonas económicas en el mar Egeo. También están enfrentados por Chipre desde 1974, cuando los turcos enviaron tropas a las islas luego de un golpe de Estado respaldado por la entonces dictadura militar griega.

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