San José.— Los tercios del centro y del levante de la isla La Española —República Dominicana— se lanzaron en una fiesta democrática en paz. El tercio poniente —Haití— se hundió en la muerte, la tragedia… el caos.
Como hermanas siamesas que comparten una isla de unos 76 mil kilómetros cuadrados en Las Antillas Mayores, en el norcentro del mar Caribe, República Dominicana y Haití avanzaron exactamente en sentidos contrarios en 2024.
En el tramo este, más de 8 millones de los 10 millones 800 mil dominicanos podrá elegir hoy presidente, vicepresidente, senadores y diputados, en una jornada cívica bajo la atenta mirada internacional en la que el presidente de República Dominicana, el centro-derechista Luis Abinader, consolidó sus posibilidades de reelegirse para un segundo mandato consecutivo.
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En el oeste, los 11 millones 700 mil haitianos se sumieron en el terror desplegado por unas pandillas criminales que afianzaron su poder en los últimos tres años, consolidaron su voraz dominio callejero —con énfasis en Puerto Príncipe, la capital— y, en un generalizado desastre institucional, político y socioeconómico, condujeron a Haití a convertirse en un Estado fallido: hambre, inseguridad y muerte.
Frente a la desdicha de Haití, República Dominicana exhibió orgullosa un evidente contraste con su incómodo vecino y alardeó de su aparente fortuna institucional, política y socioeconómica… pero cargada de intensas dosis de profundos, añejos y fuertes sentimientos antihaitianos: xenofobia, marginación, humillaciones, despojo de nacionalidad (apatridia), muro fronterizo migratorio, odio y explotación.
¡A votar!
Mientras sus convivientes de isla del lado haitiano se hundieron en la violencia sin control en un país casi moribundo en política, un total de 8 millones 145 mil 548 dominicanos podrán acudir hoy a las urnas en la primera vuelta para elegir presidente y vicepresidente, 32 senadores y 190 diputados al Congreso de la República y 20 escaños para el Parlamento Centroamericano.
Si ninguno de los candidatos presidenciales recibe al menos 50% más uno de los sufragios válidos, los dominicanos deberán asistir a una segunda ronda, que está programada para el próximo 30 de junio y en la que ya sólo competirán los dos aspirantes que obtuvieron más cantidad de votos en la primera.
El ganador asumirá el 16 de agosto entrante para cumplir una gestión de cuatro años. El cuerpo legislativo también iniciará su periodo en esa fecha.
Sin descartar sorpresas en una nación con un agitado historial político, las más diversas encuestas pronosticaron que Abinader, candidato por el oficialista Partido Revolucionario Moderno (PRM) tendría sólidas probabilidades de ganar en primera ronda.
De acuerdo con diferentes estudios de opinión pública, entre los principales contrincantes de Abinader se situaron el expresidente Leonel Fernández, de la opositora e izquierdista Fuerza del Pueblo (FP) y gobernante de 1986 a 1990 y de 2004 a 2012, y Abel Martínez, del opositor e izquierdista Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
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Los demás postulantes a la Presidencia son opositores: Miguel Vargas, del centroizquierdista Partido Revolucionario Dominicano (PRD); María Cabrera, del izquierdista Frente Amplio (FA); Virginia Antares, del centroizquierdista Partido Opción Democrática; Fulgencio Severino, del izquierdista Partido Patria para Todos y Todas; Carlos Peña, del centroderechista Partido Generación de Servidores, y Roque Espaillat, del derechista Partido Esperanza Democrática. Bajo la vigilancia y protección de unos 19 mil 800 policías, los dominicanos podrán acudir a sufragar en 16 mil 851 colegios electorales de 4 mil 295 recintos electorales, informó la Junta Central Electoral, árbitro de la séptima contienda presidencial en las urnas en República Dominicana desde 2000.
Cruce de ataques
A pesar de que el tablero de los comicios se cerró con nueve postulados a la Presidencia, con las respectivas aspiraciones a la vicepresidencia, el combate político pareció concentrarse en Abinader y Fernández.
“De ganar las elecciones, lo primero que yo voy a hacer, al otro día, es llamar a un gran acuerdo de unidad nacional”, proclamó el mandatario ante un sector de la iniciativa privada dominicana.
“Yo voy a visitar a los demás candidatos que participaron y decirles: vamos a darle un chance a República Dominicana y vamos todos juntos a hacer los cambios que por décadas hemos esperado”, anunció.
“Debemos de pensar en relanzar el país”, sugirió con optimismo y mientras sus adversarios dibujaron un panorama de pesimismo.
“Lo que dicen los números y lo que nosotros percibimos es que hay un malestar”, respondió Fernández, en una de sus frecuentes intervenciones de campaña, para fustigar a Abinader por el creciente desempleo, entre otros reclamos.
Tan cerca de Haití y tan lejos de Estados Unidos como su paradigma, República Dominicana inauguraría hoy una etapa política. La eventual reelección de Abinader “crearía un escenario totalmente nuevo con un liderazgo nuevo”, anticipó el politólogo dominicano Matías Bosch, profesor universitario y nieto de un influyente personaje de América Latina y el Caribe del siglo XX: el izquierdista Juan Bosch (1909-1973), presidente dominicano en 1963, derrocado y figura referente.
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“Abinader se volvería el hegemón político, con adversarios desgastados y con una política conservadora con una fuerte desigualdad de participación en la riqueza generada por el país. Eso se ha mantenido y profundizado”, relató Bosch.
Las promesas de Abinader para ganar en 2020 “están en deuda absolutamente”, como “distribuir y redistribuir la riqueza”, precisó.
Al reafirmarse como uno de los países con mayor desigualdad social en América Latina y el Caribe, República Dominicana registró oficialmente una pobreza monetaria general de 23% en 2022, lo que equivalió a unas 2 millones 540 mil personas, y alcanzó una pobreza extrema de 3.2, por lo que el total (moderada y extrema) llegó a casi 2 millones 942 mil dominicanos.
El 1% más rico de la población dominicana acaparó 28% de la riqueza, según fuentes independientes. Cifras oficiales confirmaron que más de 50% del empleo quedó regido bajo la informalidad.
El Banco Mundial calculó la desocupación en 5.6% para 2023, en una fuerza laboral de unos 5 millones de personas, pero unos 8 millones en edad de trabajar y con una mano de obra flotante —migración irregular haitiana— y barata. El salario mínimo promedió unos 300 dólares al mes y la cesta básica llegó a unos 450 dólares.
República Dominicana “no es el paraíso que pinta el gobierno”, describió Fernández, tres veces presidente y en lucha por ganar un cuarto quinquenio y marcar historia en la vida democrática de esta nación que, de 1930 a 1961, fue gobernada por la sangrienta dictadura derechista del general Rafael Trujillo (1891-1961).
Con la caída de Trujillo, se desataron múltiples y mortales conflictos políticos internos en la década de los 60, que remataron en 1965 con la intervención militar de Estados Unidos a República Dominicana.
En una posición geográfica crucial, esta nación se convirtió en pieza esencial en el marco de las crisis políticas interamericanas por las pugnas de las dictaduras anticomunistas, sostenidas financiera y militarmente por Washington para enfrentar la amenaza de expansión continental del comunismo tras el triunfo en 1959 en Cuba de una revolución que en 1961 se proclamó marxista-leninista. A pesar de las hondas diferencias bilaterales, en la vecina Haití se consolidó en esa época el régimen dictatorial pro-Washington de la familia Duvalier, que gobernó —también a sangre, fuego e intolerancia— de 1957 a 1986.
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Entre sobresaltos institucionales, escándalos de corrupción, fraudes o conjuras cívico-militares, con represión política y violaciones a los derechos humanos, República Dominicana transitó de 1965 a 1996 en un contexto de inestabilidad.
Las dificultades coincidieron en la segunda mitad del siglo XX con un contexto atribulado por el conflicto entre las dictaduras castrenses derechistas de América Latina y el Caribe, apoyadas por la Casa Blanca, y las maniobras de desestabilización impulsadas por Cuba como satélite de la Unión Soviética, su aliado mayor. En su inmediatez geográfica, la prolongada hoguera política de Haití siguió inquietando a los gobiernos dominicanos, signados al cierre del siglo XX por su reconocimiento democrático externo.
“República Dominicana debe promover que en Haití haya democracia y desarrollo. Y habrá mayor desarrollo para ambos”, planteó una fuente política dominicana que habló en anonimato al aducir que el asunto haitiano está “muy tóxico” en torno a los comicios de hoy. El tercio haitiano permaneció en llamas en los últimos 38 años e irradió a los dos tercios del este de La Española: una jornada cívica hoy en el centro y el levante de la isla, con terror al poniente.