Damasco.— En los pasillos del principal hospital de Damasco, muchas mujeres lloran desconsoladas. “¿Dónde están nuestros hijos?”, grita una de ellas, que como otras miles buscan los cuerpos de sus familiares desaparecidos durante el régimen de Bashar al-Assad.
Yasmine Chabib, procedente de Idlib, viajó cuatro horas hasta la capital siria para buscar a su padre y a su hermano, detenidos en 2013. Con pocas esperanzas de encontrarlos con vida, jura no irse sin sus cuerpos. “Abran las mazmorras. Iremos nosotros mismos a buscarlos entre los cadáveres”, clama entre lágrimas.
Las escenas en el hospital son desgarradoras. Un médico pregunta a un grupo si alguien reconoce “el cuerpo número nueve”, mientras se pasan entre sí un teléfono con la foto de un cadáver.
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Si alguien cree identificar a un ser querido, el cuerpo es trasladado a otra sala para su confirmación.
Una madre acaba de salir de la morgue. No encontró a su hijo, pero al tocar otros cuerpos sus manos quedaron manchadas de sangre. “Todavía estaba fresca”, susurra con la voz quebrada.
El doctor Yaser al Qasem, experto en medicina forense, confirma que algunos de los cuerpos llegados desde el hospital de Harasta muestran signos de muerte reciente. Aunque no se establecieron aún las fechas ni las causas de los decesos, las condiciones de los cadáveres son evidentes a simple vista.
Hay quienes sí hallan a sus familiares. Mohammad Chaeeb habló suavemente por teléfono y le contó a un familiar la terrible noticia: encontró a su hermano en la morgue. “Lo vi y me despedí”, dijo. Su mirada se detuvo en el cuerpo ennegrecido de Sami Chaeeb, que tenía los dientes al descubierto y las cuencas de los ojos vacías. Parecía que hubiera muerto gritando. “No parece normal. Ni siquiera tiene ojos”.
El hombre muerto fue encarcelado hace cinco meses y desapareció en un oscuro sistema penitenciario durante el gobierno del presidente Al-Assad. Su cuerpo es sólo uno de los muchos que se han encontrado en centros de detención y prisiones sirias desde que el gobierno cayó el fin de semana pasado.
Nabil Hariri, de 39 años, llegó a Damasco desde Derá al enterarse de que el mandatario había sido derrocado. Busca a su hermano, detenido en 2014 cuando tenía 13 años.
Como cientos de otras personas, corrió a la prisión de Sednaya, descrita por Amnistía Internacional como un “matadero”, pero no encontró a su hermano ahí.
Al amanecer, volvió a aferrarse a la esperanza cuando se supo que 35 cuerpos habían llegado del hospital de Harasta, lugar señalado como punto de tránsito para los cuerpos de prisioneros antes de ser enterrados en fosas comunes.
Pero, una vez más, la esperanza se desvaneció. “Eran personas mayores en todas las fotos, mi hermano es joven”, detalla.
Mohammad Chaeeb nunca supo por qué habían encarcelado a su hermano. “Oíamos historias: cannabis, tráfico de órganos, drogas, tráfico de armas. Pero él no tenía nada que ver con nada de eso”, dijo.
Corrió a la morgue después de que otro hermano que vivía en Turquía le enviara una foto de un cuerpo que le parecía familiar. Pudo identificar a su hermano por un lunar debajo de la oreja y un dedo medio amputado, una lesión que sufrió cuando tenía 12 años.
De pie junto al cuerpo, levantó la tela y sacó con cuidado la mano izquierda de su hermano para examinarla de cerca. “Aquí”, dijo, señalando el muñón.
Mientras buscaban en la morgue, algunas familias se movían entre los cuerpos, llorando en silencio y deteniéndose para buscar rasgos familiares. Los cuerpos yacían cubiertos con sudarios blancos, cada uno marcado con un número y algunos con la etiqueta de “desconocido”.
Khaled Hamza, un taxista de 60 años, no encontró rastros de su hijo en Harasta, ni en Sednaya, ni en el hospital de Damasco.
Sin embargo, descubrió documentos en una prisión que contiene información sobre los detenidos. Ahora los lleva a las autoridades de la nueva policía instaurada por los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), que controlan Damasco desde hace dos días.
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“Somos millones buscando a nuestros hijos”, dice Hamza. “Sólo queremos saber si están vivos o muertos”, indica.
Mientras, Israel ha desplegado tropas terrestres dentro y más allá de una zona de amortiguación desmilitarizada en los disputados Altos del Golán, su primera incursión en territorio controlado por Siria en 50 años.
También ha lanzado 480 ataques aéreos en Siria en los últimos dos días que han destruido depósitos de armas, infraestructura militar y aviones, helicópteros y la marina del régimen.