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Milwaukee. Buenas noches a todos.
Como ya se habrán dado cuenta, esta no es una convención normal. No es una época normal. Así que esta noche, quiero hablar tan claramente como pueda sobre lo que está en riesgo en esta elección. Porque lo que hagamos en los siguientes 76 días tendrá eco en las generaciones por venir.
Estoy en Filadelfia, donde nuestra Constitución fue diseñada y firmada. No era un documento perfecto. Permitió la inhumanidad de la esclavitud y falló en garantizar a las mujeres –e incluso a los hombres que no tenían propiedades- el derecho a participar en el proceso político.
Pero insertada en este documento estaba una Estrella del Norte que guiaría a las generaciones futuras; un sistema de gobierno representativo –una democracia- a través del cual podríamos alcanzar mejor nuestros más altos ideales. A través de la guerra civil y luchas amargas, mejoramos esta Constitución para incluir las voces de aquellos que alguna vez fueron dejados fuera. Y, gradualmente, hicimos este país más justo, más igual y más libre.
El cargo constitucional elegido por todas las personas es el de la presidencia. Así que, como mínimo, esperaríamos que un presidente tenga un sentido de la responsabilidad por la seguridad y bienestar de los 330 millones que somos, sin importar cómo nos veamos, cómo recemos, a quién amemos, cuánto dinero tengamos o por quién hayamos votado.
Pero también deberíamos esperar de un presidente que sea custodio de esta democracia. Deberíamos esperar que, sin importar el ego, la ambición o las creencias políticas, el presidente preservará, protegerá y defenderá las libertades e ideales por las que tantos estadounidenses marcharon y por los que fueron a prisión, por los que pelearon y murieron.
Me he sentado en la Oficina Oval con los dos hombres que están compitiendo por la presidencia. Nunca esperé que mi sucesor abrazaría mi visión o continuaría mis políticas. Si esperé, por el bien del país, que Donald Trump mostraría algún interés en tomarse el trabajo en serio; que sentiría el peso del cargo y descubriría cierta reverencia por la democracia que fue puesta a su cuidado.
Pero nunca lo hizo. Por casi cuatro años ya, no ha mostrado interés en ponerse a trabajar; ningún interés en encontrar un terreno común; ningún interés en usar el increíble poder de su cargo para ayudar a cualquier persona que no sean él mismo o sus amigos; ningún interés en tratar la presidencia como cualquier otra cosa que no sea un reality show que puede usar para recibir la atención que anhela.
Donald Trump no se ha adaptado al trabajo porque no puede. Y las consecuencias de ese fracaso son severas. 170 mil estadounidenses muertos. Millones de empleos desaparecidos, mientras que los que están arriba se llevan más que nunca. Nuestros peores impulsos desencadenados, nuestra orgullosa reputación en el mundo mermada gravemente y nuestras instituciones democráticas amenazadas como nunca antes.
Soy consciente de que en tiempos tan polarizados como estos, muchos de ustedes ya se han decidido. Pero quizá todavía no están seguros por qué candidato van a votar, o incluso sin van a votar. Quizá están cansados de la dirección a la que nos encaminamos, pero no pueden ver un camino mejor, o simplemente no saben suficiente sobre la persona que nos quiere guiar hacia allí.
Déjenme que les cuente de mi amigo Joe Biden.
Hace 12 años, cuando empecé mi búsqueda de un vicepresidente, no sabía que iba a terminar encontrando un hermano. Joe y yo venimos de diferentes lugares y diferentes generaciones. Pero lo que pronto comencé a admirar fue su resiliencia, nacida de muchas dificultades; su empatía, surgida de demasiado duelo. Joe es un hombre que aprendió pronto a tratar a cada persona que encuentra con respeto y dignidad, viviendo con las palabras que sus padres le enseñaron: “Nadie es mejor que tú, pero tú eres mejor que nadie”.
Esa empatía, esa decencia, esa creencia de que todos cuentan, eso es Joe.
Cuando habla con alguien que ha perdido su trabajo, Joe recuerda la noche en que su padre se sentó con él para decirle que había perdido el suyo.
Cuando Joe escucha a un padre que está tratando de mantener a su familia unida, lo hace como el padre soltero que tomaba el tren de regreso a Wilmington cada noche para poder arropar a sus hijos en sus camas.
Cuando se reúne con las familias de militares que han perdido a su héroe, lo hace con un espíritu afín; el padre de un soldado estadounidense; alguien cuya fe ha superado la pérdida más dura que hay.
Durante ocho años, Joe fue el último en quedarse en la habitación cada vez que yo enfrenté una decisión importante. Él me convirtió en un mejor presidente y tiene el carácter y la experiencia para convertirnos en un mejor país.
Y en mi amiga Kamala Harris, él ha elegido a una compañera ideal que está más que preparada para el trabajo; alguien que sabe cómo es superar barreras y que ha convertido en una carrera el pelear para ayudar a otros a vivir su propio sueño americano.
Junto con la experiencia que se requiere para que se hagan las cosas, Joe y Kamala tienen políticas concretas que volverán realidad su visión de un país mejor, más justo, más fuerte.
Pondrán bajo control esta pandemia, como hizo Joe cuando me ayudó a manejar el H1N1 y a prevenir que un brote de ébola llegara a nuestras costas.
Expandirán la atención médica a más estadounidenses, como Joe y yo hicimos hace tres años, cuando ayudó a diseñar la Affordable Care Act y a conseguir los votos para convertirla en ley.
Rescatarán la economía, como Joe me ayudó a hacer después de la Gran Recesión. Le pedí manejar la Recovery Act, que impulsó el periodo más largo de recuperación de empleos en la historia. Y no ve este momento como la oportunidad de regresar a donde estábamos, sino de hacer cambios largamente esperados para que nuestra economía haga la vida más fácil para todos, ya sea la mesera que está tratando de criar a un hijo sola, o el trabajador por turnos que siempre está al borde de ser despedido, o el estudiante que está pensando cómo pagará las clases del siguiente semestre.
Joe y Kamala restablecerán nuestra posición en el mundo y, como hemos aprendido en esta pandemia, eso importa. Joe conoce el mundo y el mundo conoce a Joe. Sabe que nuestra verdadera fortaleza viene de poner un ejemplo que el mundo quiera seguir. Una nación que está con la democracia, no con los dictadores. Una nación que pueda inspirar y movilizar a otros a superar amenazas como el cambio climático, el terrorismo, la pobreza y la enfermedad.
Pero más que todo, lo que sé sobre Joe y Kamala es que realmente les importa cada estadounidense. Y les importa profundamente esta democracia.
Creen que en una democracia, el derecho a votar es sagrado, y que deberíamos facilitarle, no hacerle más difícil, a la gente el depositar su voto.
Creen que nadie –incluyendo el presidente- está por encima de la ley, y que ningún funcionario público –incluyendo el presidente- debería usar su cargo para enriquecerse, o a sus simpatizantes.
Entienden que en esta democracia, el Comandante en Jefe no usa a los hombres y mujeres de nuestro ejército, que están dispuestos a arriesgarlo todo para proteger a nuestra nación, como sostén político para desplegarlos contra manifestantes pacíficos en nuestro propio suelo. Entienden que los opositores políticos no son “no estadounidenses” sólo porque no están de acuerdo contigo; que nuestra capacidad de trabajar juntos para solucionar grandes problemas como una pandemia depende de la fidelidad a los hechos y la ciencia y la lógica y no de inventar cosas.
Nada de esto debería ser controvertido. Estos no deberían ser los principios Republicanos, o los principios Demócratas. Son principios estadounidenses. Pero en este momento, este presidente y quienes lo avalan han demostrado que no creen en estas cosas.
Esta noche, les pido que crean en la capacidad de Joe y Kamala para sacar a este país de estos tiempos oscuros y reconstruirlo mejor. Pero esta es la cosa: ningún estadounidense puede arreglar este país solo. Ni siquiera un presidente. La democracia nunca quiso ser una transacción –tú me das tu voto; yo hago que todo sea mejor-. Requiere una ciudadanía activa e informada. Así que también les pido creer en su propia capacidad –de aceptar su propia responsabilidad como ciudadanos- para garantizar que los principios básicos de nuestra democracia perduren.
Porque eso es lo que está en juego en estos momentos. Nuestra democracia.
Miren, entiendo por qué muchos a estadounidenses no les gusta el gobierno. La forma como se han establecido las reglas y se ha abusado de ellas en el Congreso facilita que los intereses especiales detengan el progreso. Créanme, lo sé. Entiendo por qué un obrero blanco que ve su salario recortado o su trabajo trasladado a otro país puede sentir que el gobierno no ve por él, y por qué una madre negra puede sentir que nunca vio por ella en absoluto. Entiendo por qué un nuevo migrante puede ver a su alrededor en este país y preguntarse si aún hay lugar para él aquí; por qué una persona joven puede ver la política en este momento, el circo que es, la falta de significado y las mentiras y las locas teorías de la conspiración y pensar: ¿Cuál es el punto?
Bueno, este es el punto: este presidente y los que están en el poder –los que se benefician manteniendo las cosas como están- están contando con el escepticismo de ustedes. Ellos saben que no pueden ganárselos a ustedes con sus políticas. Así que esperan hacerles tan difícil como sea posible el votar, y convencerlos de que el voto de ustedes no cuenta. Así es como ganan. Así es como logran seguir tomando decisiones que afectan las vidas de ustedes, y las vidas de las personas que ustedes aman. Así es como la economía seguirá inclinada a favor de los ricos y bien conectados, así es como nuestros sistemas de salud permitirán que más personas se queden fuera. Así es como una democracia se debilita, hasta que no queda democracia en absoluto.
No podemos dejar que eso suceda. No los dejen arrebatarles su poder. No los dejen arrebatarles su democracia. Hagan un plan en este momento sobre cómo se van a involucrar y votar. Háganlo tan pronto como puedan y díganle a sus familiares y amigos como pueden votar también. Hagan lo que los estadounidenses han hecho por dos siglos cuando se han enfrentado a tiempos más duros que éste, todos esos héroes que encontraron el valor de continuar, de seguir presionando frente a las dificultades y la injusticia.
El mes pasado, perdimos a un gigante de la democracia en John Lewis. Hace algunos años, me senté con John y los pocos líderes que quedaban de los inicios del Movimiento por los Derechos Civiles. Uno de ellos me dijo que nunca se imaginó que entraría a la Casa Blanca para ver a un presidente que se veía como su nieto. Luego me dijo que se había fijado y que resultó que el mismo día que yo nací, él estaba marchando a una celda, tratando de poner fin a la segregación de Jim Crow en el Sur.
Lo que hacemos tiene eco a través de las generaciones.
Cualesquiera que sea nuestro historial, todos somos hijos de estadounidenses que combatieron una buena lucha. Grandes abuelos que trabajaron en edificios sin suficientes salidas en caso de incendios, y en tiendas de dulces sin derechos ni representación. Campesinos cuyos sueños se desvanecieron en el polvo. Irlandeses, italianos, asiáticos y latinos a quienes les dijeron que regresaran por donde vinieron. Judíos y católicos, musulmanes y sijs, a quienes hicieron sentir como sospechosos por la forma en que rezaban. Estadounidenses negros encadenados, azotados y colgados. Escupidos por tratar de sentarse a almorzar en las barras para hacerlo. Golpeados por tratar de votar.
Si alguien tenía derecho de pensar que esta democracia no funcionaba, y no podía funcionar, eran esos estadounidenses. Nuestros ancestros. Ellos fueron los afectados por una democracia que se quedó corta todas sus vidas. Sabían cuán lejos del mito estaba la realidad diaria de Estados Unidos. Y en vez de rendirse, se unieron y dijeron: de algún modo, haremos que esto funcione. Vamos a hacer realidad las palabras de nuestros documentos fundacionales.
He visto el mismo espíritu crecer estos últimos años. Personas de todas las edades y antecedentes que llenaron los centros de las ciudades y los aeropuertos, y los caminos rurales para que las familias no fueran separadas. Para que no hubiera otro tiroteo en otro salón de clases. Para que nuestros hijos no crezcan en un planeta inhabitable. Estadounidenses de todas las razas uniéndose para declarar, frente a la injusticia y la brutalidad a manos del estado, que las Vidas de los Negros Importan, no más, pero tampoco menos, para que ningún niño en este país sienta la punzada constante del racismo.
A los jóvenes que nos encabezaron este verano, diciéndonos que necesitamos hacerlo mejor, de tantos modos, ustedes son los sueños cumplidos de este país. Generaciones anteriores tuvieron que ser persuadidas de que todos valemos igual. Ustedes lo dan por sentado, es una convicción. Y lo que quiero que sepan es que, por más desordenado o frustrante, su sistema de autogobierno puede ser fortalecido para ayudarlos a cumplir sus convicciones.
Ustedes pueden darle a nuestra democracia un nuevo significado. Pueden llevarla a un mejor lugar. Son el ingrediente faltante, los que decidirán si Estados Unidos se convierte, o no, en el país a la altura de su credo.
Ese trabajo continuará mucho más allá de esta elección. Pero cualquier oportunidad de éxito depende por completo del resultado de esta elección. Esta administración ha demostrado que derribará la democracia si es necesario, con tal de ganar. Así que tenemos que ocuparnos en fortalecerla, poniendo todo nuestro esfuerzo en estos 76 días, y votando como nunca antes, por Joe y Kamala, y todos los candidatos del ticket demócrata, para que no dejemos dudas sobre lo que este país que amamos defiende, hoy y en todos los días que nos restan.
Manténganse a salvo. Dios los bendiga.